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Andalucía

Bienvenido Mr. Borbón

  • Cádiz arropa al primer Rey que celebra en la ciudad el texto fundacional del constitucionalismo de nuestro país pese a la decepción de que la seguridad impidiera acercarse al monarca en su llegada al Oratorio

"Mamá, mamá, no veo nada". "Es que no hay nada que ver, hija". Y la niña vuelve la cara sorprendida a su madre, que en la esquina Santa Inés-Sagasta parece buscar algo ante el escrutinio de un policía aburrido destinado a hacer plantón en este preciso lugar durante este maravilloso día soleado. "Entonces, mamá, ¿qué estamos mirando?". Lo que miran y apenas se ve es un pequeño momento para la historia local en el que es posible que sea el Rey el que se baja del coche y que sea saludado, posiblemente, por Griñán y por Teófila Martínez. Madre e hija se encuentran en ese lugar, lejos, pero están compartiendo el instante litúrgico como centenares de ciudadanos que se agolpan en las intersecciones de la calle San José y que, como ellas, no ven nada. Pero están.

La promulgación de la primera Constitución española sacó a la calle, el 19 de marzo de 1812, a centenares de gaditanos. Ayer, justo cuando se cumplían doscientos años de ese relevante hecho histórico, cientos de ciudadanos volvieron a llenar las calles del centro de la capital gaditana, aunque no tanto para festejar la efeméride, sino para cumplir con otro objetivo: ver a sus majestades los Reyes de España. Hace doscientos años, no hay que decirlo, el Borbón al que honraba el texto constitucional estaba muy lejos de Cádiz y cuando regresó, tan deseado, ya sabemos lo que hizo con la Constitución. Cien años después, el Borbón correspondiente, Alfonso XIII, se ausentó por un fallecimiento familiar. Ayer sí, el descendiente de Fernando VII, nieto de Alfonso XIII, entraba en el Oratorio en el que España había hecho un tímido intento de enterrar el absolutismo. El descendiente de Fernando VII entraba en el Oratorio, entre aplausos, como el monarca constitucional y de la democracia.

Pocas fueron las personas que, pasadas las nueve de la mañana, se acercaron a la plaza de España para acompañar a la procesión cívica de voluntarios y ciudadanos en su recorrido por el casco antiguo para desembocar en la iglesia del Carmen, donde se celebraba el Te Deum. En cambio, un par de horas después, resultaba complicado transitar por los alrededores del Oratorio de San Felipe Neri, tanto por la marea de gente que inundaba esas vías como por las vallas que impedían el paso a las calles aledañas al templo.

"¿Pero no vamos a poder darle la mano al Rey cuando llegue al Oratorio?", preguntaba con cierta decepción una señora al agente policial que le impidió el paso en la esquina de Sagasta-Santa Inés y que dedicó su jornada laboral a decir unas tres mil veces "lo siento, está cortada". "Pues en la tele yo veo que los reyes y los príncipes dan la mano a las personas que les esperan cuando van a un acto...", intentó convencer al cuerpo de seguridad, pero fue en vano. "Pues tan salvajes no somos como para no poder siquiera acercarnos al edificio y que el Rey dé la mano a alguien del pueblo", se despidió la ciudadana, decepcionada y algo indignada.

¿No vamos a poder ver de cerca a los Reyes?, fue la cantinela de la mañana, repetida por decenas de ciudadanos en cada esquina que una valla y un agente policial impedían el acceso. Es por ello que muchos se conformaron con colocarse justo en las intersecciones de las calles que cortan San José y levantar sus móviles o cámaras fotográficas para disparar el botón cada vez que pasaba un vehículo. "Iaaaauuu, iaaauuuu. ¡Ahí va el Rey del pueblo!", bromeaba un ciudadano en la esquina San José-Cervantes. Inevitable no acordarse en ese momento de la berlanguiana película Bienvenido Míster Marshall. Coches que pasan, gente que saluda a la carrocería.

Numerosos balcones de los alrededores del templo habían sido engalanados con banderas españolas para recibir a sus majestades los Reyes y al resto de autoridades que ayer se congregaron en el Oratorio de San Felipe Neri. No obstante, también se dejaron ver algunas banderas republicanas en la misma calle del templo. Una de enormes dimensiones lucía en la fachada de la sede de Izquierda Unida, donde también colgaba una pancarta en la que se leía: "Reforma Laboral para la Casa Real". Y otras dos enseñas ondeaban en balcones de particulares. "Esto es una provocación", expresó un transeúnte al verlas. Otro, en cambio, celebró su presencia con un "¡Olé, qué arte de banderas!". Un militante de IU sonreía mientras alguien en la sede daba al play al Himno de Riego: "Bueno, era por darle algo de vidilla a esto". Pero dentro de esa obligada rebeldía, lo cierto es que, cuando llegó el Rey, Riego ya había enmudecido.

