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José María Rodríguez Díaz. abogado e historiador del derecho

"Cádiz le debe mucho al mundo teatral"

  • Rastrear la historia. Con 'El Teatro en Cádiz', el autor se aleja del ámbito del derecho y recorre tres siglos de escena en la ciudad

José María Rodríguez Díazabogado e historiador del derecho"Cádiz le debe mucho al mundo teatral"

José María Rodríguez Díazabogado e historiador del derecho"Cádiz le debe mucho al mundo teatral" / fotografías: joaquín hernánde z kiki

Abogado de formación José María Rodríguez Díaz mantiene con la historia de Cádiz una relación que va más allá de la afición - "Los que no somos de un campo pero nos apasiona intentamos ir a la perfección, para que no nos encuentren faltas", dice-. En su conversación se deja entrever su amor por los archivos: ha sido visitador asiduo de muchos y ha clasificado alguno. Este afán le ha llevado a publicar títulos como Prensa y censura. Libertad de prensa en la bahía de Cádiz durante el reinado de Isabel II;Los gremios de la ciudad de Cádiz o La desamortización municipal en la provincia de Cádiz -tema, también, de su tesis-. El Teatro en Cádiz (1608-1910) es el primer libro que publica fuera del ámbito del derecho.

-Por lo que cuenta, que en Cádiz hubiera teatro era casi un asunto de salud pública.

-Ay, es que Cádiz era un universo muy especial. Las Puertas de Tierra marcaban realmente una frontera. Mi abuelo, por ejemplo, que venía de Bornos a tratar cosas de ganado (y que siempre pensó que esta ciudad era un poco "rara"), cuando llegaba tenía que esperar a que se abrieran, literalmente, las puertas de la ciudad: por eso había tantos ventorrillos en extramuros, porque había mucha gente que tenía que hacer noche fuera. Y claro, muchos de ellos, tenían desde antiguo actuaciones.

-El Corral de Comedias del Hospital de la Misericordia fue el primer teatro en Cádiz tal y como entendemos el concepto. ¿Esto era normal, que un obra benéfica de la Iglesia se financiara, al menos en parte, con la farándula?

-No era inusual, aunque probablemente el caso de Cádiz fuera de los primeros. El Hospital de la Misericordia estaba desbordado y necesitado fondos de continuo, así que la iniciativa de Gaspar Toquero, un médico cordobés, fue bienvenida. Una vez se puso en marcha el teatro, los comediantes se contrataban y alojaban en el hospital. Y el programa se amplió, con connivencia de la Iglesia, a los espectáculos de la fiesta del Corpus.

-Llama la atención que incluso existían voces desde dentro de la Iglesia que hablaban de la conveniencia de la existencia de teatros en la ciudad.

-Claro. No había nada que hacer. La gente decía: "Vamos a pasear por lo alto de la muralla", porque casi era el único entretenimiento. Era un finis terrae muy claro y aislado del resto. Si no hay teatros, decían, la gente se divierte en sus casas sin control, "causando grandes ofensas a Dios", era mucho peor. Las pocas atracciones públicas que había, por ejemplo, se desarrollaban en la plaza de San Juan de Dios, y la gente alquilaba casas que tenían derecho a balcón. En el Ayuntamiento se construyó un balcón exagerado para ver los actos, en un símil de lo que ahora sería el palco de presidencia. Aunque, cuando el corral del hospital salió a la venta, uno de los regidores consideró que era de más urgencia establecer una Casa Pública para las mujeres de la calle.

-Vaya. Ganó el teatro.

-Sí, sí.

-A destacar que, en la lista de directores de compañías que visitaron Cádiz en el siglo XVII, hubiera varias mujeres.

-Constan cuatro mujeres en los registros, que aparecen como "autoras" pero que en realidad son lo que hoy llamaríamos "directoras". Las mujeres podían heredar las compañías y ejercían el poder. Alberto Ramos, por ejemplo, dice que las mujeres tenían prohibida la entrada a los cafés pero se conocen casos, como el de un francés o un holandés que tuvo problemas con la ley al meterse con una mujer en uno de estos locales. Y vemos también otras medidas que sorprenden para la época, por ejemplo, cuando llegaba alguna herida al Hospitalito de Mujeres se dejaba constancia de si esas heridas podían atribuirse a un hombre. Y luego estaba el perdón de mujeres, en el caso de que su marido les hubiera pegado, que hay un montón.

-El teatro de comedias fue el primero, pero luego se abrieron dos muy populares, que daban cuentan de las colonias de sus respectivos países: el francés y el italiano.

-El caso del teatro francés es increíble. Estuvo abierto menos de diez años (de 1769 a 1778), pero su presencia en la ciudad fue un acontecimiento. El teatro (de madera, como todos) se levantó en lo que había sido una finca que daba cobijo a muchas familias humildes y, en ocasiones, a la soldadesca. Pero al fin, terminó vendiéndose. La entrada estaba donde estaba la antigua sede de Diario de Cádiz, en la calle Ceballos. Era el único teatro de esta condición que había en Andalucía: Olavide traía obras francesas a Sevilla, pero era un particular. Se hizo un acceso para carruajes que pasaba por el Mentidero y se comunicaba directamente con el teatro. La zona se conocía como el "pequeño Versalles" hasta avanzado el siglo XIX, cuando el barrio era ya un barrio golfo.

-Es sorprendente la gran cantidad de gente que traían estas compañías, ¿no?

