Cádiz

Un sueño hecho realidad

  • La anticuaria Teresa Jiménez se enamoró de esta finca, del siglo XIX, y años más tarde logró adquirirla junto a su marido

Se enamoró de ella la primera vez que la visitó. Teresa Jiménez se imaginó viviendo entre esas altas y anchas cuatro paredes, sentada frente a la distinguida chimenea de mármol negro que descubrió en el salón. Una chimenea inglesa, del siglo XIX, que tiempo después adquirió, y que el destino quiso que años más tarde recuperara su sitio en esa finca, con Teresa y su marido como propietarios de sus altos y anchos muros.

Hay veces que los sueños se hacen realidad. Y hay realidades de ensueño, como esta vivienda ubicada en el número dos de la calle Antonio López, a sólo un paso de la plaza Mina.

En la entrada dormita un piano, pero apenas se le tiene en cuenta porque los ojos ya han atisbado el patio, y el cuerpo quiere ir hacia donde la mirada apunta. Una majestuosa escalera de mármol queda enfrente. La vista, impaciente, se adelanta y sube por ella topándose a su paso con un elegante y modelado pasamanos, con columnas unidas por armoniosos arcos, con un amplio espejo empotrado en la pared, con galerías, y ya arriba, en la tercera planta, con una gran montera bajo la que se ha colocado un sistema de velas que retiene la cegadora claridad. Un buen invento para una casa que vio la luz en el último tercio del siglo XIX.

Teresa Jiménez la habita desde hace una década, pero ya en el año 82 le echó el ojo. Fue en esa fecha cuando su marido, Diego Hernández, y ella alquilaron uno de los bajos del inmueble para montar en él su negocio, una tienda de antigüedades que, bajo el nombre de Belle Epoque, continúa abierta.

"Somos de Sanlúcar de Barrameda, aunque en Cádiz llevamos ya 30 años viviendo, y diez de ellos en esta casa. Pero el edificio lo conocíamos desde mucho antes, desde el 82, cuando arrendamos el local para la tienda y comenzamos a tratar con la entonces propietaria del inmueble", nos saluda Teresa en su hermoso patio.

Pero la curiosidad ansía más información. Quiere saber si esa señorial casa presentaba un aspecto tan saludable cuando se hicieron con su llave. Si el tablero de ajedrez revestido de mármol que pisan nuestros pies es original. De dónde ha salido ese mueble algo decadente pero con mucho encanto que cubre gran parte de la pared de la izquierda. Cuántos años de vida tiene el lienzo en el que la Inmaculada Concepción aparece representada. Y cómo llegó allí esa hermosa y redonda mesa de caoba que se apropia del centro del patio.

Las respuestas no se hacen esperar. La pareja tuvo que realizar algunas reformas en la casa, aunque su estado general de conservación era aceptable. "Recuerdo que tuvimos que quitar un techo de escayola, y en el hueco aparecieron varios periódicos de la época alfonsina. Sabemos que la finca fue restaurada en ese tiempo. Nosotros hemos eliminado los elementos que durante años se fueron añadiendo, con el fin de recuperar la esencia de la casa", comparte Jiménez.

Del suelo de mármol, nos dice que es original del edificio, al igual que el que viste la deslumbrante escalera. El envejecido mueble con puertas de cristal que queda a la izquierda lleva en pie más de cien años, y la mayoría de ellos los pasó en una farmacia de la capital gaditana.

El cuadro que luce justo enfrente, el de la Inmaculada Concepción, es el siglo XIX, y la bañera de mármol de la que esa pintura parece emerger la adquirió el matrimonio en Puerto Real. Señala la anfitriona una gran copa romana decorativa que no es de época, sino que data del siglo XVIII. Y de 1840 es la mesa circular. Sobre ella se ha colocado un viejo lebrillo que da cobijo a auténticos y vistosos cocos. "Es una mesa de biblioteca. Inglesa, de estilo regencia. Está rodeada de cajones, y aunque no está restaurada muchos de los clientes de nuestra tienda nos la han querido comprar, pero yo no me quiero deshacer de ella", comenta la dueña.

