Cádiz

Semana Santa secularizada

  • Las imágenes parecen haber quedado en un plano muy secundario ante otros muchos factores que rodean las salidas de las hermandades desde el Domingo de Ramos a Resurreciónl Cada vez se está perdiendo con más normalidad el respeto que merecen las cofradías en la calle

  • Los propios cofrades son, en parte, responsables de ello

El público contempla la salida de Las Aguas al Campo del Sur el Miércoles Santo.

El público contempla la salida de Las Aguas al Campo del Sur el Miércoles Santo. / jesús marín

Prima más el doble paso que lo que va arriba del paso. La Semana Santa ha llegado a un punto en el que todo lo que rodea a lo que debiera ser básico y primordial parece haberle ganado el sitio: la carrera oficial por aquí o por allá, la hora de salida, el doble paso o los dos pasos para atrás, el manigueta y su horquilla... Los hermanos mayores ya hablan sin pudor de no salir a la calle si no se respeta su voluntad horaria o el recorrido de la carrera oficial que quieren; el público premia o castiga sin tapujos lo que presencia, como si fuera un estadio de fútbol; personas que se pelean con músicos detrás de los pasos, cargadores que se pelean con el público al lado del paso... Definitivamente, parece que las cofradías han perdido el pulso con la sociedad y que la Semana Santa se ha secularizado.

Muchas son las opiniones que coinciden en señalar que el público es lo peor de la Semana Santa. Y muy posiblemente no les falte razón. Ya no sólo por los numerosos episodios de gritos, insultos, peleas y otras lindezas que se han vuelto a ver este año; o por los campamentos urbanos que se observan a pie de acera, con calles repletas de sillas de playa desde bastante antes de que llegue una cruz de guía, o con grupos de personas apeándose de los autobuses en Canalejas provistos de sillas de playa y equipaje con todo tipo de víveres. Cada vez son más, por ejemplo, los que no se ponen en pie en señal de respeto cuando pasa un paso procesional ante ellos; o los que ven la Semana Santa de cabo a rabo y en primera fila con una gorra, boina, sombrero o similar.

Lo que ocurre con todo esto es que los cofrades ya no pueden hacerse los sorprendidos con todo esto, ni lamentarse o quejarse al término de cada Semana Santa; porque en buena medida son las propias hermandades y sus representantes los que contribuyen a esta paulatina secularización de la Semana Santa. Por varios motivos:

En primer lugar, desde las hermandades se ha hecho un esfuerzo en los últimos años por 'vender' la Semana Santa como un atractivo turístico, una muestra patrimonial, un folclore, un motor económico que crea empleo y otras tantas cosas que si bien es cierto que van de la mano de la celebración no es, ni de lejos, en lo que deben fijarse ni lo que deben promocionar las hermandades. Y claro, al eliminar o relegar a un plano muy secundario el sentido religioso de la Semana Santa, quién se va a extrañar luego de que el público presencie el paso de cofradías como un mero espectáculo.

En segundo lugar, la Semana Santa viene padeciendo un problema que poco a poco va siendo más notorio y señalado, aunque haga ya muchos años, muchísimos, que algunos vienen denunciándolo: la excesiva lentitud con la que andan los cortejos procesionales en la ciudad. Sin duda, la eternidad que emplea una hermandad cualquiera en pasar por cualquier punto de su recorrido favorece -entiéndase- que el público acuda desde casa provisto con sillas, bocadillos, frutos secos, refrescos...

Unido a esto, los itinerarios definidos por las hermandades también son para analizar la influencia negativa que pueden estar generando en la Semana Santa. Algo que también lleva años señalándose, pero que ni siquiera el cambio de carrera oficial lo ha remediado. Si tres, o cuatro, cofradías de un día concreto deciden discurrir por el mismo exacto itinerario, se favorecen esas acampadas a pie de acera que además dificulta que gran parte del público pueda disfrutar de las hermandades en la calle. La mentalidad de los responsables cofradieros parece ser que si se coge por el mismo itinerario que la anterior se asegura la presencia de público, en lugar de huir por otros lugares y favorecer que el público vaya expresamente a ver una determinada cofradía a un determinado punto, y de ahí se traslade a otro lado, y así toda esa tarde-noche.

Cofradías más ágiles en la calle y sin coincidir con otras durante sus itinerarios posiblemente rebajaría la intensidad de este problema cada vez más en aumento en la Semana Santa.

En cuarto lugar, se viene produciendo también con cierta normalidad una situación en el seno de las propias hermandades que en nada está favoreciendo el respeto luego en la calle a la hora de ver cofradías. Las faltas de respeto y la agresividad en las opiniones que los cofrades lanzan durante el año en nada ayudan a que luego el público contemple sin más una procesión. Dicho de otro modo, ¿si un capataz dice en un vídeo que se hace viral cualquier burrada en torno a la forma de andar de otro paso, cómo pretender después que cuando a alguien del público no le gusta lo que está viendo guarde silencio y lo respete? ¿si un hermano mayor confunde a la ciudadanía culpando a la permanente del Consejo de una carrera oficial que ha aprobado una amplísima mayoría del pleno de hermanos mayores, quién se va a extrañar después de las pintadas en la fachada de la calle Cobos? ¿si una junta de gobierno designa presentador o pregonero a alguien que durante la Semana Santa -porque días antes y a partir del Sábado Santo lo que ocurra en las cofradías le trae al pairo- incendia las redes sociales, qué respeto van a pedir luego los cofrades?

La Semana Santa ha entrado en una clara y preocupante secularización, que deja como algo anecdótico lo que es lo único fundamental de esta celebración: las imágenes titulares de las hermandades y lo que representan (o deberían representar) para quienes las ponen en la calle. Y las cofradías son muy responsables de lo que está ocurriendo. En las manos de los cofrades está empezar a poner los remedios para revertir esta situación, o mantener la peligrosa curva descendente en la que se mueve la Semana Santa en estos últimos años.

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