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Más allá de la tercera edad

Verano indio

  • El aumento de la esperanza de vida implica retos a nivel económico, social y personal

  • Conceptos como prevención, vivienda colaborativa, redes o flexibilidad se muestran claves

El tiempo tendrá otro sentido para los que lleguen a la jubilación dentro de diez años.

El tiempo tendrá otro sentido para los que lleguen a la jubilación dentro de diez años. / julio gonzález

Verás, Margarita, ¿cómo te lo digo? Casarte, te vas a casar. O, para el tema que nos ocupa, a vieja vas a llegar. A bastante vieja. Las barras de proyección estadística pasan sobre tu generación y las venideras como un camión de mercancías, sumando años irreversiblemente a falta de pandemias o catástrofe planetaria. Y las cifras actúan como un rodillo implacable que dice que, entre otras cosas, dentro de 15 años (según el INE) en España tendremos 11.3 millones de personas mayores de 64 años; dentro de 50 años, esa cifra ascenderá a 15 millones.

El encuadre falla a nivel general (en la chirriante descompensación estructural: pensiones, cuidados, mantenimiento) pero, también, desde lo personal. ¿Qué hacer, de repente, con esos años en los que uno no es mayor, o no se siente viejo, pero que entran en la escala de lo mayor?¿Qué hacer con lo que pueden ser treinta años de limbo? "Hasta hace poco, una persona de 60 años era un anciano -apunta Antonio Olmedo, presidente de LARES, plataforma que agrupa entidades de atención asistencial a nivel andaluz-. Ahora no puedes definirlo como tal: un anciano es alguien de autonomía más reducida de lo que uno suele encontrar a los sesenta, ¿alguien de ochenta, noventa, por ejemplo? ¿Qué hacemos con todo ese periodo ganado, en el que ya se nos aparta pero en el que, en la mayor parte de los casos, no somos dependientes?".

¿Recuerdan el acertijo de Edipo, cuatro patas, dos patas, tres patas? Ya no sirve. Los estadios de la vida, a día de hoy, se han volatilizado. Esta nueva etapa ya presente implicará cambios inevitables, empezando por las ciudades -otro punto para hacerlas más accesibles, más paseables-; el dónde y cómo vivimos; las relaciones personales -el concepto familia nuclear tradicional queda, de nuevo, volatilizado: con más años por delante, menos probabilidad hay de encontrar una pareja "para toda la vida"-; la salud y la forma de cuidarnos; los periodos de formación y trabajo -¿quién ha dicho que uno tenga que hacer, o que aprender, sólo una cosa en la vida?-; lo que entendemos, a nivel social, como un miembro válido y activo; o la concepción de nuestro papel en una sociedad que premia (estéticamente, claro; de lo otro, ni hablamos) a la juventud.

La doctora Paloma Navas está convencida de que los estereotipos sociales "son grandes obstáculos para enfrentarnos al cambio demográfico. Imagina que una científica española de 24 años tiene una idea genial, disruptiva, clave para nuestro avance sanitario y social, ¿tiene voz esa chica? ¿La escucharíamos? Yo creo que no". Navas, que desarrolla una consulta de medicina preventiva en el hospital Puertal del Sur de Jerez, está convencida de que nos "perdemos muchas oportunidades de innovar por culpa de nuestros prejuicios de género o de edad. Hay que eliminarlos ya porque sólo lastran nuestro desarrollo. Los pasos en la línea de crear una sociedad más justa e igualitaria van a repercutir a la hora de encontrar soluciones innovadoras no sólo para el aumento de la esperanza de vida, sino también para la superpoblación del planeta, el cambio climático y la degeneración medioambiental, porque tenemos por delante unos desafíos tremendos".

A nivel demográfico, el principal reto es el cómo equilibrar la balanza de dependencias. Desde el grupo Aura, José Ángel Aranda explica que "actualmente, casi todos los recursos del sistema sanitario van al choque, a la agudización. Pero con esta política de convertir a crónicos en agudos estamos matando moscas a cañonazos: sabiendo cuál es la línea demográfica que nos espera, lo más importante es la prevención. Hemos de concienciarnos de que ciertas actuaciones, que no tienen que ser sólo farmacológicas, nos van a ayudar a controlar la salud, a ganar en calidad de vida y a consumir menos recursos que son de todos y van a ser escasos".

"El principal beneficio de este desafío -apunta Navas- es que estamos reconociendo que nuestra salud depende tanto o más de nuestra actitud, nuestros vecinos, nuestro medioambiente o nuestro nivel socioeconómico como de nuestra fisiología, y eso nos va a permitir luchar mejor contra la enfermedad y el dolor. Habrá una perfecta coordinación sociosanitaria e invertiremos en prevención mucho más del 3% de nuestro gasto sanitario".

Aranda subraya también la importancia de la telemedicina, "un recurso muy efectivo a través de la vídeollamada, con un software que permite controlar las constantes vitales en el propio domicilio, con sistema de alerta y alarma... Su progresiva implantación facilitará que la persona mayor esté atendida con muchas garantías y sin abusar del sistema".

A vieja vas a llegar, Margarita. Lo que no sabemos es qué será de ti para entonces: "Las residencias de hoy se pueden comparar con un hotel de tres estrellas. El coste bruto de una plaza sale por encima de los sesenta euros: quien crea que una residencia es un negocio, está muy equivocado", comenta Antonio Olmedo. "Cada vez son y serán menos personas las que puedan acceder a una residencia -indica José Ángel Aranda-. Por eso es fundamental ir adaptando nuestra vivienda a la disminución de movilidad: ducha, barras en el baño, en el pasillo, visibilidad..." Iniciativas como las viviendas colaborativas se configuran, asegura, como el destino inevitable: "No va a haber recursos públicos para todos".

