Cádiz

La ruta del asedio

  • Un recorrido por el casco histórico gaditano a través de los enclaves más señeros de la novela de Pérez-Reverte

Los caminos de la ficción están empedrados de trocitos de realidad. Los pasos del pasado siempre prometen el futuro. A cada momento, en la senda del presente, encontramos los vestigios de lo que fuimos, señales de lo que seremos. Si es usted capaz de andar e imaginar, de leer y de soñar, de construir en el aire mientras sus pies permanecen anclados a la tierra, será capaz de acompañarnos en este viaje.

Como en toda aventura, también contará con un oráculo. En esta ocasión uno de papel, uno que podrá portar en sus manos o en su memoria: El asedio, la última novela de Arturo Pérez-Reverte. Nosotros proponemos la ruta, una ruta, una de las tantas que podrá trazar gracias a la descripción exahustiva del mapa de Cádiz del XIX que escribe el cartagenero en este libro. Una ruta donde la realidad se salpica de ficción, donde el presente está moteado por el pasado. Nuestra Ruta del Asedio.

M1. [De la Catedral al Arco de los Blancos]

>> Tiempo empleado 2'36''

Comenzamos en la plaza de la Catedral, el templo que aún se construye durante el asedio de los gabachos. Es martes, 27 de abril, y son las once y media de la mañana. Miles de cruceristas recorren la ciudad con mapas ajenos a nosotros, que también los portamos pero con otra misión: la de dibujar una senda con la que recrear ese Cádiz liberal que parió a La Pepa hace 198 años. A paso turista nos encaminamos hacia el Arco de la Rosa y la plaza de San Martín. Nos adentramos en el barrio más viejo de la viejita de occidente, una ciudad que parece recién nacida, con calles empedradas dispuestas al reguardo de los vientos. Por la del Mesón ya vemos nuestro primer destino, el Arco de los Blancos y los restos del antiguo Castillo de la Villa, ese Castillo de los Guardiamarinas que acogerá uno de los momentos más dramáticos de la novela.

M2. [San Juan de Dios y la Puerta del Mar]

>> Tiempo empleado 1'58''

Tras desembocar en Obispo Félix Soto y mirar de reojo la calle del Viento, lugar de uno de los crímenes de la historia, bajamos en busca de la plaza de San Juan de Dios por la calle del mismo nombre. Al fondo se sitúa la Puerta del Mar y a la derecha quedan las típicas callejuelas de Santa María. Si se desea puede uno perderse hasta el callejón de La Gloria o subir hasta el Compás de Santo Domingo y el convento de Santa María, que le dará una vista frontal de la Cárcel Real. Pero volvamos al trazado de nuestra ruta, que después de un minuto y 58 segundos nos ha dejado embocados hacia la calle Nueva.

M3. [El mítico Café del Correo de Rogelio Tizón]

>> Tiempo empleado 3'28''

Tras pasar por Nueva y San Francisco, donde aún hoy se mantiene alguna de las librerías donde Lolita Palma compraba sus ejemplares de botánica, se abre ante nosotros la plaza de San Agustín con su iglesia vigilante. Torcemos a la izquierda para encontrar la calle Cardenal Zapata, antigua calle del Correo, de donde tomaba su nombre el café en el que Rogelio Tizón y su amigo, Hipólito Barrull, una especie de Doctor Watson, jugaban desiguales partidas de ajedrez mientras indagaban qué puede torcerse en la condición humana para que un hombre sea capaz de matar a una muchacha a latigazos. Aunque el café ya no existe lo podrá encontrar fácilmente gracias a la lápida en el suelo con su nombre, como recordatorio de un tiempo pasado que fue mejor.

M4. [Rosario y Santa Cueva]

>> Tiempo empleado 2'00''

Aún con el sabor en la boca de un aromático café imaginario y la ropa impregnada de un olor a tabaco que no existe, enfilamos la calle del Rosario con la misma ansiedad que llevara el paso de Rogelio Tizón cuando comenzara a encajar todas las piezas del macabro puzzle. Aquí contemplamos la iglesia, como deja buena nota la novela de Pérez-Reverte, aunque lo que nos llama la atención es la entrada de la Santa Cueva, uno de los tesoros mejor guardados y más escondidos de Cádiz. Este oratorio cobrará un protagonismo definitivo en la parte final de la novela. Su solería cuadriculada en blanco y negro y los objetos que destacan en el recinto no pasarán desapercibidos para el comisario. El resto... habrá que leerlo. Con media sonrisa entre los labios avanzamos mientras miramos el cronómetro, amigo inseparable en nuestra particular aventura. Del Café de Correos a estos enclaves de la calle Rosario nos demoramos unos dos minutos. Pero, si tienen tiempo, dedíquenle un ratito más a la Santa Cueva y a las obras de Goya que alberga en su interior. Por puro placer.

