Oficios de siempre

El último zapatero artesano

  • Manuel Macías mantiene en la calle Junquera el establecimiento que su padre abrió en 1955 y donde sigue trabajando utilizando las herramientas tradicionales

Manuel Macías Calahorro mantiene que es el último zapatero artesano de Cádiz y presume de que sus numerosos clientes le dicen que harán una manifestación el día que decida cerrar el establecimiento que en 1955 abriera su padre, Francisco Macías López, en la calle Junquera, junto a la plaza de San Antonio, donde él sigue poniendo tapas y medias suelas.

Cuando tenía 8 años su familia decidió trasladarse desde Montellano (Sevilla), donde nació, a Cádiz, continuando su padre su oficio de zapatero artesano, mientras que él entraba en la Academia de Manuel González Pedraza, situada en la calle Plocia, sobre la Aserradora Gaditana.

Con 14 años entró a trabajar en la farmacia de Manuel Hernández Rodicio, en la calle Ancha, y con 17 decidió cambiar de oficio y se colocó en el taller de electricidad de Manuel Montes Chilía, frente a la zapatería de su padre.

Gracias a una beca se hizo mecánico naval, estudiando primero en Sanlúcar y luego en Huelva, para realizar después las prácticas como engrasador en uno de los tríos de Eduardo Pita, quien después de cumplir el servicio militar, en la Infantería de Marina en Cartagena, le dio el puesto de 2º mecánico en uno de sus barcos, La Marea, en el que recorrió toda la costa africana, realizando campañas de ocho meses.

En 1972 contrajo matrimonio en Medina con Dolores Delgado Gómez , y un año después, al tener el primero de sus tres hijos, decidió dejar la pesca y se embarcó como electricista en la Trasmediterránea, formando parte de la dotación del Ciudad de Oviedo y más tarde del Plus Ultra.

En 1974 decidió cambiar la mar por la tierra y consiguió entrar como mecánico ajustador en una contrata de Astilleros, con la que llegó a trabajar incluso en Sudáfrica.

Luego alterna ese empleo con la asistencia a la zapatería de su padre para aprender el oficio, hasta que en 1987 dejó Astilleros para dedicarse exclusivamente a la reparación de zapatos, si bien en 1992 trabajó también como chófer para Diputación y en 1996 como responsable de mantenimiento en la Institución Provincial Gaditana, con sendos contratos temporales.

Manolo nos relata su intensa vida mientras que en su local de cinco metros cuadrados, donde conserva una lijadora que ya ha cumplido el medio siglo, alterna el trabajo con la atención a un constante reguero de clientes, entre los que dicen que figuran desde conocidas familias gaditanas a vecinos del barrio del Mentidero, pasando por los que le traen sus zapatos desde distintos puntos de la provincia, lo que acredita su profesionalidad.

Mantiene como herramientas básicas la chaveta, para cortar el cuero; la precisa, que le permite situar el zapato para sustituir la tapa o el tacón, así como la aguja para coser a mano empleando hilo de cáñamo con cerote. También conserva una silla de enea, que asegura que tiene la altura precisa para sentirse cómodo.

En la zapatería no faltan varias jaulas con canarios, que era una afición de su padre, y que conserva uno de sus hijos, que ha optado por los jilgueros.

También afila cuchillos y a cada cliente le pregunta el domicilio, porque asegura que por los nombres es más fácil confundirse y tendría que pedir igualmente los apellidos, y siempre lo apunta en la suela, para evitar que algún espabilado lo pueda leer y se lleve así un zapato mejor que el propio.

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