Claves Tricentenario

Los cónsules extranjeros en el Cádiz de la Ilustración

  • Un pormenorizado repaso por los representantes de otros países en el esplendor de la ciudad

En el Almanaque Mercantil de Cádiz para el año de 1795, al lado de un buen número de corredores de lonja y directores de compañías de seguros, figuraba la muy significativa cifra de 15 cónsules pertenecientes a otros tantos países extranjeros. Algunos de ellos, incluso, dejarían su peculiar legado en los primeros años del siglo XIX, bien como innovadores comerciantes de vinos en el Marco de Jerez, caso del cónsul británico James Duff (1790- 1815) y su sobrino William Duff Gordon toda vez que el primero de ellos se asociara con otro inglés emprendedor, Thomas Osborne, bien como el cónsul John Macpherson, poseedor de un valiosa colección de pintura española. También, por sus inquietudes literarias y mercantiles, Nicolás Bölh de Faber nacido en Hamburgo y cónsul de la Liga Hanseática, asociado además con la familia Duff de la que fue apoderado general de sus bodegas. Casado con Frasquita Larrea fue un destacado hispanista entusiasta de los grandes autores de nuestro teatro clásico, especialmente Calderón de la Barca, contribuyendo notablemente a que su figura se conociera mejor en el ámbito de la cultura germánica y que supo trasmitir su amor por la literatura a su hija Cecilia, más conocida por Fernán Caballero.

El intenso siglo XVIII

Los cónsules extranjeros en el Cádiz de la Ilustración Los cónsules extranjeros en el Cádiz de la Ilustración

Los cónsules extranjeros en el Cádiz de la Ilustración

Aunque ya en dicho año de 1795 el monopolio del comercio americano había ido perdiendo su razón de ser a raíz de las medidas liberalizadoras de Carlos III, básicamente a partir de 1777, y la Casa de Contratación había dejado de ejercer su principal función operativa, lo cierto es que la presencia consular en Cádiz en el siglo XVIII no fue, en exclusiva, consecuencia directa de todo ello, sino que hay que entenderla mejor dentro de la tradición consular de la que Cádiz había venido haciendo gala desde el primer tercio del siglo XVI.

Cuando el 7 de noviembre de 1720 las autoridades gaditanas, a cuyo frente figuraba como gobernador político y militar el teniente general Tomás de Idiáquez, se reunieron para celebrar una Junta Extraordinaria de Sanidad ante los peligros que se derivaban de la aparición de una epidemia de peste en Marsella y que propició la suspensión del comercio con el Mediodía francés, fueron invitados a participar en ella los 9 cónsules extranjeros acreditados en Cádiz. Correspondían a Francia, Inglaterra, Holanda, Suecia, Dinamarca, Hamburgo, Nación Flamenca (Bélgica), Portugal y Génova, sucediéndose apellidos como Vermolen, Souza, Pavía, Tames, Barber, Escrodrer… Representantes en definitiva de todos aquellos connacionales que, a raíz de las concesiones reales de 1679 que garantizaban al emporio gaditano el cargamento de la tercera parte del tonelaje de la flota americana, se afincaron en Cádiz bajo actividades con denominaciones tan evocadoras como 'mareantes de mar', 'fabricadores de naos' o 'cargadores de Indias'. Y, de nuevo, los apellidos que hablan por sí solos, Lafore, Wint, La Saleta, Panés, Recaño, Colarte… Toda esta presencia extranjera es la natural consecuencia de un fenómeno que sobrepasaba las competencias de ese gran holding diseñado por la Corona de España y que se conocería como Casa de Contratación. Nos estamos refiriendo a la conformación geográfica y estratégica de nuestra Península, muy abocada a América pero en la periferia de Europa, hecho ante el que solo cabía amoldarse comercialmente como así se hizo. Tengamos en cuenta que en todo este gran montaje comercial, a modo de verdadera empresa multinacional, no fueron ajenos los mercaderes italianos, los banqueros alemanes y toda clase de intermediarios que por lógicas razones también tenían que estar representados en Cádiz con más intensidad que nunca, sobre todo en el siglo XVIII.