M5. [En casa de Lolita Palma]

>> Tiempo empleado 2'13''

Aún con ciertas imágenes de la pluma del cartagenero en la cabeza, nos topamos con el punto donde la calle del Rosario se besa con la antigua calle Baluarte, la actual Beato Diego. La abordamos para emprender una búsqueda. Quizás, la búsqueda más hermosa de esta ruta entre la realidad y la ficción. Quizás, la que mejor representa el romance entre estos dos planos de la, por qué no, existencia. La búsqueda de la casa de Lolita Palma. Oteamos cada casapuerta. Esta, no. Esta, tampoco. Ahí está. Esta tiene que ser. Con una belleza decadente de lienzo antiguo examinamos el número 8. La conseguida reja nos deja entrever un patio sostenido por columnas de labrados capiteles. Molestamos a uno de los vecinos. Entramos, por fin. En el flanco izquierdo, casi escondida, una escalera de caracol aspira al cielo. Enfrente de nuestras narices, una escalera colonial, la que, decididos, subimos. En este ascenso podemos contemplar más de cerca el lujo de las vidrieras que prometía la vista desde el centro del patio. Qué fácil resulta recrear a la gaditana burguesa de barbilla erguida y suave taconeo, quizás con su mantilla de franela, seguramente vestida de gris, entre angustiada y expectante revisando los libros en su gabinete de muebles de caoba, rodeada de barcos a escala... Sí, esta es la casa de Lolita Palma, o qué hermoso si lo fuera...

M6. [San Francisco y el Drago del callejón del Tinte]

>> Tiempo empleado en llegar 1'

Con la duda aún vacilándole a la razón, hemos llegado a la plaza de San Francisco. En apenas un minuto hemos desandado el trozo de calle que va de Baluarte a la calle San Francisco para continuar el trazado y enfrentar la plaza. El sol que la abraza con afán también la aleja de esa "penumbra indecisa" pintada por Pérez-Reverte para ambientar otro de los momentos de más tensión del libro. Durante El asedio, el convento de San Francisco tocará sus campanas como preludio de las bombas, será escenario de persecuciones, de encuentros y desencuentros. La plaza se nos antoja más alegre y menos enigmática. A lo mejor, tenemos suerte y nos encontramos con un Pepe Lobo que apenas lleve tres horas en el firme, vestido formal "a tono de capitán corsario en tierra". O, a Lolita Palma, saliendo de misa. Dejando a un lado las ensoñaciones, nos entretenemos en recorrer el terreno y en explorar algo más allá, hacia el callejón del Tinte en busca del drago. "El drago... ¿Se acuerda usted?" El drago pintado en el abanico de Lolita que llamó la atención de Pepe Lobo. El drago que se levantaba en el convento de San Francisco. Frente a él, parece que atisbamos a la señorita Palma sentada en un banco, simplemente, mirando.

M7. [La Alameda, el mejor balcón]

>> Tiempo empleado 19'00''

Dejamos atrás la bulliciosa plaza de San Francisco y su aroma a naranjos y nos dirigimos a Isabel La Católica, la antigua calle del Camino. Esta encrujijada jugará un papel decisivo en la novela cuando su desenlace llame a la puerta. Justo al pasar por la capilla del Caminito, y como un guiño al capitán Lobo, un bergantín de cinco mástiles deja atrás el Faro de Las Puercas y enfila hacia el puerto gaditano, en una estampa que nos hace retroceder en el tiempo para imaginarnos esa bahía repleta de arboladuras, velas flameantes y buques corsarios. Tras una breve visita a la plaza de Argüelles, bautizada como Pozos de las Nieves en aquel Cádiz recreado por Pérez-Reverte, y contemplar la casa de las Cuatro Torres con sus miradores, nuestros pasos se encaminan a una de los lugares más hermosos de la capital gaditana: la Alameda. El paseo nos permite impregnarnos de olor a hierba recién cortada y a roca ostionera, a árboles que se asoman a una balaustrada desde la que se divisa Rota, donde Pepe Lobo y Ricardo Maraña se las verán con la Armada Napoleónica. Este paseo nos lleva 19 minutos y tras situarnos en una iglesia del Carmen de arquitectura colonial y recrearnos en sus espadañas torcemos hacia el Mentidero por la calle Bendición de Dios.

M8. [Al Mentidero, el barrio del jabonero]

>> Tiempo empleado 2'49''

El atrayente sonido del agua nos guía hasta el Mentidero, no sin antes imaginarnos la droguería donde Frasquito Sanlúcar vendía jabones y aceites a Gregorio Fumagal, el taxidermista. Ambos ganarán protagonismo en el libro conforme avance. La plaza se abre ante nosotros lleno de veladores y nos imaginamos a decenas de gaditanos durmiendo al raso para resguardarse de las bombas que los fanfarrones tiraban desde El Trocadero. También se nos viene a la cabeza Lolita Palma dirigiéndose azorada a Pepe Lobo para implorarle su ayuda mientras caminan hacia la línea de la costa. "Concédame que es mucho pedir", dirá el marino en tono agorero.

M9. [De Veedor a San Antonio]

>> Tiempo empleado 2'14''

Parece mucho tiempo para tan corto trayecto. Usted, posiblemente, lo recorrerá en menos. Pero nuestro equipo de exploradores sube y baja buscando alguna huella del Café Apolo. Ese establecimiento que, al parecer, estaba en la esquina con la calle Murguía, era punto de cita de todo aquel que quisiera tomarle el pulso al Cádiz del XIX. Ese mismo café en el que entra Lolita Palma con un ancho antifaz negro de tafetán uno de los pocos días en que a las gaditanas se les estaba permitida la entrada en los cafés. Un día de Carnaval. Y, allí seguimos buscando el habitual bujío del primo Toño, el edificio de cuatro plantas con patio central donde solían hacer tertulia los liberales más exaltados. No nos queremos aventurar a dar un lugar por sentado. Nos distraemos imaginando cuál será, soñando el lugar donde Lolita "para sorpresa del primo Toño y Curra Vilches" decide "acercarse a la mesa de Pepe Lobo". ¿Será en la casa de Lallemand? Puede que no, lo que es seguro es que en este lugar se alojó el duque de Wellington en diciembre de 1812, tal y como atestigua la placa que da enjundia a su puerta. La calle muere en un amplio cuadrilátero. Estamos en la plaza de San Antonio.

M10. [De San Antonio a la casa de la Constitución]

>> Tiempo empleado 2'54''

Si hace un rato, en San Francisco, el sol concedía sus bendiciones, en la plaza de San Antonio parece que brillara por última vez. Turistas a pie y en bici, madres con chiquillos, gente de paso, gaditanos en las cafeterías... La plaza es la antesala magnífica de la arteria principal de la ciudad, la calle Ancha. Lo es ahora, lo fue en el XIX. Pero nuestro destino es otro. Tomamos la calle de la Torre, junto a la iglesia de San Antonio, a la izquierda buscamos la pequeña vía de Santa Inés. Pasan dos minutos largos. Llegamos a nuestro destino provisional, el Oratorio de San Felipe Neri, o lo que se puede ver de él. Los trabajos de rehabilitación del edificio, que debe estar impecable para los fastos del Bicentenario, nos impiden contemplar en todo su esplendor la casa donde nació la Constitución de 1812. Donde peleaban, discutían y acordaban los diputados españoles y americanos que le dieron forma a un texto constitucional que irradiaba nuevas luces, que abría nuevos caminos. Fernández Cuchillero, Mexía Lequerica, Toñete Alcalá Galiano, nombres que pasarán a la historia por su parte de culpa en la conformación de La Pepa, aparecen en la novela en repetidas ocasiones ya que mantienen amistad con los protagonistas. Y es que el mundo que recrea El asedio no es ajeno a los dimes y diretes constitucionales. Incluso seremos testigos de la lectura solemne del texto. De hecho, con este recorrido hemos emulado a aquella comitiva que salió de San Antonio para celebrar el documento del Doce en dirección al Oratorio, donde esperaban los diputados. Esta vez, no encontramos a nadie. Sólo un gran lienzo que cubre las vergüenzas de la construcción.

M11. [San José y el obligado paseo por Ancha]

>> Tiempo empleado 2'08''

Tras recorrer San José y disfrutar con el olor a páginas con solera de la librería Raimundo, nos adentramos en la calle Ancha de hechuras burguesas y que, como entonces, sigue aglutinando buena parte de la vida social de la ciudad. Imaginamos a Lolita paseando con el capitán Virués o los Sánchez Guinea, comerciantes que asisten impotentes al derrumbe comercial de Cádiz, a la pérdida de la exclusividad con el comercio de las Américas, al fin del sueño de una ciudad que nunca volverá a ser tanto como entonces.