Mientras vamos dejando atrás esa escalera de cuento que incluso llegó a lucir una alfombra, Teresa nos adelanta qué vamos a ver en cada una de las tres plantas: "La vida la hacemos realmente en la primera, en ella están las habitaciones, la cocina, el comedor, el salón... La segunda, entera, la utilizamos como almacén de la tienda. Y en la tercera, en la destinada antiguamente al servicio, tienen mis hijas un apartamento".

La vista no sabe dónde posarse. Se pasea por puertas de caoba con exornos tallados. Por cuadros grandes y pequeños que cuelgan en las paredes. Por paredes pintadas en un tono gris lavanda que rezuma elegancia. Por dos sillones de época alfonsina... Finalmente se detiene en los mosaicos que decoran la pared de la derecha. Dos mosaicos que, con azulejos, componen el Real Alcázar de Sevilla y la Casa de Pilatos de la capital hispalense. "Son de la exposición iberoamericana de Sevilla, que fue inaugurada en 1929", apunta la anticuaria.

Antes de abrir puertas, revela que la finca perteneció durante casi todo un siglo a la familia Abarzuza. En el salón cuelga un bello retrato de la anterior dueña, Buena Ventura Abarzuza. "Era una señora muy educada que tenía un gran sentido del humor y a la que le cogí mucho cariño, por eso tengo aquí su retrato". El destino de esta pintura, que lleva la rúbrica del tío de la retratada, Felipe Abarzuza, iba a ser el cubo de la basura, pues Buena Ventura, al no tener descendencia, pensó que nadie iba a querer su imagen inmortalizada. Pero se equivocó. Jiménez le pidió que no la tirara, y hoy esa obra luce muy cerca de la noble chimenea de mármol negro que la cautivó.

El refinado salón huele a flores. Junto a uno de los dos cierros hay una hermosa buganvilla, y sobre una mesa circular, un florero cumpliendo su función. Este espacio relaja, aporta paz. El color gris lavanda cede espacio al color blanco en las paredes. Dos de ellas sujetan espejos, enmarcados con escayola de estilo Luis XVI, y el yeso también adorna de forma exquisita el techo. Llama la atención una cómoda provenzal. Es del siglo XVII, también de estilo Luis XVI, y traída de Francia. Junto a ella se acomodan dos sillas fernandinas en caoba. Y también salta a la vista una escultura, que lleva la rúbrica de Luis Quintero. Es un busto masculino en el que se ha sustituido el cabello por mar y, por esas aguas, navega un barquito de papel. Otras dos pequeñas piezas del artista gaditano adornan la dependencia. Cada una representa a un niño desnudo, con una flor en la cabeza y montado sobre un regordete sapo.

Teresa señala hacia otro objeto: "Odio ese aparato en el salón", dice refiriéndose al televisor. Pero la caja tonta está allí porque el matrimonio hace vida en esa sala, "no la tenemos de exposición". También dan uso a la estancia contigua, el comedor. Nada más entrar, se aprecia una amplia mesa de caoba con ochos sillas a juego. Sobre ella cuelga una lámpara francesa de cristal de Baccarat, de 1850. Y a la derecha, una vitrina empotrada guarda a buen recaudo valiosas vajillas. También hay un cuadro de Carmen Bustamante, amiga de la anfitriona. Y un capital corintio de principios del siglo XIX, que roba protagonismo al mueble que le sirve de pedestal.

