Diario inédito de un relator apócrifo

Las crónicas de Cádiz (Cap. VIII)

  • Resumen capítulo anterior: Diego de Ustáriz recorre las calles de la ciudad gaditana en busca de una casa adecuada para su esposa. Mientras, desgrana, junto a otros hombres ilustrados, la situación a la que lleva España el nuevo monarca José Bonaparte, al que todos consideran una marioneta de Napoleón.

Estoy muy cansado pero no quiero dejar de escribir todo el espectáculo social y político, mucho más interesante que el literario, que ha pasado por delante de mis ojos.

La primera actriz, María Coleta Godínez de Paz, fue discípula de Rita Luna, a la que sustituyó varias veces estando en la compañía de Luis Navarro y que, después de actuar en el teatro de La Cruz en Madrid, pasó a provincias, representando en bastantes ocasiones en esta ciudad alternándose en los papeles con Manuela Carmona.

Ellas, con su carácter burlesco y cómico, han llenado el Teatro Principal de gente que aturdida o entretenida por el sainete y por la coquetería y la moda, deja traslucir tras sus ridículas intrigas, una crítica socarrona al día a día.

Si no fuera por la preocupación que azota mi mente cada momento, hubiera disfrutado de esas escenas costumbristas, que tanto se me asemejan a los cartones para tapices de Goya, al que he tenido el privilegio de conocer en Aranjuez. Es un teatro que encuentra su mejor clientela en esta burguesía acomodada que parece añorar los valores folclóricos del pueblo.

La escena, los gestos y expresiones de los actores, las luces coloreadas, la decoración en fuertes tonalidades de los vestíbulos y palcos, para dar más fuerza a la luz de las candilejas, recuerdan a cuadros barrocos. Adiós al teatro lleno de dramas y tragedias de los últimos años, bienvenido éste de costumbres y raíces populares.

Esta profusión de cultura popular de nuestra tierra no es nueva, es una imagen que se llevan cuantos vienen de fuera. ¿Acaso no recordamos a la Tallien bailando boleros delante del Directorio, recién liberada de la cárcel y ante los revolucionarios arrepentidos? Bailarines que en volatines cierran y abren los diversos actos teatrales, en números sueltos o en intervenciones creadas precisamente para la obra.

En Madrid, en los años posteriores al inicio de la guerra y, sobre todo, desde la primavera de este año de 1809, espectáculos como los toros, el teatro, los volatines, la ruleta y bailes de mascaras, se han vuelto a poner de moda. Es como si con esto quisieran distraernos de los verdaderos y graves problemas que nos acucian. No sólo ha servido de consuelo a los madrileños ocupados, también se veían entrar soldados franceses, que hartos de deambular por los campos de batalla estaban deseosos de una jornada de asueto.

En Cádiz las funciones son diarias, a excepción de los días de Cuaresma y muy variadas en su temática y tipo, sainetes, comedias, zarzuelas y óperas con sus respectivos intermedios.

Y si el 28 de mayo de 1808, después de los extraordinarios hechos ocurridos en Madrid, Morla decretó el cierre del Teatro Cómico, el mismo discurrir de los acontecimientos hizo que volviera abrirse el 25 de julio del mismo año, para celebrar el triunfo de los soldados andaluces en Bailén.

Todas las grandes damas de la sociedad gaditana han estado presentes con sus mejores galas. La Señora duquesa de Rivas, la señora condesa de Villamonte, la marquesa de los Álamos, la marquesa de Sales, la duquesa de Veraguas. Ninguna quiso perderse la celebración en honor de Doña María.

Estas mujeres no están ajenas a los acontecimientos que ocurren en el país y han sido las que mejor han aceptado algunas de las modas liberales que vienen de Francia. Las he visto pasearse entre los salones del teatro y el ambigú como si se tratasen de grandes señoras de la Corte. No les falta ninguno de los elementos de higiene, aseo y adornos que tanto abundan en París, fruto seguramente del rico comercio que esta ciudad ofrece y de la cantidad de productos de los que pueden disponer

Tanto es lo que valoran el aspecto externo, que hasta las menos agraciadas físicamente buscan la belleza a través de artilugios, vestidos y trucos, ignorando los consejos que la Iglesia, consciente del peligro que puede suponer la belleza utilizada como arma de seducción contra el hombre, da en cuanto a que la belleza discreta era la única tolerada. Y por encima del aspecto físico, las cualidades como la modestia, la virtud y pureza.

«Si quieres que tu marido no se canse jamás de tu hermosura o no la mire con indiferencia, conserva siempre la modestia de una virgen»

María siempre huyó de esa belleza típica de apenas unos años atrás, en las que las damas se aclaraban el pelo con lejía y se blanqueaban la cara, el escote y las manos con solimán. Aquellas que aplicaban el colorete a la cara con tanta profusión que acababan asemejándose a arlequines de la comedia italiana. Versalles trajo el uso desmedido de los productos cosméticos, los polvos de arroz, la cascarilla de huevo, los lunares, las cejas pintadas con antimonio. Y del París de Josefina llegó una moda más simple que adoptaron nuestras mujeres con valentía. Una mujer más al descubierto que cuidaba más su propia imagen sin tantos afeites.

Ciertas aguas espirituosas, aceites de olor, perfumes vegetales y prendas del vestir llegaban del extranjero con gran demanda. Pomadas, aguas de colonia, polvos de dientes, vinagres, cold cream, mistión de Mompelas para teñir el pelo. Además de los perfumes en pomadas y jabones Tubereuse, Jaunquille, Rosead, y sobre todo la vainilla blanca y el agua de Taglioni.

Entre los artículos que podían formar parte del baño estaban jabones de muy diversas manufacturas. Jabones de lechuga dulcificada, americano en cajitas de afrecho, jabones finísimos y medicinales, jabones de almendras, de leche, de ácido bórico y de bicloruro. Además de aguas de Violeta, Jazmín y Geranio.

Flotaba sobre el patio de butacas una mezcla curiosa entre perfumes suaves y apenas perceptibles y otros excesivamente fuertes, que me fatigaban y llegaban a hacerse intolerables, como el almizcle y el sándalo. Olores que recuerdo de aquellas amigas que frecuentaban a María, frente al suave aroma del toronjil o lavanda que usaba mi madre y que me relajaba. Como en Madrid, aquí también las damas, llevaban esencias y frasquitos de verbena y lilas con los que mojar sus delicados pañuelos bordados de seda o de lino, con el que en los descansos e intermedios, secaban el sudor que se depositaba sobre los bigotillos.

Tengo algunos de esos olores flotando en mi nariz, aunque ninguno es el olor de María. María huele a los nardos violáceos de Madrid. Mañana será otro día para estar sin ella. Fría es la noche, clara y silenciosa; todo duerme. La playa, el cielo, reposan en un sueño de nostalgia, el sueño del otoño. Aguardemos la llegada del alba. Mañana será otro día, espero que todo salga bien.

Diego de Ustáriz

(Continuara)

SOBRE EL BUEN ORDEN EN LAS REPRESENTACIONES TEATRALES

PRECIOS

CIERRE DEL TEATRO CÓMICO EN CÁDIZ AL INICIO DE LA GUERRA

APERTURA DEL TEATRO TRAS EL TRIUNFO DE BAILEN

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