A partir de aquí tendremos una serie de noticias, unas directas y otras indirectas, salpicadas con la actividad de los cónsules extranjeros en la ciudad. Así, sabemos que desde 1660, a poco de firmarse la Paz de los Pirineos entre España y Francia y que consagraría a esta cordillera como la definitiva frontera entre ambos países, Francia estableció un Consulado en Cádiz cuya actividad andando el tiempo fue tal que, según la historiadora Anne Mézin, "era el más importante del reino galo en terreno hispano". El 23 de marzo de 1726 desembarcó el nuevo Cónsul inglés "tras catorce días de viaje" a tiempo de visitar la flota de seis buques de su nacionalidad y otros diez más, a bordo de los cuales se encontraban 3000 infantes rumbo a las guarniciones de Gibraltar y Mahón. También, dentro de las siempre complicadas relaciones hispanobritánicas durante el siglo XVIII, el 28 de agosto de 1731 llegó a Cádiz de nuevo el ministro José Patiño quien, acompañado del embajador y del cónsul de Inglaterra, visitó tres naves inglesas de una flota mayor entre las que iba el navío almirante. Por su parte, sabemos de la gestiones llevadas a cabo por el Cónsul de Holanda con motivo de la llegada a la bahía gaditana el 25 de enero de 1729 de una escuadra de su país, con orden expresa de esperar el regreso de los galeones españoles procedentes de América y cargar las mercancías correspondientes con destino a los puertos del Mar del Norte.

singular representación genovesa

Retrotrayéndonos al siglo XVI tenemos contrastadas noticias de la presencia de los primeros cónsules genoveses en Cádiz desde 1524, siendo uno de ellos un tal Francesco Terrile. A través de la copiosa e interesante correspondencia que éstos mantenían con Génova y cuyo encabezamiento siempre empezaba indefectiblemente con el protocolario 'Serenísimos Señores', sabemos que su nombramiento era entonces por cinco años, prorrogable a diez, aunque algunos eran prácticamente vitalicios y ostentaban el tratamiento de 'Magnífico'. La presencia genovesa fue muy activa, por lo general respetada y apreciada en la ciudad, salvo algún que otro incidente aislado como el expuesto en 1691 por el cónsul Giacomo Pavía con motivo de acusarse a los comerciantes genoveses que vivían en Cádiz de "tráficos ilícitos con Francia", no tardando en llegar su enérgica protesta, pues, "tal tráfico era mantenido por los mismos españoles, los cuales sólo a la llegada de barcos genoveses, ponen en tierra mercancías francesas, con defraudación de los Derechos de la Corona".

En cuanto a los del siglo XVIII afincados en Cádiz tenemos los nombres de Cristóphoro Marruffi, Giovanni Parri, Giuseppe Montesisto, Francesco Morgani, Andrea Perasso, Gateano Merello, Franceso Morgani y Andrea Girardi, de entre los cuales entresacamos algunas breves noticias de esa abundante documentación existente. Así, el 10 de octubre de 1751 llegaba Giuseppe Montesisto para tomar posesión del Consulado, "después de varios peligros y muchos desasosiegos sufridos en el desgraciado incidente de la nave que me conducía". En posterior carta de 21 de marzo de 1759, Montesisto escribía que los genoveses nacionalizados españoles en Cádiz "quieren quedar completamente exentos de pagar contribuciones como genoveses", dato éste que contrasta con otro de 28 diciembre de 1641 cuando el cónsul Francesco Marruffo escribía a sus autoridades "que no había perdido nunca la ciudadanía genovesa".

El 10 de abril de 1777, año del decreto de libertad de comercio, arribó en medio de la controversia el nuevo cónsul Gaetano Merello, a quien los genoveses afincados aquí lo consideraban poco apto para el cargo "por no estar dotado de la madurez, juicio, prudencia y fondos que convenían…". Finalmente, Andrea Girardi fue el último cónsul genovés de Cádiz, llegando en 1797 y cesando en el cargo a lo largo de 1805, cuando ya la república genovesa había dejado de tener identidad propia. Curiosamente, tras los recientes cambios políticos ya no ostentaría el tratamiento de 'Magnífico' sino el de 'Ciudadano'.

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