Cádiz

"Los gaditanos tenemos raíces y alas"

  • El periodista Antonio Hernández-Rodicio recibe del Ateneo el premio Gaditano de Ley y hace un discurso delicioso en el que recorrió el Cádiz americano, el de la música, el mar y el realismo mágico

La presidenta de Diputación, Irene García, entrega la escultura del Premio Gaditano de Ley, al periodista Antonio Hernández-Rodicio.

La presidenta de Diputación, Irene García, entrega la escultura del Premio Gaditano de Ley, al periodista Antonio Hernández-Rodicio. / fito carreto

"Quien tenga la tentación de mirar hacia adentro, que la aleje. Seremos una ciudad más interesante cuanto más miremos hacia afuera". El periodista Antonio Hernández-Rodicio, director nacional de la Cadena Ser, hizo en la tarde de ayer en Diputación un delicioso paseo por el Cádiz americano, por el Cádiz de la música, por el Cádiz del mar y también por el de realismo mágico en el gran discurso que ofreció tras recibir el premio Gaditano de Ley por parte del Ateneo.

¿Qué es ser gaditano de Ley? Si ello significa compromiso con la ciudad y sus paisanos, pasión por sus cosas, rebelión "porque ves que Cádiz aún no está donde quisiéramos", inconformismo "hasta que todos sus paisanos puedan hacer de esta ciudad su proyecto de vida", el deseo de que sea "cosmopolita, culta, elegante...", o si es arrimar el hombro, entonces "sí me siento un gaditano de ley".

Un gaditano de ley incoformista, rebelde, apasionado y al que le gusta arrimar el hombro

"Los gaditanos tenemos raíces y alas. Esta tierra nos dota de unas emociones colectivas muy potentes. Se eleva hasta el infinito la sensación de pertenencia", explicó el periodista, que tiene muy claro que "ser de Cádiz es ser parte de una tribu".

Pero para intentar comprender "por qué juramos cumplir esa ley que nos ata a la ciudad", Hernández-Rodicio hizo el recorrido por ese Cádiz americano , ese que fue punto de encuentro, lleno de apellidos como Parodi, Lasquetti, McPherson, Terry, Cirici o Scapachini por poner varios ejemplos, la de un continente que "con su profunda huella, hizo de Cádiz la ciudad americana y trasatlántica. Y esa es una buena pista de futuro, no solo de pasado".

Explicó que en la Alameda, "en lo que abarcan tres glorietas octogonales con fuentes de azulejo y cerámica vidriada, está contada nuestra historia en mármol y bronce". Allí están los bustos de José Martí, Ramón Power, José Rizal, Miguel Grau, Juan Pablo Duarte, Carlos Edmundo de Ory, "que en el norte de Francia se chupaba los codos porque le sabían a la sal de su tierra", y Rubén Darío.

Es un Cádiz que suena a música donde "existe un talento colectivo, una riqueza y un mestizaje musical que se convierte en cultura cada manifestación".

Es el Cádiz del mar, el de la voz de Alberti o que se llevó al Juan Cantueso de Fernando Quiñones "que evocaba la libertad y a Cádiz como puerto de salida para todos sus sueños". El mar que embarca las pelotas o que marinea para trepar o el del práctico a bordo que el gran Emilio López Mompell decía que tenía poco antes de marcharse definitivamente.

Pero es también el del realismo mágico: "el de los personajes impagables, el del microlenguaje, el del gesto sin medir, la mueca inteligente, la adulación con doble sentido y la crítica de cartón piedra". Es el Cádiz del croqueteo, la del diccionario viviente sin academia y que describió como "la que en vez de enredaderas cultiva bombonas de butano en los balcones, utiliza el mono de astilleros como bandera y presenta armas con cañas del país".

Para concluir, lanzó un mensaje en forma de deseo: "Tenemos que acabar con el malditismo, con la resignación y la moral de derrota. Sintámonos todos llamados al trabajo colectivo". ¿El objetivo? Que "Cádiz sea de ley. De pura y vieja plata de ley". Desde ayer, este periodista también lo es.

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