Gastronomía José Carlos Capel: “Lo que nos une a los españoles es la tortilla de patatas y El Corte Inglés”

Diario inédito de un relator apócrifo

Las crónicas de Cádiz (Cap. XIV)

  • Resumen capítulo anterior: La situación bélica en la península ha modificado las rutas y las postas tanto de los correos reales como de los viajeros. María viaja rumbo a Cádiz por caminos peligrosos y decide quedarse unos días en Sevilla para descansar. Una fuerte explosión en la Isla de León ha sobresaltado a la población gaditana.

A primera hora llegó la fragata La Fermina a Cádiz y en ella mi buen amigo Lorenzo al que esperaba desde que llegue de Madrid, es mas, creía firmemente que se encontraría ya en la ciudad a mi llegada, pero su familia me indicó que estaba en Londres y que volvería en esta fecha. Y con Ulloa, llegó lo que la Junta de Comerciantes de Londres mandaba para los buenos patriotas de esta tierra, veinte mil gorros de cuartel, veinte mil botines, treinta y cinco mil camisas, diecinueve mil novecientas noventa y dos pares de medias de algodón, doce mil seiscientas calcetas, dos mil ollas de campaña, dieciséis cajas de medicina, doce cajas de instrumentos de cirugía, cuarenta cajones de hilas. Cantidades que Ulloa, a cargo de la fragata se encargo de registrar nada más atracar el barco, en la aduana.

Lorenzo y yo compartimos en el pasado muchas cosas, él, profesor del instituto pestalociano de Madrid, escribía a veces para nuestro periódico sobre la educación como amante de las doctrinas de Rousseau. Las primeras innovaciones en el campo educativo partirían del propio Príncipe de la Paz. Godoy, alentó la fundación y creación de centros hasta el momento desconocidos en Europa como el Colegio de Sordomudos y el Instituto Pestalociano. Dicho método, creado por Pestallozi en Suiza, se basaba en la observación como método de aprendizaje para los niños y a través de esto, lograr el perfeccionamiento de la enseñanza. Woitel, militar destinado en los ejércitos españoles, trajo el método a España fundando el primer colegio con este sistema educativo dedicado a los hijos de los soldados más pobres del ejército.

En la escuela eran alrededor de treinta alumnos y veinte observadores que pretendían analizar esta nueva forma de enseñanza y sus posibles consecuencias. Asignaturas como la Educación Física, la Química y las Ciencias Naturales se convirtieron en las más importantes que impartían , en donde la experimentación y el cultivo del cuerpo y del entorno eran los objetivos fundamentales del proceso de aprendizaje.

Con este método enseñaban a leer a los más pequeños, no partiendo de la presentación del abecedario, sino con el lenguaje oral, es decir a través de la fonética. Y en vez de presentar los números se les enseñaba el concepto de cantidad en la naturaleza. Enseñar a leer, a escribir, contar y pensar de un modo más conforme a la naturaleza humana y al propio progreso del niño, favoreciendo la motivación frente a los castigos.

Los resultados se vieron enseguida potenciados en positividad. Sin embargo, las criticas de estamentos cuya enseñanza tradicional podía verse desbancada, como las instituciones eclesiásticas y debido a las relaciones conflictivas con Inglaterra y la inminente ocupación francesa, el centro se cerró en Enero de 1808. Lorenzo volvió a su Cádiz natal embarcándose en una de las fragatas de la naviera de su familia.

Desde entonces, habíamos mantenido un estrecho contacto por carta. Los acontecimientos que se habían producido en Madrid pocos meses después de su marcha, le había provocado un intenso resentimiento y rabia. En el fondo, yo que le conocía bien, intuía que el haber perdido la posibilidad de luchar cuerpo a cuerpo con los asaltantes de Madrid, era algo de lo que le costaría sobreponerse. Con apenas treinta años, su madurez y su forma de entregarse a las causas que defendía siempre le hizo parecer más adulto, quizás en algunos momentos más que yo mismo que le sumaba diez años y que jamás mostré ante nadie a cara descubierta cuales eran y cuales son verdaderamente mis ideales.

Se que de buena gana hubiera vuelto a Madrid, si no hubiese sido porque la preocupación y la pena hubiera acabado consumiendo a su madre. Se que hubiera alzado su brazo en la montaña del Príncipe Pio cuando Murat ordenó la represión en Madrid, dictando su durísimo bando y ejecutando a cientos de madrileños. Pero hoy, viéndole aquí en este edificio de la Aduana, reconocido como todo un hombre de negocios que mueve, trae y lleva todo lo que puede para ayudar a este ejercito de patriotas insumisos ante la tiranía, me alegro de que este vivo, pues de seguro, hubiera sido un muerto más de aquellos que en aras de la revolución sesgaron sus vidas para siempre.

