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Yo maté a Martínez Ares

Miserable Carnaval que nos da la vida

  • Los miserables. Fue un año imborrable, mi primer gran éxito, encontré trabajo y me compré un coche de segunda mano l El tipo se me ocurrió viendo un anuncio del musical sobre la obra de Víctor Hugo

DICEN los que creen que el domingo es el día del señor y desde hace años, cuando llega el domingo, hago mi misa particular: bajo al quiosco y compro la prensa y, si puedo, paso toda la tarde leyendo y releyendo todo tipo de artículos. Precisamente eso estaba haciendo un domingo por la tarde cuando en una página de este rotativo vi el anuncio de un musical titulado 'Los miserables', una adaptación para el teatro de la obra de Víctor Hugo que ya se había estrenado en inglés y francés. El dibujo del cartel mostraba la desesperación y la vergüenza de los tiempos terribles en la cara de una niña. Se acabó la lectura. Llamé por teléfono a Ángel Zubiela y le dije que fuera preparando café porque tenía que hablar con él, de Carnaval. Media hora más tarde ya estábamos los dos dándole vueltas a una comparsa que con el mismo título del musical llevaría al Falla a los más desprotegidos, a los sin techo, a los que no tienen más que coplas para vivir. Y qué mejor para abrir esa caja de Pandora que un saco que contuviera todas las miserias de los gaditanos, ésos que cantan por no llorar todos los años por febrero. Tras un cuarto premio, la presión era menor y podíamos trabajar con el ánimo puesto en sorprender a propios y extraños. Ese año entró en nuestras filas un componente muy joven, Edu, hermano de Carli, que tenía más primeros premios que todos nosotros juntos de los años que llevaba saliendo en infantiles y juveniles e inmediatamente se hizo cargo del bombo y dejó que su hermano soltara lastre y se pusiera en la primera fila. El resto del grupo, el mismo, amigos para bien o para malý como decía la letra de los músicos callejeros.

Y otra vez de mudanza, otra vez con la casa a cuestas buscando un local de ensayo donde parir una comparsa. La fortuna y los contactos de Rafael Velázquez y Fernandi nos llevaron a la Zona Franca, a una nave inmensa donde entre otras dependencias había una que estaba completamente insonorizada, ¡Qué alegría! ¡Por fin teníamos un local enorme y limpio! Lo peor de todo era desplazarse hasta allí los días de lluvia pero suponía un bendito éxodo teniendo en cuenta los calvarios por los que ya habíamos pasado buscando sitios para ensayar. El primer día que entramos en el local descubrimos la presencia de un perro, un galgo famélico, que estaba, pobrecito, en los huesos, con una cara de resignación que lo decía todo. Estuvo con nosotros muy pocos días, lo suficiente como para darnos cuenta que también los animales sufren por culpa de sus miserables amos. Por entonces yo me había comprado una moto que bauticé con el nombre de Garibaldi, porque fue toda una revolución que mis padres dieran el sí quiero. Además, después de años intentándolo encontré trabajo en Chiclana de la Frontera, tierra que siempre me ha dado suerte. Juan Manuel Romero Bey, un chico que trabajaba en un rotativo de esa localidad y que desde entonces es mi hermano del alma, me llamó un día por teléfono para hacerme una entrevista de Carnaval, en un momento de la interviú le dije: "La verdad es que tiene que ser una suerte poder trabajar en algo que te guste, como tú" y ni corto ni perezoso habló con el director del periódico; días más tarde me hicieron una prueba y empecé mi carrera periodística. El primer día me dieron una libreta, un bolígrafo y una grabadora y me encomendaron la aterradora misión de preguntarle a los transeúntes todo tipo de cuestiones referentes a la ciudad. Días más tarde realicé mi primera entrevista a Felipe González en un congreso socialista que tuvo lugar en un colegio de Chiclana. Y como no hay dos sin tres, la tercera cuestión que cambió mi vida fue que ya con trabajo y algo de estabilidad mi novia y yo nos planteábamos buscar una casa y casarnos. Mi padre me ayudó a comprarme un coche de segunda mano, porque normalmente cuando acababa en el periódico ya se había ido el último Canario y tenía que hacer noche en casa de Juanma. Los mejores momentos de mi vida los pasé en casa de mi familia chiclanera. Cómo echo de menos esos almuerzos con las 'pesás' de Isabel y Angelines a mi lao. Un besito para papá y mamá.

El tipo de 'Los miserables' también fue obra de Ángel Zubiela, que contó una vez más con las prodigiosas manos de Chari Delgado. Yo seguía en mis trece de no hacerme el disfraz hasta que, bueno, me convencieron y dije que sí, lo que yo no sabía es que el mío iba a ser el único diferente a todos, vamos que no había tela para mí y el pantalón era de otro color, las cosas que pasan. Pisamos el Falla y hasta el último día el público estaba con nosotros. El respetable pedía un cambio y nosotros estábamos por la labor. La noche que cantamos el célebre pasodoble al Papa el Falla rugió; entonces fuimos conscientes de que ése podía ser nuestro año. Llegó la final y nos tocó cerrarla, algo que siempre me ha encantado. Recuerdo que en los momentos previos a la actuación un periodista se me acercó y me hizo un par de preguntas: "¿A qué le tiene miedo Martínez Ares?", yo le respondí: "A no llegar a fin de mes". El tipo me miró fijamente y lanzó la segunda y última bala: "Esto es para nosotros, que no lo voy a publicar, vamos, ¿no se te ocurrirá cantar el pasodoble del Papa, verdad?", y sentencié: "Por supuesto que no, por quién me tomas". Era muy tarde pero el público nos esperaba. Se abrieron las cortinas y todo el mundo despertó. Tras la presentación y el primer pasodoble interpretamos la segunda letra, 'Ha dicho el santo padreý' ¡Gran ovación! Yo en ese momento estaba como en una nube mirando a Jesús, otro de mis eternos inseparables, que lloraba de alegría. Teminó la actuación y nos fuimos a la puerta principal del Falla a esperar los premios. "En la ciudad de Cádizý ¡Callarse, joé!. Cuarto premioý 'La tuna del loco' ¡Chisss! Tercer premioý 'El Titiritero' ¡Bien! Segundo premioý El bacheý". Toda la plaza del Falla daba botes de alegría, habíamos ganado, después de diez años lo habíamos logrado. Mi novia y yo nos abrazamos, hay una foto de ello, perdón había una foto, se vendió sin escrúpulo alguno. Y lo mejor de todo la frase del Piru llorando: ¡El Edu, El Edu es el tulipán! ¡Él es el tulipán! Realmente lo que quería decir es que Edu, como había llegado el último, era nuestro talismán, nuestro ta-lis-mán, no tulipán.

Con nuestra alegría nos fuimos para El Puerto, donde nos llevamos el segundo. ¿Y eso? ¿Cuando no ganábamos en Cádiz nos premiaban y justo cuando ganamos, segundo que te crió? Cosas de la vida. Qué más da, si aquella fue la noche en que se hizo la mañana más bonita de nuestras vidas.

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