Diario inédito de un relator apócrifo

Las crónicas de Cádiz (Cap. XIII)

  • Resumen capítulo anterior: Diego de Ustáriz recorre el mercado de la ciudad. Un mercado pletórico de productos cercanos y lejanos que se mostraban exuberantes en colores y en olores. María ha salido hacía Cádiz y su esposo se prepara para recibirla.

ME había levantado muy temprano para ir a casa de Félix Hidalgo, teniente de Correo Mayor, en la calle Cobos. Era el responsable del correo y las postas de la provincia y a través de Celis, logré que me atendiera a primera hora con el propósito de acompañarle hasta el Baluarte de los Negros. Allí llegaban las diligencias que habían estado recorriendo los caminos durante toda la noche e intentar saber de María.

Aún no había doblado la esquina de la calle Flamenco cuando un ruido estrepitoso recorrió la ciudad. Estaba claro que algo había explosionado y la gente que en aquel momento transitaba por las calles se paró de golpe temerosos de sus propias vidas.

Nadie sabía decir que pasaba, aunque desde luego fuera lo que fuera que hubiese sido no se había producido en las cercanías más próximas.

Al llegar a Cobos, algunos de los transeúntes que se dirigían a las casas consistoriales tenían alguna noticia más, desde la Torre de Tavira se veía una enorme columna de humo en la Isla de León. El temor acompañaba a todos los que en esos momentos estábamos levantados y despertó a los que no, las ventanas y cierros de la plaza próxima donde se trabajaba en la nueva Catedral se abrieron y todo el mundo se echo a la calle. Solo tranquilizó a la gente el saberse separado por la distancia del lugar donde habían ocurrido los hechos.

Félix Hidalgo, salió a la calle y tan asombrado como el resto de gaditanos, lanzó al aíre una serie de improperios sobre la situación en la que estábamos obligados a vivir sin tener en cuenta que era la primera vez que nos veíamos y que no me conocía de nada. Le costo empezar hablar sobre su cometido en el servicio postal de la provincia, quejándose continuamente de los cambios que tenía que hacer a diario y sobre la marcha para salvaguardar los correos entre la Junta y la zona libre de las manos francesas.

El Diario Mercantil acababa de publicar un aviso al público sobre la situación de los correos por la guerra. Estaba imposibilitado el paso de la correspondencia para Castilla, Galicia, Navarra, Asturias, Vizcaya y Aragón por el camino que lo había hecho siempre, el de Madrid ya que este se encontraba en manos del ejército francés. De tal forma que la Junta Suprema del Reino, había dado órdenes que se utilizase el camino de Levante y que saliera hacía Cataluña, Navarra, Aragón y Vizcaya los días martes y sábados, mientras que por la carretera de Extremadura saliera los miércoles y sábados el que fuera hacía Galicia, Castilla y Asturias. Siempre en horario de siete y doce de la noche. En definitiva desde esta ciudad salían vía Granada o vía Extremadura. Cualquiera diría que las exenciones, privilegios y protección de las que eran beneficiarios, tanto él como teniente, como los oficiales de estafetas, correos de a caballos y de a pie, maestros de postas, postillones y conductores de valija, no eran suficiente para soportar la carga de su trabajo. Entre estos privilegios, la inviolabilidad como autoridad pública del que camina en nombre del rey y porta incluso el escudo de las Armas Reales, como los legados y los embajadores.

La administración y la responsabilidad de las postas y correos, recaía sobre los maestros que se encontraban en cada casa de postas, normalmente una cada cuatro o cinco leguas. Este maestro tenía la obligación de mantener caballos de refresco para el buen funcionamiento del correo postal y dotarlas del material y personal necesario para el tráfico diario de diligencias, que transportaba además de correos a personas. Desde la real cedula del emperador Carlos V, esto había favorecido una excelente comunicación entre Madrid y el resto de la península, sobre todo cuando con Carlos III se abre el nuevo camino hacía Andalucía a través de Despeñaperros. Me imagino que esta ruta que tomé para venir hasta aquí será ahora intransitable y que María habrá tenido que tomar el antiguo Camino Real que desde Madrid atraviesa Toledo, Ciudad Real y accede a Córdoba por Venta del Puerto y Adamúz. Sesenta y una leguas en dieciséis postas, para terminar recorriendo las otras veinticinco leguas hasta Sevilla con sus cinco postas correspondientes.

Salimos hacía las cuestas de las murallas del Baluarte de los Negros dejando atrás el barrio del Boquete donde el trajín de carros, calesas y colleras que subían y bajaban hacía los muelles y hacía extramuros era, a pesar de lo temprano de la mañana, muy numeroso. En las tabernas cercanas a Santo Domingo, la pesca de la noche llegaba presurosa a las cocinas que engalanaban sus mostradores de mármol, de frescas agallas de jureles y sardinas.

Sopranis, Gloria, Goleta, Cartuja, Soto se llenaban de pimpis, aguadores, contrabandistas y marineros que se hospedaban en algunas de las posadas de peor renombre en la ciudad, presurosos por empezar la jornada justo cuando comenzaban a llegar los primeros viajeros en las diligencias.

Félix, tenía la obligación de recibirlas y anotar cualquier tipo de altercado o vicisitudes que hubiera tenido lugar durante la ruta, además de recoger el correo que traía. Bendito el momento en que me acerque a esta collera, traía carta de María, más que carta una simple nota dirigida a la fonda de la Corona, y que allí mismo pude leer:

"Nos encontramos bien pero hemos decidido pasar unos días en Sevilla junto a mi hermano Nicolás y su familia. Necesito descansar. Saldremos para Cádiz en los próximos dias. María"

No solo las noticias sobre mi esposa llegaron con los caminantes, lo que había ocurrido en la Isla de León y que motivó gran preocupación entre los gaditanos era ya de dominio público. Se había declarado un incendio en una de las casas próximas al Cuartel de Batallones de Marina lo que provocó una explosión de uno de los depósitos de repuesto de pólvora que el ejército de tierra tenía guardado en ese lugar. Era la munición que debían usar las baterías del puente de Suazo. Todo esto ocurrió a pesar de que el Capitán General del Departamento había informado de la necesidad de retirar dichas municiones hacía los polvorines de Fadricas y a Punta Cantera, lo que había generado un gran revuelo en la población de la Isla.

Veinticinco leguas me separan de María.

Continuará...

03153017

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