Diario inédito de un relator apócrifo

Las crónicas de Cádiz (Cap. V)

  • Resumen capítulo anterior: Desde la Isla de León, Diego de Ustáriz se dirige a Cádiz atravesando hermosos paisajes de esteros y salinas. Se detuvo en el Ventorrillo donde pudo apreciar el apoyo incondicional al monarca Borbón Fernando VII.

DON Francisco de Celis, el dueño de este café de Correos en la calle Rosario, siempre me sorprendió. Aun hoy en la mañana, al verlo, joven y apuesto, entiendo que sea tan querido y respetado por todos los que le conocen. Este hombre se ofreció a la Regencia para colocar a mutilados y heridos de la guerra en su casa a cambio de que pudieran hacer algo para ganarse el sustento. Hasta treinta militares inútiles pasaron a trabajar en este café de fama en toda la ciudad.

Y es que los cafés en Cádiz -éstos para los hombres, lo mismo que las confiterías para las mujeres- suponen un lugar privilegiado, un sitio neurálgico donde pasar las horas charlando, verdaderas tertulias donde se desmenuza la situación política, económica y social de una España que se asomaba desde las noticias que llegaban como un alma en pena.

En torno a un patio estaban dispuestas las mesas y a la derecha el billar. Antes de pedir mi chocolate, que es lo que normalmente desayuno en Madrid, pude ojear por fin algunas de las publicaciones que mi buen amigo Antonio Murguía llevaba consigo directamente de su librería: el Diario Mercantil de la mañana y de varios días atrás, El Imparcial de Madrid y el Espectador Patriótico Sevillano.

Antonio estaba ávido de noticias frescas sobre las tierras por donde yo había pasado, quería saberlo todo y además conocer las últimas publicaciones de las que yo podía tener noticias y que se habían editado en Madrid. Pero la lectura de la portada del Diario Mercantil desvió toda posibilidad de conversación porque reproducía el parte que la Junta de Plasencia mandaba a la de Badajoz. Todos los tertulianos esperaron a que una vez leído pudiera contárselo con mis propias palabras.

-La noticia dice que el ejército francés, durante el mes de agosto, ha ocupado la ciudad de Plasencia y desde allí salen partidas a devastar y a robar, incendiando a su paso, dehesas, villas y hasta unas ochenta casas en la Serradilla. Cuenta, del mismo modo, que han quemado el convento de las monjas matando a cuantas personas y animales se encontraron a su paso. Lo mismo han hecho en otros pueblos como Arroyomolinos, Malpartida, La Oliva, Río-Lobos y Garganta la Olla. Registran con escrupulosidad los campamentos que encuentran en campos y montes y no contentos con destruirlo todo, asesinaron sin distinción de sexo ni de edad.

Once personas fueron asaltadas en el camino a Serradilla, los ataron a los árboles y dispararon con frialdad jugando a tirar al blanco.

Todos los que me oyeron cambiaron su semblante. ¿Acaso les resultaba nuevo este trato dado a los españoles en las zonas ocupadas? ¿No conocían quizás las execrables hazañas que hicieron al pueblo aragonés? ¿Aquellos días de junio del año pasado en Zaragoza la valiente, en el que el ejército francés, acostumbrado al robo y la perfidia, batió con su artillería los templos, profanó sus altares, robó y destruyó las imágenes del culto, violaron a las monjas de los conventos, asesinando a sacerdotes y niños?

Algunos cargadores gallegos llevando fardos de café, entraron por la puerta del Correo en ese momento y todos relajamos el rostro compungido. Nos miramos y nos preguntamos, ¿A dónde va a parar todo esto? ¿Cuánto tiempo queda para que seamos los siguientes?

Salí de allí, con el firme propósito de encontrar la casa que buscaba para María, mi esposa, y traerla presta a la ciudad. Era el momento de hacerlo, quizás luego sería demasiado tarde.

Ahora que escribo tumbado en esta dura cama, vienen a mi mente como una ráfaga fría de viento las palabras que le dirigí a Murguía:

-Ciertamente esta España nuestra corre peligro, don Antonio.

