Diario inédito de un relator apócrifo

Las crónicas de Cádiz (Cap. XX)

  • Resumen capítulo anterior: El deseo de escribir sobre todo lo que ocurre en el país a consecuencia de la guerra, lleva a Diego de Ustáriz a cruzar la bahía y dirigirse al Puerto de Santa María. Allí, descubre una ciudad hermosa y preocupada ante la presencia de presos franceses en la zona.

Evaristo Reyes, intendente de la ciudad gaditana quiso quedarse en el Puerto para evaluar los víveres y mercancías con las que podía contarse para el avituallamiento de los ejércitos, sobre todo en lo concerniente a monturas y caballería. Yo, que había pasado unos días en la ciudad portuense, necesitaba continuar mi ruta por otros pueblos cercanos. Decidí hacerlo de nuevo en barco, me apetecía comprobar las defensas exteriores en esta parte de la bahía y, sobretodo, que algún entendido en la materia me describiera la entrada hacía Sanlúcar por el río y los problemas con los que podían encontrarse las tropas francesas si eran capaces de llegar hasta este punto por la otra orilla, atravesando los pinares y dunas de las dehesas de Doña Ana, procedentes de la provincia de Huelva. Dehesas, que gracias al espíritu ilustrado de los duques de Medina Sidonia habían sido estudiadas en los últimos años, por su riqueza en flora y fauna publicándose incluso una relación de las mismas en 1774. Hasta tal punto se ha considerado en los últimos años por la Sociedad Económica de Sanlúcar importante la gran variedad de especies de esta zona, que Boutelou ha iniciado la creación de un jardín Botánico en la ciudad de Sanlúcar, aunque no sé cómo ha quedado este asunto tras la destitución de Godoy, artífice del mismo.

El pateche Oriol estaba listo para salir como todos los días y a la misma hora, con el objetivo de avisar a las tropas apostadas en la costa y guardar las mismas, junto a la entrada de las poblaciones y puertos. A Mariano, su patrón, no le gustaba llevar más pasaje que el de la guardia de turno, sin embargo y debido a la recomendación de Evaristo, pudo hacerme un hueco entre ella.

Saliendo del Puerto hacía la bahía, el Castillo de Santa Catalina, del que sobresale su torre y que en estos momentos presenta gran movimiento en sus alrededores; tiene forma poligonal y orienta sus quince piezas de artillería hacía el Sur.

Pronto el Oriol separó su proa de la costa, alejándose de ella con la intención de entrar de frente en el último punto de la misma Sanlúcar, dejando a nuestra derecha, siempre anotando las indicaciones del patrón del pateche, Rota, el castillo de la Almadraba y Punta Candor. A unas seis millas de esta, la punta de los Corrales, y en la ensenada que hace la costa con la playa, el Santuario de Nuestra Señora de Regla. Mariano, hombre poco hablador, se santigua, y prosigue de forma escueta y concisa su relación de datos.

La mar estaba un tanto revuelta y yo, poco acostumbrado a estas lides, empezaba a sentirme francamente mal, con unas enormes ganas de llegar a tierra. El patrón, que me observaba, me dio un trozo de limón y azúcar para que lo chupara a modo de medicina, debió verme verdaderamente mareado. Estos son los vientos que por aquí llaman virazones y que soplan desde el oeste hacía el suroeste.

Toda la costa presentaba fuertes y edificaciones que, de un modo o de otro, están siendo utilizadas como defensas. Además, la enorme cantidad de piedras que salpicaban la costa hacía muy difícil navegar sin encallar, creo que cualquiera que no conociese la zona tendría graves problemas para cruzarlas. Según mi ya querido Mariano por haber logrado disminuir el malestar que sentía, desde la punta de Malandar no se podía entrar con una embarcación que midiera mas de quince pies, aunque sea pleamar, porque la estrechez del canal solo permite bordear a las embarcaciones menores. Además, las redes que en todo momento están tendidas por los pescadores pueden hacer peligrar el gobierno del barco y llegar a zozobrar.

Para entrar en Sanlúcar con embarcaciones mayores, la práctica de este piloto es notoria y transcribo tal y como me la expone: -"Durante la bajamar hay de dos a tres brazas de fondo, muy poco, y en pleamar hasta cinco, regular, pero no hay más, así que hay que observar que entre Sanlúcar y Bonanza, hay un monasterio muy grande, el San Gerónimo. Este convento debe enfilarse con la sierra de Gibalbin, que está allí dentro, tendida de Norte a Sur, con cuatro picachos. Pues por cualquiera de los cuatro picachos por los que se enfile el canal hasta ver el Castillo del Espíritu Santo se llega, virando entonces a este sur este".

