¡qué pena! El cadismo no se merece lo que se cuece en sus entrañas. Ni el cadismo ni la historia pasada y presente del club se lo merecen. Cuando debería hablarse de cuestiones exclusivamente deportivas, cuando a la afición y a los dirigentes debería preocuparles únicamente lo que está por venir, el inminente comienzo de una competición liguera apasionante, cuando los más optimistas del lugar sueñan con que se repita un curso como el anterior, en el que el objetivo de la permanencia se alcanzó mucho antes de lo previsto e incluso se llegó a disputar la fase de ascenso, cuando todo esto tendría que ocupar los esfuerzos y pensamientos de quienes comen de la entidad, en suma, resulta que los máximos responsables se afanan en que todo sea más complicado.
A los verdaderos cadistas, a los que acuden fielmente al estadio Ramón de Carranza a disfrutar o a sufrir, según toque, no les importa un pimiento si la responsabilidad de lo que acontece corresponde a Manuel Vizcaíno o Quique Pina. Al presidente y al consejero delegado, en cambio, les preocupa mucho que su nombre se asocie a los problemas extradeportivos que ensombrecen la pretemporada y condicionan el futuro. Con apuntar al otro como único culpable parecen darse por satisfechos. Pero la altura de miras exige bastante más de quienes están obligados a entenderse por el bien general de una sociedad, el Cádiz, que se encuentra muy por encima de sus intereses particulares.
Como si se tratara de una partida de póquer, Vizcaíno y Pina, Pina y Vizcaíno, evitan cualquier gesto interpretable, estudian a su adversario y, por supuesto, bajo ningún concepto muestran sus cartas. Eso sí, algún que otro farol dejan caer. En el fondo igual ni son tan diferentes ni resultaría tan difícil que se pusieran de acuerdo. No obstante, a estas alturas la relación se halla tan deteriorada que la situación se antoja irreversible.
¡Quién lo diría! Quienes en su día fueron íntimos ahora ni siquiera se dirigen la palabra. No al menos directamente. Los intentos, escasos, se han producido a través de terceras personas. Mal asunto. Suele ocurrir en estos casos que las frases se tergiversan y el mensaje acaba prostituido.
Hace ahora casi un año, el 2 de agosto de 2016, los máximos responsables del club llegaron a un acuerdo por el que el presidente asumía todos los poderes en la faceta institucional y el consejero delegado se convertía en la única voz autorizada en materia deportiva, esto es, los poderes para cualquier alta o baja en la plantilla recaían en Pina. Sin embargo, el tiempo transcurrió y, aunque la salida y llegada de futbolistas siguió produciéndose, lo cierto es que el murciano no contaba con la firma que oficialmente le autorizaba para realizar su cometido.
La marcha del equipo acaparó la atención durante la campaña y, aunque el distanciamiento entre las partes era patente, el término del ejercicio dio paso a un aparente arreglo este mismo mes. El presidente y el consejero delegado alcanzaron un acuerdo verbal que sólo estaba pendiente de que los abogados redactaran los pertinentes documentos. Mas los días pasan y todo continúa como antes. O incluso algo peor.
El director deportivo, Juan Carlos Cordero, hace su trabajo, se desplaza a La Manga del Mar Menor acompañando a la plantilla de Álvaro Cervera en su concentración en tierras murcianas para realizar gestiones y hasta deja operaciones prácticamente finiquitadas, a la espera de la firma. Lo demás ya no está en su mano.
Las manos de Vizcaíno y Pina, de Pina y Vizcaíno, las que supuestamente se estrecharon como las de dos hombres que se dan su palabra para solucionar un conflicto, son en realidad los puños que se cierran para golpear la estabilidad de la nave amarilla. En su entorno, el consejero delegado lamenta en que su función continúe siendo mancomunada (compartida con el presidente) en vez de solidaria (en solitario), rechaza cualquier exigencia a cambio del cumplimiento de un pacto cuyo incumplimiento llevaría aparejada una indemnización de 5 millones de euros y alerta del peligro que corren las operaciones en curso e incluso las ya realizadas, por aquello de que pudieran se declaradas nulas. Por su parte, entre sus más cercanos, el presidente critica que se hayan perdido las formas, advierte que se debe hablar de más cuestiones y asegura que el club no se va a frenar por mucho que el consejero delegado no haga las gestiones que venía haciendo, lo que, en principio, incluye potenciales fichajes o traspasos.
La incompatibilidad de Vizcaíno y Pina no admite dudas. Como tampoco el hecho de que el Cádiz está por encima de todo lo demás y, como si se tratara de un hijo en un divorcio, es lo primero. La lógica dice que la razón no está al 100% con el uno ni con el otro. Ambos tienen el aval de su trayectoria en la entidad. Vizcaíno es el presidente del ascenso. Pina, una garantía de éxitos por su demostrada labor en la confección de plantillas. Con respeto y sensatez, juntos pueden llevar al Cádiz a lo máximo. En guerra representan la incertidumbre del cadismo. ¡Qué pena!
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