Cádiz

Botadura del acorazado Emperador Carlos V

Ada hacía presagiar que el día de ayer se habría de presentar tan apacible, si se tiene en cuenta lo desagradable y borrascoso que fueron los anteriores. La ciudad amaneció luciendo sus mejores galas para vivir la ceremonia de botadura del acorazado Emperador Carlos V, verdadero orgullo de nuestra Marina, y que ha sido construido en los Astilleros Vea Murguía.

El número de forasteros que se desplazó desde distintos puntos de la provincia fue muy crecido, y todas las fondas y casas de huéspedes se llenaron completamente. A primera hora se realizó una inspección de la grada y del estado del mar, operación que corrió a cargo del practico mayor don Bartolomé Rodicio. Poco después los astilleros eran un auténtico hervidero, reinando gran actividad para ultimar los preparativos finales.

Miles de personas, llegadas desde toda la provincia, presenciaron el acontecimiento

El práctico mayor cambió impresiones con el ingeniero señor Fuster, el cual ha realizado toda la planificación de la construcción del navío.

Unas dos mil sillas se habían distribuido en la explanada y la tribuna de autoridades presentaba un exornado y bello aspecto. Poco después de las diez de la mañana se fueron retirando los puntales del buque, dejando los indispensables para que ayuden a mantener el equilibrio de la gran embarcación hasta que llegue el momento en que majestuosamente se deslice en busca del primer contacto con las olas de la bahía. Sobre las doce del mediodía empezaron a llegar las primeras damas, entre las que se contaban las de Ravina, Godoy, González Abreu, García de Castro, Biondi y otras. Sobre las doce y media llegó la banda de música de Pavia, y poco después don Ricardo Noriega, socio de los señores Vea Murguía, portando el hacha de plata que se habrá de utilizar por la madrina en el momento del lanzamiento. El referido hacha tiene una inscripción que reza: Emperador Carlos V: Marzo 11.

A las dos y media, el barco, pausadamente y con solemne gallardía, comenzó a deslizarse camino del mar, mientras de todas las gargantas salían gritos de entusiasmo, repicaban las campanas de la ciudad y las embarcaciones surtas en el puerto hacían sonar sus sirenas.

Fueron unos momentos de entusiasmo delirante, de aclamaciones frenéticas.

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