De libros

Azar y psiquiatría

Cuando Michaels escribe Sylvia han transcurrido muchos años desde que sucedió el episodio, la tragedia en realidad, que ahí se recoge. Se trata, desde luego, de aquel Nueva York de los primeros 60, donde cierta efervescencia juvenil encontrará la hermandad tediosa, inevitable, urgente, de las drogas. Pero se trata, en primer término, de una historia de amor filtrada por un doble, por un triple tejido literario: el Nadja y El amor loco de Breton, así como aquella literatura errante, celérica y pueril de la Beat Generation. Un último filtro, acaso el de mayor importancia, es la mirada del autor sobre unos años que, cuando los describe, ya carecen casi de cualquier encanto. Y es precisamente esa hendidura, esa disonancia, esa anomalía temporal, la que otorga a Sylvia su turbio y melancólico poder.

Como digo, esta Sylvia de Michaels es una Nadja que ya no cree en el azar, pero aún confía en los barbitúricos. No hay, pues, una poética del amor repentino, del amor total, y sí una minuciosa descripción de su ruina. En Michaels hay también una clara conciencia de su generación; una generación que encontró en el estupor, en el abatimiento, en la tristeza, una extraña y autodestructiva forma de rebeldía. Como sabemos, dicha tristeza vino formulada como una exigencia intelectual, y en consecuencia, como un divertimento para jóvenes universitarios, que habían dado en despreciar el mundo. Lo cual no debe hacernos olvidar que aquella rebeldía se revistió de un carácter alegre y de una ruborosa inocencia, que ya en los ochenta eran inconcebibles. De ahí, tal vez, la tenue, la delicada amargura que llena las páginas de Michaels, y que son, en cierto modo, un juicio trémulo e inmisericorde a su pasado.

Dicho lo cual, y rendido este particular tributo a la juventud de la segunda mitad del XX, el inesperado protagonista de Sylvie es -como en Nadja-, la ciudad. El gran monstruo neoyorkino que se despereza y medra y se repliega como un fastuoso animal, de intrépida elegancia. El Nueva York de Michaels es ese mismo que aparece, sin la sordidez de Sylvie, en Desayuno con diamantes.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios