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Cádiz

Al mar no le gustan ni las murallas, ni las plazas de toros

  • Las corridas financiaron la conservación de las fortificaciones pero el mal estado de la muralla cerró en Cádiz dos ruedos

La azarosa historia del toreo gaditano está estrechamente ligada a las fortificaciones de la ciudad hasta el punto de que el estado de la muralla ha obligado al cierre de dos cosos taurinos, dándose la paradoja de que la renta de las corridas ha financiado el mantenimiento de la muralla real.

Como estudió detenidamente el profesor Torrejón Chaves, las formidables defensas de Cádiz requirieron una costosa financiación, tanto para su construcción como para su mantenimiento. Había que dotar a la Junta de Fortificaciones de numerosos recursos para mantener las defensas de una plaza fuerte esencial en el reino.

Entre los variados recursos establecidos desde el Siglo XVII -arbitrios sobre entrada y salida de mercaderías en aduana, sobre vino, aceite, vinagre, cerveza aguardiente, mistela, porcentaje en la venta de fincas o en los alquileres- se impuso uno a las corridas de toros.

El coso, situado entre el barrio de Santa María y el mar, sobre el terraplén de la muralla, no era el único establecimiento que pagaba arbitrios para tal fin, también los hubo en tabernas cervecerías, tiendas de comestibles, cafés , botillerías, billares, bochas, reñideros, teatros y hasta tiendas de modistas.

Hasta 1790 pagaron arbitrios los festejos taurinos para tan estratégica obra. Según Torrejón Chaves, llegaron a producir más de 25.000 pesos anuales. Tan rentable era la fiesta para la muralla que en 1792, pese a prohibirse el toreo, se autorizaron celebrar 200 corridas de toros. Por cada función la Junta de Fortificaciones recibía 30.145 reales. Hasta 1805, año en que se clausuró la plaza y comenzó un convulso periodo para el reino.

En 1841 la Junta de Fortificaciones autorizó una nueva plaza de toros, en el mismo paraje: junto a la Cárcel Real. Era de propiedad privada y cada año, antes de la segunda función de toros de muerte, la empresa había de pagar 3.000 reales a la Junta.

Aquella plaza, labrada por Juan Daura en madera y de muy buena calidad y cabida, hubo de clausurarse paradójicamente por el mal estado de la muralla.

El 18 de abril de 1855 el mar venció una vez más a la muralla del vendaval, justo entre la plaza de toros y la Cárcel Real. Se desplomó un lienzo de muralla de 95 varas. Para calibrar la magnitud del desplome, según Francisco de Paula Mellada, en 1851, el perimetro de murallas era de 7.500 varas. El estruendo fue terrible y hasta tembló la tierra, pero no hubo desgracias personales.

Hubo de cerrarse la plaza y en 1860 otro vendaval -además de hundir en Bahía la goleta "Marieta" ahogándose tres marineros y un niño, el laúd "Flor de mayo" del que solamente sobresalía en el agua el mastelero, y el místico "Valiente" cargado de tabaco y azúcar- derribó las últimas tapias que quedaban de la plaza.

El ministro de la Guerra, Leopoldo O'donell, firmó en mayo de 1855 un proyecto de ley dotando más de dos millones y medio de reales para la muralla, y en 1860 se habían labrado 1480 sillares para reparar aquel lienzo,

En 1862 se edificó una nueva plaza en el mismo paraje, una plaza que tuvo más larga vida, hasta febrero de 1915. La costosa reparación entre 1855 y 1860 duró lo mismo que la plaza. El 14 de febrero de 1915 se desplomaron 20 varas de lienzo y en abril la brecha ya era de 92 varas, entre el ángulo de San Vicente y el primer saliente del recinto inmediato a la plaza de toros.

Peligraron la plaza de toros y, de nuevo, la Cárcel Real. Los 72 presos con condenas de importancia fueron trasladados a otras prisiones cercanas. También había otros 60 presos transeúntes a los que hubo que buscarles acomodo. La plaza, también de madera y contrafuertes de fábrica, no sobrevivió al mal estado de la muralla donde se asentaba y en agosto de 1915 se derribaba.

En 1967 se arruinaron dos cascos del coso de Puerta Tierra que daban al mar. El salitre y a humedad oxidó el hierro que armaba el hormigón , pero es otra historia.

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