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Semana Santa

El Lunes perfecto revalida su gran mito

  • La tarde, espléndida, volvió a arrastrar a un público multitudinario para disfrutar de la excepcional terna cofrade: Afligidos, Medinaceli y Ecce Homo

LA jornada predilecta y mimada de la Semana Santa comienza temprano. El reloj cofradiero del Lunes Santo se pone en marcha minutos después de las cinco de la tarde cuando la banda de Los Palacios toca Amarguras al misterio de Jesús de los Afligidos después de que un afectado servidor de librea se suba al paso para encajar el tramo superior de la cruz nazarena. Así empiezan todos los Lunes Santos. También, claro, el de ayer. Seguro que debe andar escrito en algún sitio. Este año unas letras de grandes dimensiones colocadas a lo largo de la fachada del templo recuerdan -por si usted no lo sabía- que estamos en la parroquia del Santo Cristo, aunque no lo parezca por el blanco revestimiento que le han dado a sus paredes de hormigón. Pero no pasa nada. Hay una luz preciosa que envuelve la plaza Madre Teresa de Calcuta mientras el cortejo de nazarenos -elegante y orgulloso- despliega sus insignias desperezando a La Isla cofrade. Y huele a incienso, a túnica recién planchada a... ¡Semana Santa!

Empieza así la tarde, la gran tarde de la Semana Santa isleña. Una tarde que gobierna en solitario la hermandad de los Estudiantes durante sus dos primeras horas, que se escapa presurosa por Ancha mientras se llena de afilados capirotes rojos y que en poco más de una hora planta la primera cruz de guía en la Carrera Oficial.

El Lunes Santo de ayer recordó a los de antaño, a aquellos que envidiaban los cofrades de otras jornadas por la suerte que tenían en este día, siempre apacible y soleado, siempre ajeno a los malos ratos que el tiempo hacía pasar a otros. Eso se decía, aunque -claro está- eran otros tiempos. Luego vinieron los años de lluvias, que empañaron también a esta jornada e igualó una suerte cofrade de la que nadie pudo escapar.

Pero aquel comentario que tan extendido estuvo hace unos años, que tanta fama dio al Lunes de Oro de la Semana Santa isleña, encerraba en realidad una verdad mayor que no sólo aludía al buen tiempo que tocaba siempre cada Lunes Santo sino también a la perfección absoluta que esta jornada conseguía alcanzar a poco que brillara el sol.

Es una sencilla ecuación que para dar resultado se vale de la terna cofradiera -del trío de reyes- que en esta tarde se da cita en la calle. Y ayer volvió a ocurrir. La tarde revalidó un gran comienzo -el mejor posible- que podía tener la Semana Santa con una jornada realmente extraordinaria, que supo a poco y que siguió la estela que dejó un excepcional Domingo de Ramos. ¿Qué más se puede pedir? Quizás, solo que ese reloj cofradiero del Lunes no fuera tan rápido, no corriera tanto y no agotara con tanta brevedad los momentos únicos del Lunes.

A las siete buscaba ya el misterio de los Afligidos la salida de la Carrera Oficial mientras la segunda de la tarde, la archicofradía de Jesús de Medinaceli, abría las puertas de la Iglesia Mayor Parroquial y empujaba inevitablemente a la tarde hacia su segundo tiempo.

Cuando el segundo rey del Lunes -Medinaceli- se mostró ante una calle Real repleta de público para hacer brillar al sol el dorado del canasto, el centro se había hecho ya a la medida de la jornada. Era la hora a la que la gente se había echado a la calle a disfrutar de las procesiones de la tarde y en el centro reinaba un gran ambiente.

La archicofradía ofreció una imagen verdaderamente espectacular al avanzar ente los palcos de la Carrera Oficial mientras sonaban las cornetas más clásicas, llegadas de Daimiel (Ciudad Real), tras el Cautivo. En La Isla, ya se sabe, no hay muchas hermandades que opten por este acompañamiento musical para sus pasos de Cristo. Así que para los más puristas -en términos musicalmente cofradieros- es una rara oportunidad que solo vuelve a repetirse el Jueves.