M12. [Por Novena hasta la hornacina de San Miguel]

>> Tiempo empleado 4'42''

Descendemos Novena para dar el encuentro con una pequeña escultura que ensombrece la conexión entre San Miguel y Javier de Burgos, la antigua Cuesta de la Murga. Es el mismo San Miguel, triunfal, pisoteando al demonio quien nos espera como quien espera a las cavilaciones del comisario Rogelio Tizón. Allí, en ese mismo punto, cambiará la novela.

M13. [La Viña, la casita del Mar]

>> Tiempo empleado 15'28''

Salimos de San Miguel para llegar a Alcalá Galiano. No llegamos al mercado, preferimos atajar por Hospital de Mujeres para bajar la calle de la Amargura (calle Sagasta). Paramos en seco ante la hornacina de la iglesia de la Divina Pastora, también protagonista en un momento del libro. No les llevará mucho tiempo encontrarla. Pero, pronto, encamínese por los callejones Cardoso, la senda que lleva a la casita del mar. Las acertadísimas palabras del literato actuarán de lazarillo para guiarnos a nuestro destino: "Calor. Mucha luz. Bullicio de gente descalza o en alpargatas que se conoce toda la vida y cuya intimidad no existe. Ojos oscuros, casi árabes. Pieles atezadas de océano y sol. Voces jóvenes y alegres, con el acento cerrado, hermético, de las clases gaditanas más humildes. Hay casas de vecindad de poca altura, gritos de mujeres de balcón a balcón, ropa tendida, jaulas con canarios, niños sucios que juegan en la tierra de las calles estrechas y rectas sin empedrar. Cruces, Cristos, Vírgenes y santos en hornacinas y azulejos, en cada esquina. Olor a mar cercano, a humazo de aceite y a pescado en todas sus variantes: crudo, frito, asado, seco, en salazón, podrido, cabezas y raspas entre las que hurgan gatos con cola pelada de sarna y bigotes pringosos. La Viña".

M14. [Del Campo del Sur a la casa del taxidermista]

>> Tiempo empleado 2'06''

La llegada a La Caleta es un momento sublime. Incluso obviando su protagonismo en El Asedio, sus castillos, básicos en la defensa de la ciudad, sus colmados, sus cantes, sus gentes de mal vivir y sus duelos detrás de Santa Catalina. La Caleta acogerá varios de los momentos más bohemios de la novela, con Lolita Palma envalentonándose junto a Pepe Lobo, como hipnotizada por el Cádiz canalla y nocturno, ese donde el Mulato, uno de los personajes más pícaros de esta historia, se mueve como pez en el agua. Quien decida repetir esta ruta imaginaria puede incluso bautizarse en sus benditas aguas para salir convertido al viñerismo, una religión con muchas fiestas de guardar. Junto al Baluarte de los Mártires adelantamos a un grupo de guiris en bicicleta que disfruta hasta del levante que sopla en la antigua muralla del Vendaval, de algo le viene el nombre. Nuestro caminar nos permite dejar a la izquierda, blanca blanquísima, la iglesia de Capuchinos. Unos metros más adelante bajamos por la calle Garaicoechea hasta llegar a Puerto Chico. Nos introducimos en el barrio de San Juan, otro punto clave en ese otro Cádiz alejado de la burguesía comerciante y las clases pudientes pero que emana autenticidad. En la que fuera la calle de las Escuelas, hoy Obispo Urquinaona, buscamos la casa del taxidermista sin decidirnos por ninguna. De pronto, en un balcón del número 8, unas palomas revolotean y llaman nuestra atención. Sí, podría ser aquí.

M15. [Por Compañía hasta la Catedral]

>> Tiempo empleado 1'10''

Salimos a Compañía y el silencio es expulsado por un clamor de voces vivas en un ir y venir constante por la calle que une el mercado central y la plaza de la Catedral. Pasamos junto a la iglesia de Santiago, cuya torre observa el taxidermista cuando echa a volar sus palomas mensajeras. La plaza se abre limpia y bulliciosa con su templo, que parece casi dibujado a contraluz, sin profundidad. La ruta ha terminado. Una vuelta imperfecta a una ciudad perfecta. 65 minutos que pueden convertirse en muchos más si se profundiza en un Cádiz histórico.

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