medio ambiente | 'aparceros sin papeles' en medio del parque natural de la bahía

Todo por la huerta

  • Desde hace 60 años, guardias civiles disfrutan de los únicos huertos que quedan en Cádiz en una salina del parque natural

  • El último se resiste a abandonarlo, pese al proyecto ambiental que impulsa el nuevo dueño

Manuel Sánchez posa en el corazón del huerto del que dice disfrutar desde hace 37 años por su condición de guardia civil.

Manuel Sánchez posa en el corazón del huerto del que dice disfrutar desde hace 37 años por su condición de guardia civil. / Román Ríos

Siempre me intrigó de niño qué se escondía detrás de aquellas cercas de tunas enmedio de esa salina, casi en la linde con San Fernando, en el Parque Natural de la Bahía de Cádiz. Era un misterio quién vivía -si vivía alguien- en aquellas llamativas construcciones de tejados curvos, enfrente de Torregorda. Ahora descubre uno que la salina de Roqueta, más conocida como de Santibáñez, uno de los últimos terrenos rústicos de indiscutible valor ecológico que quedan en el término municipal, vino a ser una especie de Mundo de Juan Lobón en miniatura... suburbano, cutre y a pie de mar.

Durante las últimas décadas, por la salina abandonada y sus alrededores han campado a sus anchas mariscadores y pescadores con licencia o sin ella; recolectores de espárragos, tagarninas e higos chumbos y hasta apicultores; ecologistas de esos que llaman pajareros, ciclistas, domingueros en chandal y aficionados al motocross. Pero también, sobre todo al amparo de la noche, vertedores de escombros, chatarra y basura de todo tipo; chorizos que hacían desaparecer motos robadas, buscadores de sexo clandestino y hasta adeptos a los ritos satánicos -como lo leen-, entre otras subespecies suburbanas. Y como no, cazadores, autorizados o furtivos, y guardias civiles, en activo o retirados. En este último caso, convertidos en hortelanos de fin de semana y festivos.

Porque desde hace casi 60 años, agentes del instituto armado, siempre a título personal, han ido 'heredando' el uso gratuito de un par de huertos en medio de la salina que compró hace unos meses el ingeniero isleño Héctor Bouzo para poner en marcha un proyecto acuícola y de ocio ambiental. Y Manuel Sánchez Nieto, el último de los viejos guardias civiles hortelanos de Santibáñez, se resiste a abandonarlo. Esto está dificultando las labores de limpieza de la finca, en las que el nuevo propietario ya ha invertido mucho más de lo que le costaron los terrenos, impidiendo la construcción de un aparcamiento de uso público que dará servicio al área recreativa colindante y sumándose a la maraña de trámites administrativos y técnicos pendientes de resolución. Como ya avanzó el verano pasado este periódico,el proyecto contempla la recuperación de la salina y el estero, la rehabilitación del molino de mareas del siglo XVIII, el cultivo de microalgas y pescado y otros usos turísticos, de ocio y deportivos respetuosos con el entorno y compatibles con el parque natural.

Héctor logró convencer de que debían marcharse al ocupa de una de las construcciones, a los apicultores que tenían sus colmenas en el puesto de guardia del antiguo polvorín y a un cazador. Pero no a Manuel, que lleva allí 37 años plantando habas, patatas, lechugas, cebollas y hasta frutales." No pienso hacerlo a no ser que me obligue la ley, porque yo soy un hombre que respeta la ley, un hombre de ley", repite con insistencia. Manuel, de 73 años, vecino de San Fernando, natural de Grazalema y con destino en la Comandancia de la Guardia Civil, dice haber consultado ya a dos abogados. "Me han dicho que tengo mis derechos, que por la ley de anclaje tengo derecho a quedarme porque llevo aquí más de 25 años". Ley de anclaje. Así llama Manuel a un supuesto texto legal del que uno no encuentra ni rastro en los portales jurídicos.

El último huevo de Cádiz, Cádiz / MANUEL VIDAL

Pero, ¿cómo es posible que unos guardias civiles se hayan ido cediendo durante seis décadas el uso gratuito de unos dos mil metros de tierra de propiedad privada en medio de un parque natural como el de la Bahía?. Manuel lo explica. Sin mucho detalle, pero lo explica. "A finales de los años 50, la viuda de Pinillos -posiblemente se refiere a Martínez de Pinillos-, que era la propietaria de estas tierras, dio permiso a los guardias civiles del antiguo puesto de El Chato para que plantasen aquí lo que quisieran para su propio consumo en unos años todavía muy duros. El padre de uno de ellos era el encargado de la finca. Así que en los años siguientes, unos guardias se lo fueron cediendo a otros, hasta que llegué yo hace ya 37 años".

El hortelano del parque natural acude a la cita con un 'vecino', que disfruta de un huerto contiguo. Antonio Santos se llama. "Y usted, también fue guardia civil, claro, y también se lo cedieron", plantea uno. "No, no, que va; a mi es que me gusta mucho el campo y la caza, y como vivía al lado de la Comandancia... pues aquí estoy", aclara por fin Antonio.

El huerto de Manuel parece construido con los restos de decenas de naufragios. O de varias inundaciones. O de un vertedero. Las cercas son somieres oxidados y persianas rotas de tres generaciones, el cobertizo está levantado con madera de deriva y palés astillados, varias bañeras sirven de jardineras y en el centro acumula un sinfín de bidones de plástico con agua de lluvia. Manuel muestra cada cultivo, cada frutal, sus gallinas, como si fuese su campito de Chiclana. "Aquí todo es ecológico y siempre ha sido para consumo propio, nunca hemos vendido nada". En el huerto contiguo, más soleado, Antonio ha plantado patatas y tiene sembrado el arenal de jaulas para cazar ratas. Encerrados en unas perreras ladran dos mil leches con pinta de podencos.

Con el cambio de propiedad de los terrenos, la situación permaneció exactamente igual. Por su puesto, con menos papeles que un conejo de campo. A principios de los 70, los antiguos dueños se los venden a la sociedad Construcciones y Promociones de Viviendas Bahía de Cádiz SA, que impulsó la construcción del Cádiz 3, un proyecto de tercera ciudad que afortunadamente cayó en saco roto con el primer ayuntamiento democrático. Y allí siguió el guardia civil que 'heredó' en aquella época los huertos. Hasta que en 1980 se los cedió a Manuel. "Yo entonces llegué a hablar con el señor Jens y me dijo que podía continuar aquí como hasta ahora sin problemas", asegura. Jens Witthaus era el accionista mayoritario de la sociedad y quien cerró su venta con Héctor Bouzo por tan solo 10.000 euros después de que lo publicásemos en este periódico.

"¿Y no intentó comprárselo?", pregunto. "Sí, claro que se lo planteé, pero me advirtió de que si lo hacía tendría que asumir el coste de la rehabilitación del molino y el de varios derribos... y yo estoy jubilado". Manuel se queja del, a su juicio, "destrozo" que están haciendo las máquinas retirando las tunas, una especie invasora que se ha hecho dueña de la salina; de la colocación de vallas con candados y del trastorno que le está generando todo esto. "Al igual que le cedieron el uso de estos terrenos ¿No se plantea cedérselos usted a su actual propietario?". "Yo sólo quiero que me los deje otros dos o tres años", confiesa, "pero si la ley me dice que me tengo que ir, me iré".

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