Porque Cádiz se comportó ayer de manera muy cívica. El sueño de todo responsable de protocolo. Es cierto que los trabajadores de Astilleros cortaron el puente, pero es que eso en Cádiz forma parte del protocolo. Luego, los gaditanos formaron en modo figuración a los lados del cortejo, o como se llame, de coches e hicieron lo que se esperaba de ellos que hicieran para tranquilidad de esos agentes de seguridad que son 'secretos' y que se mezclan entre el público luciendo todos las mismas gafas de sol, como si las dieran con el uniforme. Es muy divertido preguntarles algo porque todos adoptan un rostro muy serio (hay que tener en cuenta que también los seleccionan por el rictus rocoso) y la única palabra que sale de su boca es 'circule, circule'. Los policías de uniforme, mucho más simpáticos, sí que cuentan que la gente está colaborando y que hay que reconocer que "aquí la gente tiene mucha gracia y se toma cualquier contrariedad con mucho humor".

De muy buen humor no estaba el propietario del bar La Cabaña Rondeña, ubicada en la esquina de la plaza Viudas con Benjumeda. A las doce de la mañana, un agente le impidió acceder a su negocio, una prohibición que lo dejó perplejo: "¿Y ahora qué hago yo, no trabajo hoy? Es mi negocio, ¿cómo no voy a abrirlo? Hay que ver... y luego los impuestos sí que hay que pagarlos...". Sin embargo, la mayoría de los negocios hosteleros del centro no sólo no tuvieron problemas para abrir, sino que hicieron su particular agosto preprimaveral. El tiempo acompañó al mediodía y las terrazas se llenaron. Incluso algunos restaurantes se sumaron a la celebración con platos del Bicentenario, como Casa Lazo, donde ayer se podía degustar arroz de La Pepa.

En calle Ancha, un joven opositor a Educación que no tiene claro si las oposiciones convocadas se llevarán a cabo está con su novia y con su escarapela de Cádiz 2012. Acepta el impulso, el "instinto gregario", que le ha apostado ante esta valla. Está aquí, pero bueno, tampoco tiene una idea de por qué. "Por vivirlo. Y porque no me fío de que el temario que estoy estudiando vaya a ser el que pregunten. Así me despejo". Otro lo tiene más claro: colecciona fotos. Apunta con su cámara digital a ver si 'caza' una instantánea del Rey. Relata que en la última visita del Papa a Madrid lo logró, lo que narra como uno de sus grandes éxitos de congelación de momentos fugaces. "Aunque, la verdad, ni siquiera sé dónde tengo esa foto". Esta no lo va a tener porque el paso del Rey en el coche a las doce y cuarto de la mañana es algo más que fugaz.

Una vez que sus majestades los Reyes y el resto de autoridades abandonaron el Oratorio, se dirigieron a la sede de la Diputación Provincial y, tras la salida del Palacio de don Juan Carlos y de doña Sofía, las miles de personas que, tras las vallas, aguardaban para verlos sólo unos segundos abandonaron el lugar en busca de un bar o restaurante en el que reponer fuerzas, pues las horas de espera fueron duras. Y más aún para aquellos que ni siquiera lograron ver la sombra de los monarcas. "Ni podemos participar en los actos de hoy ni podemos ver a los Reyes... ¡Qué coba nos han dado!", se quejaba una señora en la plaza España.

Y no sería porque no se hicieron esfuerzos. Un abucheo recibió a los Reyes en la ofrenda floral, pero fue una confusión. A quienes se abucheaba era a los fotógrafos y cámaras que tapaban la vista, por lo que, para evitar lo que se podía interpretar como falta de hospitalidad, se cambiaron los gritos por entusiastas vivas al Rey. La gente se subía a las ventanas a ver si pillaba algo. La multitud rodeaba la plaza. Y una mujer declaraba a una televisión que estaba emocionada: "Este Rey es un valiente y gracias a él tenemos Constitución y democracia". "Lo mismito que su tatarabuelo", apuntaba alguien a su lado. Finalizado el acto, Cádiz, radiante, se dispersó en paseos por una ciudad sin obras; Cádiz, radiante, se daba una tregua en este asedio que sufre 200 años después, no por los franceses, sino por las malas noticias.

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