- Ciertamente, don Diego.

- Lo que ha ocurrido esta mañana es una prueba de que la preocupación se está apoderando de los hombres de buena fe, y no debemos confiarnos, debemos prepararnos y estar dispuestos…

- Me apena, don Diego, que un aire tan puro y unas aguas tan limpias como los de estas tierras se hallen amenazados por esos infames y violentos…

-He decidido escribir a José María, quizá entre tanta confusión él ponga orden en mi mente, y tal vez me ayude a conciliar el sueño.

Carta a Blanco White:

"Mi querido José María, te escribo desde esta ciudad libre de Cádiz. Libre no sé por cuanto tiempo en vista de los acontecimientos que día a día se producen en el país. Intento desde aquí guardar mi compostura en aras de los ideales más reformistas que siempre me han movido, pero hay asuntos de vital importancia en este mundo de la pluma, que enardecen mi espíritu y hacen que tiemble mi capacidad de resignación.

Leyendo hoy un artículo en el Diario Mercantil, a pesar de lo repugnante de la noticia por lo extraordinario de la crueldad de los soldados franceses, no he podido más que alegrarme de que en esta ciudad alguien escriba sobre la verdad, que no haya miedo de ningún tipo a manifestar las odiosas hazañas y la dura opresión que en nombre de la redención y la libertad nos hacen las tropas napoleónicas.

Cuando algunos decidimos, y así lo acometieron los Estados, comunicar las noticias a través de los periódicos, asentimos que éstos debían ser depósitos de la verdad, pero intuyo que se han llenado de falsedad y falacias sin importar que la verdad saldrá a la luz y quedarán como embusteros. Yo, que pensé que las nuevas luces aportarían transparencia y claridad a los gobiernos, sólo compruebo que están siendo utilizadas por personas que se venden al mejor postor, sin importarles ni la verdad que ocultan ni las víctimas que tras ellas quedan sin sepultar. Pena de Ilustración, que ha servido al emperador bonapartista sólo para su engrandecimiento personal. Ha recortado la libertad de prensa, la ha destruido exagerando sus victorias, disminuyendo sus pérdidas.

Creo que esto no ocurre en Inglaterra, y que allí todo se debate y se discute, imposible mentir sin que la mentira se descubra al poco tiempo.

Nos obligan con sus sartas de falsedades a besar las cadenas que nos oprimen, persuadiéndonos de que con su invasión nos colman de bendiciones. ¡Cuán traidor el Diario de Madrid!, que convierte en ladrones, vagos, asesinos y en manadas de forajidos a nuestros hombres valientes que luchan por la libertad, vendiéndose a José I.

A ti, noble amigo, que huyendo del disfraz de la hipocresía te apartaste de la iglesia, y sufriste como nadie el secuestro de tu hermana enferma en el oscurantismo de la clausura. Amigo del que aprendí todo lo que sé sobre la elocuencia y la poesía y al que apoye firmemente por la creación del Instituto Pestalloziano con Amorós.

A ti te pregunto quién es el verdadero patriota, a ti que te han criticado por afrancesado, aunque sé que jamás has defendido los modos de Napoleón, y que si has juzgado los levantamientos populares, lo has hecho porque has creído en la manipulación del pueblo, a ti te digo que no dudes más, y que te unas abiertamente a esta causa en pos de la devolución de nuestra tierra.

¿Qué puedes decirme de este engaño que me agota? ¿Qué de los que confunden los gritos de libertad del 2 de mayo con los horrores de Robespierrre? ¿Qué me dices de los que escriben y cargan sobre nuestros ejércitos las culpas de los soldados enemigos?

De esto vengo huyendo a Cádiz, de la sagacidad y horror que desde la prensa bonapartista, como El Monitor, destrozan el seno de nuestra patria. Por más que ame la libertad y las ideas de la revolución francesa, no pueden confundirme porque éstas no están en quien pisa el suelo de España, y procuraremos que sean aceptadas a la vuelta del monarca Borbón."

Diego de Ustariz

continuará...

03153017

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