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El primer bache llega de manera inesperada

  • El conjunto amarillo pasa de un arranque arrollador a un súbito frenazo en la producción de puntos

Servando controla el balón durante el partido disputado en Lorca.

Servando controla el balón durante el partido disputado en Lorca. / pascu méndez / lof

Pocos podían imaginar que, después de un arrollador comienzo de temporada, el Cádiz se iba a ver envuelto de manera súbita en un primer bache que irrumpe por la puerta de atrás, casi sin avisar. Apuntaba alto en los primeros compases del curso. Los diez puntos sumados en las cuatro jornadas iniciales, fruto de tres victorias (contra el Córdoba, el Lugo y el Nástic de Tarragona) y un empate (ante el Alcorcón), impulsaron a un equipo que de pronto paraliza su progresión con un frenazo inesperado que de golpe le sitúa en la cruda realidad de la competición. Nada de pensar en el ascenso ni en los puestos de play-off antes de tiempo si es que en algún momento hay que pensar en esas posibilidades.

Es una temeridad fijar esos objetivos de tamaño calado sin detenerse antes en la ardua labor de la permanencia, más complicada de lo que parece dada la igualdad reinante. El contundente varapalo sufrido en Lorca aniquila de un plumazo ensoñaciones de altos vuelos y refuerza la tesis de la salvación, que no es poco, como absoluta prioridad que oscurece todo lo demás. Perder por goleada contra un recién ascendido que sólo había ganado el partido inaugural y ofrecer una lamentable imagen, tanto en el plano colectivo como en el individual, es toda una invitación a la reflexión.

La lectura positiva del estacazo sufrido en tierras murcianas, si es que hay alguna, es que la lección llega con suficiente antelación que da margen para corregir errores y hacer frente a las limitaciones que son evidentes. El conjunto gaditano tiene una manera de desenvolverse para lo bueno y para lo malo. Tapar espacios, robar el balón y salir con velocidad. Siempre con la máxima intensidad, que quizás faltó en el último partido.

Cuando la teoría no se traduce en hechos, el equipo se empequeñece y el golpetazo es de aúpa. Y es que en Lorca el Cádiz se cayó con todo el equipo con la peor versión de la era Álvaro Cervera, similar a la de Vallecas hace justo un año, cuando perdió también 3-0 con unas prestaciones de corto alcance.

El Cádiz es como el atleta que empieza una larga carrera de fondo con un sprint que se hace insostenible incapaz de aguantar el ritmo. Se colocó en cabeza con una veloz zancada pero ahora no puede mantener la cadencia, aminora su paso y se ve superado por adversarios que avanzan poco a poco sin hacer ruido.

El recorrido no será ni tan placentero como el del fulgurante principio ni se supone que tan improductivo como el de la trayectoria más reciente. En el término medio está la virtud. El Cádiz ni era tan bueno antes ni es tan malo ahora. Debe buscar el equilibrio y no entrar en los vaivenes de una montaña rusa. Comenzó con una racha positiva que se torna negativa sin la más mínima transición. Tres jornadas consecutivas sin poner en práctica el verbo vencer, incluidas dos derrotas, no van más allá de un bache que, sin embargo, sacan a flote las carencias de equipo un equipo que se siente fastidiado cuando está obligado a llevar la iniciativa.

El problema más grave al que se enfrenta el Cádiz es a sí mismo, a una capacidad de reacción flanqueada por signos de interrogación. Los hechos reflejan que cuando se ve por debajo en el marcador la derrota es inevitable. Sucedió en el estadio Carlos Tartiere frente al Real Oviedo y se repitió el pasado sábado contra el Lorca FC en el Francisco Artés Carrasco, donde el Cádiz firmó de largo su peor partido desde el pistoletazo de salida de la campaña. Ante los carbayones no supo responder al gol de Toché y frente a los murcianos los amarillos se presentaron al partido en cuerpo pero no en alma. No existieron. El tempranero autogol de Jon Ander Garrido dejó sin argumentos a un equipo que no tuvo plan B cuando en el minuto 3 se quedó sin plan A. Fue a remolque, sin recursos para dominar el tempo del partido ante un rival cómodo al que no fue capaz de hacer cosquillas ni en los momentos de creciente empuje.

Cuando el marcador no resulta desfavorable es más fácil para cualquiera. Las dificultades aparecen cuando el tanteador es negativo. Ir por debajo es una situación normal en un encuentro y un desafío aún no superado por los gaditanos. El problema es cuando no brotan las ideas ni para remontar ni para rascar al menos un punto que contenga el oleaje de una dinámica negativa. Álvaro Cervera y sus jugadores tienen trabajo por delante para llegar a manejar las situaciones adversas que se dan un partido. Jugar todas las cartas a la defensa conlleva el riesgo de no disponer de un as -aunque sólo sea uno- cuando el sistema salta por los aires.

El Cádiz tuvo todo el partido por delante para empatar antes de recibir en la recta final el segundo tanto, que fue definitivo. Pero nunca llegó a dar la sensación de poder igualar empujado por su nulidad en ataque y también en defensa. No es habitual que el equipo amarillo reciba tres goles. En un solo encuentro recibió una diana más que en las seis jornadas anteriores, en las que sólo había contabilizado un total de dos.

El batacazo fue tan enorme como inesperado no sólo por la derrota sino por la forma en que se produjo. El cuadro lorquino mereció tanto la victoria como el gaditano una derrota dolorosa que tiene la utilidad de servir de serio aviso.

El Cádiz no vio puerta en el Artés Carrasco como antes no había acertado en casa frente al Numancia ni tampoco en Asturias ante la escuadra ovetense. Tres partidos, los tres últimos, sin marcar un gol son demasiados. 270 minutos seguidos sin llevarse una alegría. El equipo de Cervera iguala su peor racha sin marcar desde que el entrenador se sienta en el banquillo. Cuando se hizo cargo del vestuario, en el crepúsculo de la Liga 2015/16 en Segunda División B, el Cádiz estuvo tres jornadas consecutivas sin hacer un gol (ante Mérida, UCAM Murcia y Jumilla). Y la pasada temporada, los amarillos no perforaron la portería contraria durante tres capítulos seguidos -el séptimo, el octavo y el noveno- en las derrotas ante Oviedo (0-2) y Rayo (3-0) y el empate (0-0) contra el Girona. Cuando el gol desaparece salen a relucir las dudas. No Barral, no party. Sin el delantero isleño -lleva cinco tantos entre la Liga y la Copa del Rey- y sin Álvaro García -autor de dos dianas- el equipo se queda sin dinamita, vacío de contenido goleador. Nadie más se monta en el carro anotador y ya han pasado siete jornadas, es decir, 630 minutos. Paciencia.

El duro revés, unido a los compromisos anteriores sin victoria, no resta crédito a un equipo que está a tiempo de enderezar el rumbo. El Cádiz necesita revertir la situación pero con tranquilidad, sin alarmismo. Sólo es una mala racha de lo que no está libre ningún rival. Si ahora sufre un bajón, lo importante es que sepa levantarse para proseguir su camino. Fuerte en defensa y acertado en ataque. Es la única vía posible.

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