Crítica de Cine

Una soberbia Kate Winslet engrandece un Allen teatral

Kate Winslet, en una escena de la nueva película de Woody Allen.

Kate Winslet, en una escena de la nueva película de Woody Allen.

"¿Qué lamenta en lo artístico?", preguntaba Álex Vicente (El País) a Woody Allen con motivo del estreno de esta película. "Hubiera preferido ser menos comercial cuando debuté -contesta-. Entonces me incitaron a ser cómico. Mi carrera hubiera sido más difícil, pero lamento no haber tenido la valentía de llevar a cabo lo que tenía en mente". El entrevistador le pregunta entonces: "¿Lamenta haber sido demasiado divertido?". Y contesta: "No, eso tampoco, porque el humor me salvó la vida. No sé de qué hubiera trabajado si no hubiera sido divertido. Pero me hubiera gustado estudiar poesía y convertirme en poeta... Mi humor ha sido bastante escapista, con una pátina de entretenimiento. Me hubiera gustado hacer más tragedia, porque siempre es más beligerante". Pues menos mal que no ha sido un Chejov o un Bergman, a quienes tanto admira, o un poeta. Porque a Chejov y a Bergman ya los teníamos y de poetas estamos bien servidos, pero Allen sólo hay uno que, en sus obras maestras, que para mí serían Annie Hall, Manhattan, Hannah y sus hermanas y Delitos y faltas, es un maestro de lo que Joseph Conrad llamaba "esa media luz de la vida". En sus mejores películas la melancolía y la ironía dicen sobre la vida una palabra más cierta que la tragedia, tradicionalmente (e injustamente) tenida por superior a la comedia. E incluyo sus comedias no tan menores como Broadway Danny Rose, Zelig, La rosa púrpura de El Cairo, Poderosa Afrodita, Todos dicen I Love You, Si la cosa funciona o Magia a la luz de la luna.

Pero Allen ha tardado más de tres décadas en encontrarle su punto a la tragedia. Sus peores películas lo son o lo intentan ser: Interiores, Recuerdos, Septiembre, Otra mujer, Sombras y niebla y Celebrity. Hasta 2005, con Match Point, no logró dominar la tragedia. Lo volvió a hacer en Blue Jasmine pero falló en Irrational Man. Ahora lo recupera con esta tragedia intencionadamente (y tal vez excesivamente) teatral con subtrama mafiosa que, una vez más, trata de vidas frustradas por sueños inalcanzables y expectativas nunca cumplidas. Su protagonista, una extraordinaria y espléndida (agoten los adjetivos) Kate Winslet, es una desdichada antigua aspirante a actriz que trabaja en el parque de atracciones de Coney Island, soñando con un amor que la redima de su vida más bien vulgar -a veces hasta sórdida- y de su matrimonio fallido. Para su desgracia este amor se encarnará en un guapo que padece una imbecilidad empeorada por la ambición literaria.

Ninguna vida sentida es vulgar y toda existencia tiene una historia digna de ser narrada. Pero si alguien se siente vulgar cometerá el error de menospreciarse, y si tiene la mala suerte o la mala cabeza de aferrarse a alguien inferior a ella como si fuera la encarnación de sus sueños o su tabla de salvación, empeorará ese error. El bovarismo, ya saben. Aunque el personaje de Winslet me ha recordado, más que a la Bovary, a la Gradisca de Amarcord en la secuencia de la espera del Rex. Eso sí, más amargada por el peso teatral del tremendista O'Neill o de los por mí detestados Arthur Miller y Tennesee Williams. Un gusto teatral por la estética de la desesperación sudorosa perceptible en los exteriores y sobre todo en los interiores tratados como decorados teatrales, en la muy escénica disposición de los personajes en ellos y en la iluminación (a veces exagerada: cuando a este hombre no lo embrida el director parece creer que las películas están a su servicio en vez de él al de ellas) de Vittorio Storaro.

La joya de este buen Allen trágico es la Winslet. El resto del reparto está bien, sobre todo un James Belushi reinventado, pero por debajo de ella; Justin Timberlake ni tan siquiera debería estar. Personalmente prefiero al Woody Allen de las medias luces.

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