Sanlúcar de Barrameda se encuentra sobre un terreno poco elevado, por no decir llano, bañado en su parte norte por el Guadalquivir, que aquí es salobre y se utiliza para sacar la sal. Hay buenas hortalizas en las zona bañadas por el arroyo de San Antón. También extensiones de secano, donde se siembra cereales y legumbres, aunque según me cuenta Mariano, en tan poca cantidad que hay que traerlos por el río desde Lebrija y desde Sevilla. Pero en lo que destaca la producción de esta ciudad es en sus vinos, que son de tan buena calidad, que se exportan al resto de la península y al extranjero. Lo mismo que se exportan toneles y vasijas de las muchas que se necesitan para la cosecha a Huelva y otros pueblos. Además, hay por aquí una tierra caliza y arcillosa buenísima para realizar los anafes u hornillos portátiles que tienen renombre en toda Andalucía.

Desde el muelle donde desembarcamos arranca el arrecife que me llevó a la ciudad. Hermosas casas con calles anchas y bien definidas, como las de la plaza de la Iglesia , donde se encuentran el edificio de la cárcel y un pequeño cuartel, donde el número de soldados que entraban y salían me pareció alarmante. Continué andando hacia la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la O, lugar en el que había quedado con fray José de Vargas, religioso agustino del santuario de Regla.

Dº Antonio de Murguía, sabiendo de mi interés por recorrer estos lugares y descubrir historias y vivencias de un pueblo amenazado por la guerra, me habló de este fraile con el que se había carteado en alguna ocasión. Parece que había tenido problemas muy graves en la ciudad y mandó a la prensa gaditana su versión de la historia ante el acoso de la justicia de Sanlúcar. Claro que ante este afán de protagonismo fue fácil quedar con él.

Fray José era un tipo grueso y de baja estatura, cuyo rostro daba muestras de ser un hombre al que los hábitos de la clausura no habían magullado. Estaba deseoso de hablar conmigo, y aunque yo recogía acontecimientos e historias que tenían que ver con la guerra, su interés y el nerviosismo del que daba cuenta me intrigaron.

Le dejé hablar y contarme cuáles eran los motivos por los que un fraile de clausura que había hecho una serie de votos andaba metido en pleitos buscando los mejores letrados que pudieran defenderle. Sentados en un banco de la iglesia, el monje desgajó con finura y con ciertos aspavientos, una historia que al menos en lo concerniente a su versión me dejó perplejo. Le acusaban de meter las narices en los asuntos terrenales y materiales de una familia de bien de Sanlúcar, que le había dado toda su confianza como director espiritual. Por supuesto, lo negaba todo, pero intuí en seguida que su desparpajo y sus ansias de hacerse creer eran la respuesta a un sinfín de mentiras y deseo de avaricia, que en nada tenían que ver con su túnica. La manera de hablar de algunas de las damas de dicha familia, haciendo mención de aspectos de las mismas que hasta un caballero hubiera obviado, máxime él religioso y casto, irisó la piel de mis antebrazos.

Recogí todo lo que me contó en mi pequeño diario y me encaminé a una ventilla a dar cuenta de una apetecida y merecida comida junto a la Alcaecería en las tiendas de las Sierpes, donde los montañeses, en ultramarinos de enorme prestigio, despachaban junto a la manzanilla excelentes pescados de la zona.

Tenía muy claro que, antes de marcharme de la ciudad, debía hablar con alguno de los miembros de la familia de la que me había hablado fray José de Vargas, la familia de José Nicolás Montaño y sus hijos políticos, Francisco Fernández Díez y José María Ramos, todos vecinos de Sanlúcar de Barrameda, familia considerada por todos a los que he tenido ocasión de preguntar como ejemplar y sobresaliente en su conducta y elevada en medios y propiedades.

Diego de Ustáriz

Continuará

LA INDUSTRIA VINICOLA

FASES DE DESARROLLO

EXTENSIÓN DE LOS VIÑEDOS SIGLO XVIII EN LAS CIUDADES VINICOLAS DE LA PROVINCIA DE CÁDIZ

PRODUCCIÓN Y PRECIOS DE LOS VINOS EN LA PROVIINCIA DE CÁDIZ Siglo XVIII

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DESCRIPCIÓN DE LAS VARIEDADES DE VID EN ANDALUCÍA SIGLO XIX

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El arreglo de la tierra para plantar las viñas en Sanlúcar EN 1800 :

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