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Cádiz

Nostalgia de una tierra en elecciones

  • Los gallegos y vascos empadronados en Cádiz no siguen con especial interés los acontecimientos políticos

Unos vecinos en la calle Silencio y un trabajo como camarero en el bar Celta eran las únicas referencias de Olimpio Fabeiro Campos cuando llegó a Cádiz hace 48 años. Sólo poseía una maleta de madera pero, a sus trece años, ya tenía las ideas muy claras: buscaba un futuro prometedor lejos de su aldea, Cobas, en La Coruña.

Hoy, ese niño que abandonó su tierra en contra de los deseos de sus padres es propietario del bar La Rambla desde 1972. A pesar de la distancia, no olvida su tierra. El pulpo y la empanada del mostrador desvelan sus orígenes, al igual que el cuadro que cuelga de una de las paredes con una fotografía donde se puede leer "nuestra casa en Galicia". En La Rambla no es el único gallego, junto a él trabajan su hermano Raúl y el cocinero, Eduardo Ares, también de la misma aldea.

Todos viajan con frecuencia al norte al menos una vez al año. Más de 1.000 kilómetros separan Cádiz de La Coruña. Hoy en día se tarda una hora y media en avión, algo impensable hace 40 años. "Mis primeros viajes duraban tres días", recuerda Olimpio.

A pesar de la lejanía, los gallegos de La Rambla están al día de lo que ocurre en su tierra. "Me gusta enterarme de los diferentes acontecimientos, sigo la prensa y en casa veo la Televisión de Galicia", reconoce. Sin embargo, no le presta tanta atención a las elecciones. "Llevo empadronado en Cádiz desde principios de los 70, voto en las elecciones andaluzas y en las municipales", explica Olimpio quien confiesa que no sigue con especial ahínco las elecciones gallegas. "Unos siguen creyendo en la labor de Fraga, otros en los políticos más modernos, yo me mantengo al margen".

Al margen también se mantiene Arantxa, una donostiarra que se trasladó con su marido y su hijo de dos años y medio a Cádiz hace 10 años. Sus motivos fueron muy diferentes. "Hay mucha crispación en el ambiente, no puedes decir lo que quieres, te sientes acorralado, no hay libertad de expresión", apunta con firmeza. "No te amenazan directamente pero, por ejemplo, si llevas El País debajo del brazo te miran mal". Tanto ella como su marido y su hijo están empadronados en Cádiz, por lo que no votan en las elecciones vascas. A pesar de ello, leen la prensa con frecuencia y están al tanto de los diferentes acontecimientos en el País Vasco, sin embargo, en los temas políticos prefieren desvincularse. "Las cosas han cambiado desde que nos fuimos hace 10 años pero no creo que volvamos", confiesa Arantxa que se ha adaptado perfectamente a la ciudad a pesar de llegar sin conocer a nadie. "Decidimos venir a Cádiz porque era uno de los sitios que más lejos estaba del País Vasco, incluso barajamos la posibilidad de irnos a Canarias".

La mayoría de los vascos y gallegos que residen en Cádiz ya no votan en las elecciones de sus comunidades. Llevan empadronados en Cádiz desde que llegaron prácticamente. Sólo estudiantes y trabajadores desplazados temporalmente están ejerciendo ya su derecho al voto por correo desde las oficinas gaditanas. Sin embargo, a pesar de no votar, sí opinan. En el restaurante Atxuri y en La Cepa Gallega, en la calle Plocia, se reúnen con frecuencia jubilados con raíces cántabras, asturianas y vascas. En estos lugares son comunes las tertulias de temas muy diversos.

Jon Monasterio Anasagasti era hasta hace poco tiempo propietario de Atxuri, negocio con casi 70 años de historia que ahora regenta su hija. Jon llegó a Cádiz a los 17 años procedente de Bermeo (Vizcaya) para ayudar en el bar a su tío. "Vine obligado", confiesa risueño sentado junto a sus dos amigos, Juan Aburruzaga, natural de Plencia (Vizcaya) y Manuel Alcántara, de Pamplona. Todos llegaron hace más de 50 años y, aunque ya no llevan una chapela, conservan algunos rasgos propios del norte, como la forma de expresarse. "Juan, Manolo, venir, que vamos a hablar de las Vascongadas", anima a sus compañeros antes de la entrevista. "Añoro todos los días mi tierra", reconoce al mismo tiempo que es consciente de la actual situación del País Vasco. "A veces, cuando habla con sus amigos de política se calienta", explica su hija. "Te habla con fundamentos y argumentos". En su grupo de amigos, "hay de todo: conservadores, nacionalistas, socialistas, pero nunca hay problemas, se respetan".

Con posibilidad de votar o no en las elecciones, los gallegos y vascos que viven fuera prestan estos días una especial atención a su tierra con el recuerdo de que hace 50 años la abandonaron con una maleta de madera en las manos.

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