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En las trincheras de los ultramarinos de Cádiz

  • Juan Garrido Guerra Propietario de Alimentación Astorgal Lleva casi 50 años regentando el almacén-bar de la calle Velázquez

  • En los 90, cuando la movida de verano, vendía un camión de litronas al día

Chicuco "y a mucha honra". Juan Garrido se considera "de los últimos mohicanos" en el gremio de los almaceneros o propietarios de ultramarinos, tiendas históricas de la ciudad que, desgraciadamente, se han ido perdiendo y que tienen visos de extinguirse cuando se jubilen los que aún siguen resistiendo. Juan es uno de ellos. Tiene 71 años. Por tanto, " seis años de más contribuyendo al Estado", como bien señala porque se acogió a la jubilación activa. Se aferra al mostrador porque se encuentra "con salud y fuerzas" y el negocio, Alimentación Astorga, en la calle Velázquez, "sigue defefendiéndose". Allí, en La Laguna, lleva 49 años. Lo dice orgulloso mientras acaricia a su máquina registradora de toda la vida, que data de 1970. "Cuando me jubile se viene conmigo. Es manual, pero también se puede poner en modo eléctrico. Nunca me ha fallado. Estas máquinas ya no se fabrican", señala. Parece que se ha parado el tiempo y se proyecta una película del Cádiz que ya no existe.

Alimentación Astorga toma el nombre anterior. No quiso cambiarlo. Abrió en 1969 y duró pocos meses. Luego se lo ofrecieron a Juan, que estaba trabajando de chicuco en Los Castillejos, al final de la calle Adolfo de Castro, en El Mentidero. En su familia ha sido costumbre ponerse tras un mostrador. Su madre tenía una casa de comidas en su propio domicilio de Calderón de la Barca y su padre regentó bares como La Unión o El Matadero en el barrio de Santa María. "Mis hermanos llevan la Cepa Andaluza, en la esquina de Rosa y Diego Arias, también conocida como La Uvita", apunta. Astorga siempre fue almacén-bar. "Por eso he podido defenderme. El bar ayuda, porque sirvo buenos productos que luego los clientes me encargan para llevarse. Buenos vinos, bacalao, arencones, quesos... Clientes y amigos de La Laguna echan aquí sus partidas de dados, en la zona de distracción como yo le llamo. Tengo hasta vermú de barril, que ahora está de moda, pero nunca dejé de tenerlo", explica.

Hablamos de un establecimiento que Juan ha llevado con tranquilidad salvo en la época de la movida. Un buen día, en los 90, la juventud gaditana decidió parar en la calle Velázquez en las noches de verano. Subieron las ventas, pero llegaron los problemas. "Abrieron un pub, el Foco, y en el foco también estuve yo. Paraban miles de jóvenes. Entonces se vendía más cerveza y tinto que lotes con whisky y ron", recuerda. Le cerraron el negocio durante siete días. "Me opuse y demandé al Ayuntamiento. Yo vendía alcohol para consumo fuera del establecimiento, como siempre. Que se consumiera en la calle no era mi culpa. Ni lo era que la juventud hubiese elegido la calle Velázquez para concentrarse", destaca. Añade que "mi tienda mantenía su esencia, salvo que aproveché la coyuntura, como hubiese hecho cualquiera, para ganar dinero. Todo el mundo se aprovechó. A la movida no supieron ponerle remedio y nosotros no teníamos culpa de eso. Entonces vendía casi un camión de litronas al día".

Pasado aquel tiempo, Juan se ha mantenido en su sitio. "Abro todo el año, hasta los domingos, salvo fiestas especiales. Soy de la antigua hornada. Si las grandes superficies trabajan ya 12 horas, no puedo hacer menos. La competencia es fuerte", comenta. Pero sabe que el final está cada vez más cerca. "Por mis hijos no habrá continuidad. Es una pena que se pierda esto, por eso me gustaría encontrar a alguien que siguiera. Hay que echar muchas horas, pero da para comer", concluye. Ojalá alguien coja el testigo. Cádiz no puede seguir perdiendo identidad y sabor.

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