Uno de los cierros de esta habitación se asoma a la calle Antonio López, y el otro, a Santiago Terry. Desde el segundo se contempla la Casa Pinillos, actualmente en obras para su adecuación como ampliación del Museo de Cádiz. Teresa hace un alto en el recorrido para expresar su pasión por el patrimonio arquitectónico gaditano. "Me gustaría hacer algo para protegerlo, porque me duele mucho que se estén destrozando casas palacios. Esas fincas, que se suponen protegidas, no están tan protegidas. Se respetan las fachadas y los patios, pero poco más. El resto desaparece porque nadie vela por la preservación de lo que hay en el interior de esos inmuebles. Y me duele mucho que tiren todo, que se pierda esa parte de la historia gaditana. No entiendo, por ejemplo, que sustituyan los portones de clavos por puertas nuevas de tres al cuarto", se desahoga.

La visita continúa. Junto al comedor hay una habitación de invitados, con dos camas, una al lado de la otra. Destacan los cabeceros, de la época de Carlos IV y que han sido restaurados por la pareja. En el dormitorio del matrimonio, lo que resalta es el dosel que envuelve la cama, aportándole un toque diferente y distinguido. A los pies del lecho se posiciona un banco de estilo Luis XVI, del siglo XIX. Y sobre una pared se apoya un enorme cartel cuya autoría se atribuía a Felipe Abarzuza, aunque su dueña cree que lo gestó un autor francés. "Este cartel -nos explica- procede de un bar que había antiguamente en la plaza Candelaria. En total eran cinco y yo tengo tres, los otros dos están en la tienda".

Abandonamos esa estancia para entrar en otra, una con la que sueñan la inmensa mayoría de las mujeres y cada vez más hombres: la que alberga el vestidor. Un enorme armario cubre casi por completo dos de las cuatro paredes, y en el centro del cuarto se ha colocado estratégicamente una chaise lounge o sillón largo. Jiménez indica que el mueble de la ropa ya estaba en la casa cuando la compraron, aunque lo tuvieron que restaurar.

Antes de volver a subir peldaños, entramos en un despacho con sus cuatro paredes pintadas en un tono verde celadón y que alberga un mueble de librería repleto de volúmenes, un cómodo escritorio, un sillón y un elegante reloj de pie.

Miramos, muy de soslayo, la cocina, y apreciamos que los muebles ubicados frente a la puerta son modernos. Poco más.

El primer piso también acoge un tercer dormitorio, otro comedor y dos cuartos de baño, aporta Teresa mientras vamos llegando a la segunda planta. En ella hace una parada para recordarnos que tras las puertas que contemplamos hay mercancía de su negocio de antigüedades.

Es ya en el tercer nivel cuando nos percatamos de que la casa tiene dos monteras, la grande que cubre el patio principal y otra algo más pequeña que aporta luz a la escalera. En este nivel, en esta planta, residía antiguamente el personal de servicio doméstico. Es un espacio con mucho encanto gracias a la reja de barrotes que lo custodia, a su suelo de terracota, a sus azulejos que sirven de zócalo, y a ese sistema de velas blancas que cae de la montera. Ahí tienen su refugio las hijas de la pareja.

Un refugio con jardín, pues a sólo unos metros de la puerta del apartamento está la entrada a la azotea, donde se amontonan numerosas plantas, sobre todo distintos tipos de jazmines. Éste es el rincón preferido de Teresa Jiménez, y explica el porqué: "Me encantan las plantas, me relaja mucho cuidarlas. Y es una gozada sentarse aquí, junto a ellas; sobre todo en primavera, porque en verano hace mucha calor. Desde esta azotea he visto puestas de sol preciosas y lunas llenas maravillosas".

La azotea tiene dos alturas. La parte baja hospeda a la mayoría de las plantas, colocadas alrededor de una mesa y de varias sillas. Y en la parte alta, mucho más espaciosa, una tumbona se tuesta al sol. Cerca queda una ducha, varios rosales y un espectacular reloj que cuelga de la pared. En esta máquina del tiempo se leen dos palabras: Mora y Cádiz. Sí, la anticuaria confirma que este reloj dio las horas en el desaparecido Hospital de Mora.

La hora de marcharse ha llegado. Apetece echar un último vistazo alrededor... Cuesta despedirse de esta casa de ensueño de la que es fácil, muy fácil, enamorarse.

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