-No nos damos cuenta de todo lo que movían: la compañía que llegó había actuado para María Antonieta, y llegó con sus modistas. Todos los que criticaban al teatro francés lo hacían, precisamente, por las modas que traían, "y que la gente en Cádiz no estaba acostumbrada a presenciar". En la calle San Francisco había hasta una librería francesa pero, sobre todo, había muchos sastres, sombrererías, tiendas de guantes, de abanicos... la Inquisición llega a hablar de algo llamado el "cetro roto", que era un bastoncito pequeño y que se asociaba a actitudes contrarias a la monarquía. A nivel social, supuso una revolución. Los franceses trajeron, por ejemplo, a los peluqueros, peluqueros de pelucas, que eran algo muy distinto a los barberos que había hasta entonces.

-Y casi más que el teatro, a los gaditanos les gustaba la ópera.

-El llamado Teatro de la Ópera Italiana existía, como el francés, porque existía un público para el género. Su financiación está aún hoy en día poco clara, y puede entrar dentro de lo que conocemos como prácticas mafiosas dentro de la comunidad italiana -hablamos mucho de los montañeses, pero los italianos tenían tantos comercios como aquellos-. Hay dudas también sobre la titularidad de la famosa Casa de la Camorra. El hecho de que existiera un público para programación en francés o para programación de ópera es la prueba de que Cádiz, más allá de todos los clichés, era una ciudad culta.

-Creo que apenas sabríamos situar todos esos teatros en el mapa.

-En Cádiz tenemos muy poca memoria histórica. Hay rastros en el nomenclátor. Por ejemplo, en la calle Feduchy se ve que era la antigua calle de la Comedia. En la calle Novena es donde estaba el Corral de Comedias (las gentes del teatro estaban adscritas a la Cofradía de Nuestra Señora de la Novena). Y la calle Vestidor se llama así porque es donde estaban los vestuarios -que, por cierto, es donde se agrupaban todos los sátiros de Cádiz, porque es donde se cambiaban las cómicas-. En fin, cuando hablamos de historia de Cádiz, parece que sólo hablamos de la gente que tenía dinero pero dejamos de lado a los sirvientes, a los artesanos, a los marginales... que también existían. De hecho, sobre ellos es sobre quienes estoy escribiendo ahora.

-Siempre se ha dicho que la sociedad gaditana estaba adelantada a su época pero, ¿qué tal la censura?

-Hubo censores famosos, como Adolfo de Castro o Francisco Flores Arenas, que era médico y escritor. Yo creo que los informantes muchas veces miraban hacia otro lado: aquí teníamos, por ejemplo, al mayor vendedor de libros prohibidos, y la Inquisición lo ignoraba por completo.

-Pero a veces se hunde en el pacatismo. Por ejemplo, el Corregidor de Cádiz denunciaba la obra "Macbelit, una traducción de Shapeskare" porque en ella aparecía un regicidio.

-Sí, pero es muy distinto al clima que podríamos encontrar en otras ciudades de provincias de la época.

-Y en el siglo XIX, el número de teatros se multiplica.

-En Cádiz existió siempre una gran afición al teatro, por esas circunstancias geográficas tan peculiares de las que hemos hablado. Y la ciudad le debe grandes cosas a esa presencia constante del universo teatral. Por ejemplo, la Lotería Nacional comenzó a sortearse en el Teatro del Balón. Y la afición por la ópera italiana consolidó los bailes de máscaras. La afición por el teatro estaba muy asentada a todos los niveles: yo, que fui de niño al colegio de la Mirandilla, que se conocía como un colegio para pobres, recuerdo que se hacían representaciones con mucha implicación y con un vestuario muy cuidado, por ejemplo, para ser al fin y al cabo un teatro de aficionados... Esa gran capacidad de reunión que tenía el teatro termina cuando llegó el cine, por eso he puesto la fecha de tope en el libro en 1910. Igual que la afición por los toros, que era el gran espectáculo popular, terminó conforme fue popularizándose el fútbol.

-Quién lo diría...

-Sí, sí... aquí comenzaron a jugar, que yo recuerde, en un club mariano al que, en los años 30, propusieron cambiarle el nombre a Hércules para evitar conflictos... Pero claro, ya había muchos Hércules, y quedaron en llamarlo el Hércules Gaditano. No fue el único caso. También hubo quien dijo que había que cambiar el nombre del club del Mirandilla porque "olía a cera". El que decía eso terminó siendo uno de los responsables de las cofradías en Cádiz...

-Pues menudo cambio de camisa.

-Aquí eso se ha dado mucho, tal vez por cuestión de supervivencia, pero se ha dado mucho... Mire, recuerdo una vez paseando con mis padres, que mi padre hizo un gesto raro al cruzarse con un hombre: "Será uno de esos de la guerra, de los que quemaban iglesias o fusilaban", dijo mi madre. "Que son los mismos, en la mitad de los casos", le respondió mi padre. Aquí se cambiaban las camisas literalmente. No siempre funcionaba, claro. También se dio al revés después, cuando a gente de Falange la veías de repente con el carné del PSOE. A mí, por ejemplo, me han llamado de todo. Facha, también, claro. Y yo me he considerado siempre de izquierdas, aunque nunca de esos que se decían progres... He estado en los sótanos de la Dirección General de Seguridad, que no eran precisamente un sitio muy agradable, y era tan tonto que, cuando salí, le agradecía al vigilante el buen trato que habían tenido con nosotros.

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