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Cádiz

Un centenar de funcionarios sin rostro

  • La Aduana de Cádiz, de nuevo en el centro de la polémica por su posible derribo, alberga una gran actividad pese a que muchos piensan que está vacío

La gran escalera en el vestíbulo de entrada del edificio de la Aduana Nueva de Cádiz.

La gran escalera en el vestíbulo de entrada del edificio de la Aduana Nueva de Cádiz. / Lourdes de Vicente

Seguro que es en broma, pero comentan entre ellos los funcionarios que trabajan en la Aduana de Cádiz (en número que los gaditanos ni siquiera se imaginan) que "cualquier día la tiran con nosotros dentro". Reflejan así con humor una realidad: que pocos se imaginan que ese edificio situado entre el puerto y la estación de Adif está densamente ocupado, y no por fantasmas, como alguna otra broma también sugiere. Más de 100 personas trabajan a diario, o tienen su oficina habitual en este inmueble que nos ha sido permitido visitar, que está a dos años de cumplir los sesenta de vida y que ha pasado la última década entre el peligro inminente de derribo, la teórica salvación de la piqueta y ser otra vez blanco de iniciativas que piden su desaparición.

Lo cierto es que ni por un momento ha dejado de tener actividad, y muy intensa. Sin embargo, se podría decir que la inmensa mayoría de la gente piensa que esa casa está vacía. "Cuando digo que trabajo en la Aduana, lo primero que me hacen es una pregunta, ¿pero allí trabaja gente?", cuenta la jefa de dependencia de aduanas e impuestos especiales en la sede de Cádiz, para explicar entre risas su situación.

La plataforma ciudadana que se creó para defender el mantenimiento en pie de la Aduana, cuando se acordó derribarla, defendía que el edificio, vivo exponente de arquitectura franquista de la época, tenía precisamente esos valores de representación de un estilo. La Junta, después de un informe técnico, decidió protegerlo, en una medida que muchos interpretaron como una forma bastante evidente de fastidiar al Ayuntamiento, entonces gobernado por la popular Teófila Martínez. El movimiento que ahora acaba de nacer pide de nuevo su derribo porque considera que no tiene ningún valor arquitectónico ni histórico.

En la sede de Cádiz, los funcionarios no se pronuncian sobre esta polémica. Sin asomo de inquietud por su futuro, se limitan a bromear y agradecen que por lo menos se les pregunte, mientras ocultan sus rostros a la cámara porque, dado su trabajo, es más conveniente que no aparezcan. El mismo parecer expresan desde la Agencia Tributaria, a la que está adscrito el edificio propiedad de Patrimonio del Estado."¿Otra vez con el mismo tema de siempre (el derribo)?", comentan desde Madrid, más escépticos que molestos con la nueva polémica. "Menos mal que nos preguntáis -dicen al periodista-, porque en todo este tiempo nadie se ha dirigido a nosotros, que somos los propietarios. De todas formas, hasta que no tengamos nada oficial no podemos decir nada, no hay sobre qué opinar. El día que nos presenten algo, ya hablaremos, y negociaremos si hay lugar".

Lo cierto es que al entrar en la Aduana, en un primer momento dan ganas de protegerla. Su vestíbulo es señorial, con una gran escalera de mármol negro veteado de blanco y unos pasamanos de latón brillante, rodeada por unas paredes cubiertas de la misma piedra, en esta ocasión rosada, que se reproduce en la amplia primera planta de mostradores al público. Ahí, los funcionarios se mueven en espacios grandísimos y brillantes.

En este lugar que todos dan por vacío, las cifras de trabajadores asombran: 70 están adscritos a Vigilancia Aduanera, 27 a Aduanas y cinco al Tribunal Económico Administrativo, que tiene también su sede gaditana aquí y tramita las denuncias de los contribuyentes contra la Agencia Tributaria. Además de los vigilantes jurados y los miembros de la Guardia Civil. Trabajo no falta, al contrario.

