Largando que es gerundio

El botellón

CADA año toma más fuerza. Se organiza sin orden, aunque sigue siempre el mismo método. Alguien del grupo conoce el cotarro y da la pauta: hoy Viña. O coros. O ilegales en el Pópulo. O la recogida de la Cigarrera. Y la pandi queda. Una de güisqui, otra de ron y la cocacola, que las litronas ya las compramos por allí, fresquitas del frigorífico. Y los gusanitos. Pero a ninguno le gusta lo que escucha en la Viña, ni los coros ni las ilegales. Pero van donde hay que ir. Donde van otros que como ellos, pasan de lo que allí se desarrolla. El cañón, o Macías Retes, o San Felipe Neri dejan de ser lo que eran en cuanto lo descubre el botellón. Llegan al sitio, toman posesión de su parcela, escuchan un par de coplas y se acabó. Vaso de plástico, cubatita y ¡cómo está tu hermana, Alfredo! Tienen todo el derecho del mundo, pero se cargan el invento.

Desarrollo sostenible insostenible.

Estos años, la obra de la plaza de abastos ha dado la solución al problema. Los coros, punto de interés de los domingos y lunes, hacen su carrusel por todo el casco antiguo, por lo que el pobre botellón deambula despistado. Y sin pretenderlo nos dan la solución al problema: hay que jugar al despiste. Nunca hacer tradición de sitios para cantar, que Cádiz es muy grande y hay muchísimos lugares donde hacerlo. Ahora estamos comprobando que desde San Juan de Dios a la Alameda hay rincones, plazas o calles inexploradas. Esos rinconcitos cómplices donde las coplas cobran todo su sentido. Esas placitas silenciosas que nunca ha merecido el innecesario apellido de tradicionales, pero que un día, por casualidad, son escenario de algún repertorio ilegal. Esa calle que, por su inusual amplitud, permite que una agrupación cante cómoda, sin cortar el paso al que pasa.

Así que cada año, borrón y cuenta nueva. Nada de tradicionalizar. Porque el botellón termina descubriéndolo y entonces el del bareto de al lado -siempre hay un bar cerca- monta su barra. El botellón toma posesión del lugar y el ambiente cambia. Para muestra dos ejemplos: Cruz Verde y alrededores del Manteca. Esos eran hace quince años santuarios de las ilegales. Ahora no es que no se pueda cantar; es que no se puede ni pasar.

El único inconveniente de jugar al despiste con el botellón es que el propio aficionado también se pierde. Escuchamos eso de ¡quillo, dónde os metéis, que os llevamos todo el día buscando! Pero para eso están las nuevas tecnologías. Móvil y sms. Guatifós en San Agustín. Avisa a tu hermana.

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