El cambio que en la tarde del Lunes Santo ha dado esta hermandad tras la incorporación del paso de Manuel Guzmán Fernández -y sobre todo con el dorado de la talla, que aún no se ha terminado- ha sido verdaderamente significativo y da buena cuenta de la acertada línea -cofrade, sobria y, a la vez, elegante- que esta hermandad sigue desde hace años.

Así iba ayer Jesús de Medinaceli. Sobrio, elegante... y, sobre todo, muy cofrade. Sin duda, otro de esos momentos memorables que depara esta jornadda aupada a la categoría de mito cofade, toda una responsabilidad para con la Semana Santa isleña.

Ayer, la hermandad dedicó también la salida procesional a la orden de los capuchinos menores, con la que acaba de suscribir una carta de hermandad, lo que además refrenda ese vínculo tan especial que tiene con el convento de las Capuchinas, el eje central en torno al que se articula el Lunes Santo de Medinaceli, donde hace su estación de penitencia y donde se congrega cada año un multitudinario público para disfrutar de un momento realmente único de la Semana Santa isleña. Hacía allí se encaminaba el palio de cajón de la Trinidad cuando dejó la Carrera Oficial pasadas las ocho y cuarto de la tarde. Tan solo habían pasado tres horas desde que la hermandad de los Estudiantes había puesto su cruz de guía en la calle pero la tarde del gran Lunes se agotaba y el reloj cofradiero apuntaba de nuevo hacia una prometedora noche, la segunda que agotó La Isla en la Semana Santa que mejor comienzo ha tenido de los últimos años.

Por las curvas de Capitanía -su camino de siempre- llegaba entonces Pilatos y Jesús del Ecce Homo, el gran paso de misterio del Lunes, que había salido a las siete -su hora de siempre- de la parroquia de la Pastora. Así es cada año, cada Lunes Santo. No hay otra. Es otra de esas cosas que se repite siempre en esta jornada -y esto sí que está escrito en los estatutos de la hermandad- en la que se abre también la Semana Santa pastoreña. Y se hace a lo grande, con un paso de misterio que bien podría resumir por sí solo la esencia entera de la Semana Santa, de esos que gusta verlos andar a los sones de las marchas de la agrupación musical Isla de León, de esos con los que los cofrades disfrutan como niños cuando se arrancan con un buen mecío.

Es lo que tiene el Lunes isleño que aderezan las capas rojas del vistoso cortejo de esta cofradía. Pasadas las ocho y media -en Carrera Oficial hay un pequeño intervalo en esta tarde tras la salida del palio de la Trinidad- los hermanos del Ecce-Homo se adentraban ya en la calle Real. Las hileras de cirios encendidos alumbraban el camino de una prometedora noche que hacía definitivamente su entrada e estas horas y que el palio de María Santísima de la Salud -con la candelería completamente encendida- hacía presagiar también cuando pasadas las nueve de la noche giraba por la esquina de Isaac Peral para dar la vuelta al Lunes de Oro.

Hubo, eso sí, un incidente cuando uno de los acólitos tuvo que ser atendido justo cuando pasaba por delante del palco de autoridades al encontrarse indispuesto.

Aunque por suerte, el apagón de la calle Real que tantas críticas despertó al llegar la noche del Domingo de Ramos al dejar buena parte del centro a oscuras se solucionó ayer. Las farolas, esta vez sí, se encendieron sin ningún problema entre el tramo de la plaza de la Iglesia y el colegio de La Salle.

La jornada consiguió también arrastrar una considerable cantidad de público a la calle, que aprovechó la cálida tarde y la espléndida noche que ayer regaló la primavera para ayudar al Lunes Santo a mantener intacto el título de campeón y revalidar un año más. Porque ayer, el tópico ese que dice que el Lunes es una de las mejores jornadas de la Semana Santa volvió a ser verdad.

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