La jefa de dependencia lo relata: "Aquí se hace el control del tráfico de mercancías que pasa por el puerto de Cádiz, Zona Franca y el muelle de la Cabezuela, y no sólo en lo que atañe a impuestos sino a controles como los de sanidad, que los juguetes cumplan la normativa europea y aspectos como la seguridad y calidad del producto, entre otras cosas. Hay que tener en cuenta que por el puerto pasa mucha mercancía perecedera. Aquí se clasifican las mercancías, según el nivel de riesgo por su procedencia, con los precintos verde, naranja o rojo. Hay países que por sí solos ya se les adjudica el precinto rojo, y estos cargamentos se descargan y se revisan por sistema".

Uno de los aspectos que dan más faena es el contrabando de tabaco, en el que la provincia ocupa los primeros puestos a nivel nacional (en cantidad "alucinante", dicen). Y eso incluye las inspecciones en kioscos y bares, cuyas denuncias se tramitan en las oficinas frente al puerto. También alberga la Aduana Nueva una oficina gestora de impuestos especiales, los que afectan por ejemplo a los alcoholes e hidrocarburos, y que generan un índice de fraude notable, como "todos los sectores que tienen subvenciones o exenciones". Desde aquí se controla especialmente a las bodegas para que hagan un uso legal del alcohol

La primera buena impresión que se tiene de la Aduana, con las amplias dependencias de la planta baja, se diluye un poco conforme se va subiendo, debido quizá a que muchas de esas estancias fueron concebidas como viviendas para los funcionarios, y hoy han sido adaptadas a funciones de gestión y, en el caso de Vigilancia Aduanera en la planta alta, de investigación y seguimiento. Precisamente ahí está la que es la única residencia que queda en el inmueble, la que ocupa desde hace 20 años el jefe de la Unidad Operativa del Servicio en Cádiz, Santiago Villalba, único inquilino permanente de tan enorme estructura. "No sé cómo lo hacen, pero a los de Vigilancia Aduanera siempre nos ponen en el ático", comenta.

En ese ático, lo que en los otros pisos es una actividad aparentemente tranquila, se convierte en más agitada. No en vano los agentes del SVA son como "la policía de la Agencia Tributaria", según definición aproximada del propio Santiago Villalba. A su cargo, la lucha contra el contrabando, el tráfico de droga y el blanqueo de capitales. Al pasear por sus laberínticas salas y despachos (señal inequívoca de que eran viviendas) se tiene la impresión de hacerlo por una comisaría: por el deambular ocupado de sus agentes; por las fotos de algunas de las operaciones de incautación más espectaculares ("somos bastante fetichistas", dicen); por la concentrada actitud de los funcionarios que siguen con sus auriculares las escuchas telefónicas; por las taquillas y los armarios para el armamento, e incluso por el calabozo que se encuentra tras una pesada puerta metálica, aunque éste ya hace tiempo que no se utiliza.

Las competencias de la unidad de Cádiz abarcan buena parte de la provincia, desde Jerez hasta Barbate, y la subida del río Guadalquivir. "Por eso hay tanta gente aquí -dice Villalba-, y siempre hay actividad. Y si hablamos de las operaciones en la mar, hay que tener en cuenta que nuestra radio de acción es grandísimo. Hemos llegado a hacer asaltos a buques con droga cerca de Brasil". Tal vez por eso es muy común ver las ventanas de la planta alta iluminadas de noche.

En la parte de atrás de la Aduana hay un añadido casi cuadrado que es la única pieza sobre la que se llegó a un acuerdo de derribo, pero hasta ahora no se ha sabido nada más. En su tiempo, fue depósito de mercancías peligrosas y albergó también dependencias de Correos, que controlaba aquí los paquetes internacionales. Ahora, se utiliza como aparcamiento para los vehículos operativos, coches camuflados e incautados que sirven para seguimientos e investigaciones.

En la Aduana, sus habitantes sin rostro esperan con tranquilidad el resultado de la polémica actual, porque saben que, aunque bromean, no tirarán el edificio con ellos dentro, sino que por fuerza tendrán que construir un lugar nuevo donde se alojen todos los servicios específicos que prestan. Aunque mientras tengan que estar condenados a no mostrar su rosro, ni sus nombres.

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