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El último paladín de los Tosantos

  • Manuel Pecino MillánMagnate de los frutos secosl El emblemático puesto que ha sobrevivido a dos incendios, a la remodelación del Mercado Central y a la crisis económica

Manolo Pecino ante un canasto de nueces en su puesto del exterior de la Plaza.

Manolo Pecino ante un canasto de nueces en su puesto del exterior de la Plaza. / ana golpe

Plaza, Pecino, nueces y castañas. Un todo de la tradición alrededor del Mercado Central. Al frente del puesto que se eleva altanero contra Halloween, Manuel Pecino Millán, heredero de un rincón estratégico en el que su padre, Manuel Pecino Fornell, fue toda una institución. En la misma esquina, en un mano a mano con los churros de La Marina, el recordado Manolo ya vendía desde los 12 años "zapatos, castañas y galletas Loste". Y el personaje que nos ocupa, su hijo, "desde los cinco o seis años ya andaba por allí". Pecino Millán recuerda que "hicieron entonces los puestos de mampostería. Coger uno costaba 400.000 pesetas y mi padre no pudo". No cesó el interés de los Pecino. "Nos tiramos a la carretera con un camión. Íbamos a Merca Sevilla a comprar y venderlo por la calle, alrededor de la Plaza, en un puesto portátil. Eso fue durante seis o siete años", evoca. Entonces el puesto de la esquina se puso a tiro. "Lo dejaban los de Saldos Madrid, que vendía ropa. Era el año 1972. Había que buscar un millón. Mi padre me dijo que estaba loco. No teníamos el dinero, pero un banco en Chiclana me dio 200.000 pesetas, otro poco una tía mía y el Pona, un mayorista de frutas, me dejó la fianza. Y hasta aquí, de esto hemos comido todos".

Eran tiempos de bonanza económica, nada que ver con lo que se vive ahora. "Unos años buenos de Tosantos vendíamos aquí dos o tres mil kilos de castañas y nueces. Cuando había poderío y la gente compraba por kilos. Hoy compran por cuartos y se venden 300 o 400 kilos", señala Manuel. Dice que los días 5 de enero despachaba hasta las cuatro de la mañana. Y de muestra, una anécdota: "Uno de San Fernando que su mujer lo mandó a comprar los caramelos y se fue al bar, se tomó unas pocas y cuando se dio cuenta ya estaba todo cerrado. Temiendo la bronca de su mujer, un amigo le dijo que sabía de un sitio en Cádiz que seguro que estaba abierto a esas horas. No se lo creía y el amigo le propuso que se jugaran una comida si tenía razón. Ese sitio era Pecino. Estaba abierto y el amigo le ganó la apuesta". Las ventas no son lo que eran. "Ahora, a las once de la noche un 5 de enero ya estamos en casa", apunta.

Crudos momentos pasan ahora los detallistas. "No hay ambiente de dinero. Menos mal que el picoteo de los turistas no está salvando. Los guiris se llevan mucho las tortas de pan de higo y los piñones de Conil. Eso, y las excursiones de personas mayores. Si tuviésemos que depender del poder adquisitivo actual de los gaditanos, ya hubiésemos cerrado", explica. De peores situaciones han salido los Pecino. Dos incendios sufrió el puesto a principios de los 90. "El primero fue ruina total", dice Manolo mostrando la noticia de Diario de Cádiz plastificada. Fue en la madrugada del 1 de enero de 1992. "No se supo cómo se produjo porque no teníamos seguro y no hubo investigación. Perdimos varios millones de pesetas en género, de repostería para los Reyes Magos. El puesto hasta arriba de huevos Kinder, que estaban de moda", destaca.

Curiosamente, fue el único fin de año que Manuel pasó fuera de su casa en toda su vida, en un cotillón de San Fernando. "Cuando volví me encontré con la papeleta. Pocos años después se quemó el puesto otra vez, pero el seguro respondió", aclara. También salió adelante con la última remodelación del Mercado Central, cuando los puestos se trasladaron a una carpa exterior. "Dejó mucha gente de venir y no vendía ni para pagar a mi ayudante", admite.

A sus 67 años, ya jubilado aunque cobrando la mitad y pagando menos de autónomo, Manuel Pecino sigue trabajando porque quiere irse dentro de un par de años "sin trampas". El futuro de tan emblemático rincón no está claro. "No me gustaría que el puesto se perdiera", asegura sin mucha convicción en que alguien le suceda. Esperemos que la continuidad del puesto sea una realidad. La ciudad no se puede pemitir perder otro lugar de culto, otro lugar de siempre.

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