El grupo de investigación Carenet de la UOC ha puesto en marcha el estudio Movicoma para analizar la expansión, naturaleza y características de la vivienda colaborativa. En junio de 2017, se habían registrado 34 proyectos de estas características en el territorio español. Optar por una opción de co-housing -indica el informe- supone ya una opción "activa" frente a lo que se entiende ha de ser la opción convencional: vivir en soledad, con los hijos o en una residencia. Entre las causas de su progresiva implantación están "el crecimiento de la movilidad social, que hace que las personas mayores no quieran ser una carga para los hijos, o que cada vez haya más gente sin hijos que busque alternativas de futuro; la percepción negativa de la residencia, que se contempla como el primer paso para perder autonomía y dignidad; la necesidad de generar nuevos vínculos cuando las redes se debilitan y el seguir teniendo una vida activa, a nivel social y personal".

La edad media de quienes optan por la vivienda colaborativa es de 65 años y el perfil tipo, mujer de nivel socioeducativo alto, que ha trabajado en el ámbito educativo, sanitario o social. Ejemplo de ello es Ana Márquez, del Residencial Puerto de la Luz, en Málaga. "Tengo 72 años, pero desde joven sabía que la vida tenía que cambiar -cuenta-. Sabía que la dictadura no iba a durar para siempre. Sabía que tenía que aprender inglés, porque el inglés era el futuro. En el 63 no había nadie que lo hablara, así que nunca me ha faltado trabajo... Tan claro como tuve aquello, supe que el futuro era esto". En octubre de 2002, ella y su marido hicieron entrega del primer dinero para comprar los terrenos. "Fue un proceso muy largo, con muchísimos obstáculos: obtener los permisos fue muy laborioso, y luego vinieron los años de crisis..."

El Residencial Puerto de la Luz consta de una serie de apartamentos de 50 metros con terraza, aire acondicionado e internet, además de estar equipados específicamente con puertas de ancho especial o suelos antideslizantes. Parque, jardines y huertos se distribuyen a lo largo de 20.000 metros. Cuenta con servicio de limpieza y mantenimiento, vigilancia nocturna y cocina. "No hay empresa que se lleve beneficio alguno, vamos contratando servicios según los necesitamos -explica Ana Márquez-. Hay auxiliares de clínica que ayudan, sobre todo, a las personas con menos movilidad. La médico viene una vez a la semana".

El Puerto de la Luz integra a una asociación que realiza actividades coordinadas con el ayuntamiento, además de los talleres que se ofrecen en el centro. Hacen excursiones frecuentes y proyectan películas tres veces por semana. Cualquier acontecimiento está abierto a familiares y amigos: "Se enriquecen las relaciones, nos ayudamos mutuamente y no estás todo el rato pensando en lo tuyo... Me siento protegida, bien y querida. Yo sólo conocía a la hermana de mi amiga y ahora somos como otra familia. Nosotros no tenemos hijos -continúa- pero los que están aquí y sí los tienen, piensan igual: que no quieren ser una carga. Todos hemos trabajado mucho, sacrificado mucho en la vida... y si nos podemos permitir vivir ahora sin sentirnos de menos, lo vamos a hacer. Creo que esto puede ser el futuro para quien tenga una economía algo resuelta. A nosotros, con un sueldo intermedio, no nos llegaba para una residencia buena".

En ese intento de convertir los años que entendemos "de retirada" en años valiosos, la flexibilidad es la virtud clave: el estar abierto a nuevas formas de pensar, dejar ir viejas redes y construir nuevas. José Ángel Aranda destaca en este sentido la importancia del asociacionismo, "el no quedarse en casa, sino compartir cosas con grupos que tengan temas afines. Hay que cambiar el estereotipo social de que la persona mayor deja de ser productiva, que es una carga económica, que abusa de los recursos. No podemos tener a un tercio de la sociedad apartado: la vejez no es una enfermedad; las enfermedades tienden cada vez más a cronificarse y a no ser definitivas, se puede convivir con ellas de buena manera. Hay que tener un proyecto de vida para esa tercera o cuarta edad".

"Una sociedad en la que el individualismo es la clave del éxito no va a responder bien a las necesidades de una sociedad más longeva. Lo que adultos más mayores hacen y deben hacer es reivindicar su valor en la sociedad y desmontar esas ideas preconcebidas tan negativas -desarrolla Paloma Navas-. Las personas mayores no son pasivas por definición, más bien lo contrario. Si construimos una vida donde nuestro propósito es únicamente el trabajo o el cuidado de los otros nos quedaremos vacíos cuando nos jubilemos o cuando ya no podamos cuidar. Tener un propósito vital es clave, y si ese propósito tiene que ver con mejorar la vida de otras personas, mejor para nuestra salud".

Navas manifiesta su preocupación sobre cómo va a envejecer y tejer redes tangibles la generación adicta al móvil: "Creo que es un riesgo tremendo para la salud, se asocia a peor rendimiento cognitivo, a estrés y ansiedad e incapacidad para concentrarse... -indica-. La adicción al móvil va a ser como la crisis de la heroína de este siglo, y no estamos haciendo nada al respecto. El aumento del aislamiento social no solo se da en personas mayores, también en personas jóvenes. Nos toca trabajar duro y ser valientes para construir una sociedad en la que quepamos todos. Es importante no promover una sociedad atomizada, competitiva y caníbal, porque envejecer ahí sería una pesadilla. El futuro puede ser nefasto o esperanzador, yo abogo y trabajo por lo segundo".

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