Recuerdo aquellos días con una enorme vergüenza. Apenas un mes antes Quintana había fundado el Seminario Patriótico, yo que trabajaba por entonces en la Gaceta de Madrid, me fui de inmediato a trabajar con él. Había leído sus escritos y su obra, las Odas bajo el título de España Libre. Le conocía y era consciente de que sus ideas y las mías iban por el mismo camino. En la prensa de aquellos días, se recogían con regocijo cada paso que Napoleón daba a favor de lo que creímos una exportación de la revolución,- que equivocado estábamos.

Las noticias sobre Dinamarca, Westfalia, Confederación del Rin, Austria y Francia ocupaban las hojas de los periódicos, todo era bueno contra los ingleses que nos habían hundido en Trafalgar. Del reino, los nombramientos de las canónigas de Sevilla, los premios de la lotería y anuncios publicitarios como el del libro de Locked, "La educación de los niños", de venta en la librería Alonso, frente a las gradas de San Felipe. Esos son mis últimos recuerdos de la prensa de aquellos días. No, lo olvidaba, la descripción pormenorizada y extensa del cuadro de la coronación de Napoleón como emperador en Paris, cerraba por entonces las cuartillas.

Y ya no más, más que un clima de intranquilidad y de intriga, de movimientos de uniformes franceses haciéndose con las posiciones adecuadas, los conventos y monasterios llenos de gabachos, nuestras mujeres perseguidas, el tintineo de la lengua franchute en los cafés y los mercados y luego, el bombardeo, el fuego, el humo y los gritos, yo dejándolo todo y refugiándome como un eunuco roto en la casa de los míos. No se donde deje mi amor por lo afrancesado, o tal vez fue el propio francés quien me desenamoro de golpe y porrazo de lo que yo creí la verdad y no era más que un amago de fuerzas, una demostración del terror que los hombres somos capaces de provocar entre los propios hombres. Es mía la vergüenza.

Cuando Pérez Villamil, aristócrata y los alcaldes Andrés Torrejón y Simón Hernández de Móstoles firman y hacen circular un bando lleno de valentía y coraje, no se donde estaba. Las calles eran un griterío incesante y todos abandonamos el periódico no sin terminar de escribir algunas notas por si podía salir el número del día siguiente.

Se que era día de mercado y que los alrededores del Palacio Real estaban lleno de gente, algunos creyeron al ver los coches frente a la puerta principal y a la infanta María Luisa que junto al infante Francisco de Paula iban a ser secuestrados por Murat. Alguien grito traición y todo se complico. En instantes, la compañía de granaderos de la guardia Imperial lleno el suelo de muertos. Aquellos franceses que fueron sorprendidos por las calles cayeron de inmediato acuchillados por el populacho hasta que en la Puerta del Sol, aquellos mamelucos, pertrechados como los otomanos en las antiguas cruzadas, acompañados por los coraceros y dragones embistieron y asesinaron sin piedad a hombres y mujeres que en nombre de un miedo irreverente a la guerra la iniciaron sin querer.

Desde la casa en donde nos encontrábamos, vimos a la muchedumbre dirigirse hacía el parque de artillería de Monteleón donde los capitanes Daoíz y Velarde ya se habían unido a los sublevados. Pero al asalto el parque cayó y con esto la ocupación de Madrid por parte de Murat ya estaba justificada. El día seis de mayo, tuvimos que hacernos eco del bando de Murat.

Lorenzo y yo hemos hablado muy poco de todo lo ocurrido, por eso quería verle, quería contarle lo importante de estar vivo y poder usar su fuerza, su juventud y sus ganas en aras de la libertad. Delante de un café caliente, sentados en el León de Oro, en la calle de la Carne, tuvimos tiempo de deshacer los entuertos de la guerra y de volver a crear el mundo.

Se que puedo contar con él mientras que este en la ciudad, aunque creo que por su talante y sus actividades no pare aquí mucho tiempo.

Intento dormir pero hay mucho ruido en la calle, no es nuevo, de noche, algunos presos enfermos que se encuentran en los pontones son trasladados al Hospital de la Segunda Aguada en extramuros y al de la nueva población de San Carlos. Los carros salen por estas calles hacía el campo de levante y la gente los esperan para insultarlos. Pobres hombres indefensos que hasta ayer fueron vecinos de Cádiz.

Diego de Ustáriz

Continuará

03153017

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