San Fernando

Política en una fiesta de La Isla

  • Finalizada la conmemoración de los bicentenarios, La Isla debe mirar al futuro de la gran fiesta de Las Cortes tras echar una mirada reflexiva y crítica para analizar el camino recorrido.

A la memoria de mi compañero de estudios, licenciado en Ciencias Políticas por la UNED,

Inmersos en una nueva celebración del 24 de Septiembre y concluido el último hito conmemorativo el pasado 27 de noviembre de 2013 de los "bicentenarios" de las Cortes y Constitución de 1810-1812, tal vez sea esta una buena ocasión para echar una mirada atrás, una mirada de conjunto, reflexiva y crítica con el ánimo, tanto de señalar lo menos positivo como de aquello que, año tras año, ha permitido consolidar una celebración surgida "casi de la nada". Erradicar lo uno y profundizar en lo otro queda como tarea para quien corresponda.

Y, quizás para ello, nada mejor que arrancar desde sus mismos orígenes. Desde que a comienzos de este siglo, Francisco Romero Barea, a quien por cierto la celebración del 24 de Septiembre debe buena parte de lo que es, recibiese como concejal de Cultura el encargo de dotar de contenido esta fiesta, se ha recorrido un largo camino, un camino, a fin de cuentas, del que sólo se conocía el punto de partida, es decir, lo que se quería celebrar, porque fue esta una celebración "inventada sobre la marcha", no en su fondo o en su contenido, pero sí en su forma.

Situados en aquel punto de partida del 2001, el primer objetivo que hubo de proponerse fue un ejercicio de convencimiento -y hasta de autoconvencimiento- sobre lo que se quería conmemorar, porque el núcleo central de esta fiesta había de ser el acontecimiento político protagonizado por los diputados de 1810.

Sin duda alguna, al margen de tal acontecimiento y de los diputados que lo hicieron posible, los vecinos de la villa de la Real Isla de León tuvieron también entonces su protagonismo, aunque muy probablemente sus sentimientos respecto de los cambios que se proponían eran resultado de una situación excepcional, una mezcla de inseguridad y hastío ante los acontecimientos vividos en los años previos a la Guerra de la Independencia (incluido el secuestro en Bayona de la familia real), de patriotismo y defensa de la nación ante el invasor francés y, posiblemente también, al menos entre los miembros más "cultivados" de la población, de esperanza en un mejor porvenir económico, social y político en España, aunque algunos centrasen esas esperanzas en la llegada de los franceses (los conocidos como "afrancesados") y otros, en un nuevo modelo de monarquía (constitucional) y un nuevo monarca, Fernando VII.

En todo caso, al encarar la nueva fiesta, era evidente que la participación de los vecinos de la villa de la Real Isla de León, de los vecinos de San Fernando el 24 de septiembre de 2001, resultaba esencial para iniciar una celebración de la que, como se ha dicho, se tenía claro su fondo: era una celebración esencialmente política y, aunque el asedio a La Isla estaría inevitablemente presente, no se festejaba la victoria en una batalla, ni en la Guerra de la Independencia,... se quería conmemorar los inicios del constitucionalismo en España.

Ciertamente lo primero hubiese sido más fácil, siquiera por la posibilidad de rastrear, a todo lo largo y ancho del suelo peninsular, diferentes fiestas en ciudades y pueblos con un marcado acento guerrero que nos aportarían algunos "aprovechables" antecedentes (piénsese tan sólo en la variedad de poblaciones cuyas fiestas tienen sus orígenes en el período de la Reconquista, las de "moros y cristianos", por ejemplo).

Además, para celebrar la fiesta del inicio de las sesiones de las Cortes Generales y Extraordinarias de 1810 en el Teatro Cómico de la villa de la Real Isla de León, en aquel septiembre de 2001, no sólo no se contaba con antecedentes, sino que, en general, la población desconocía el motivo de dicha celebración, pues durante muchos años había permanecido "secuestrado" en los libros de historia el papel de la Isla de León en la construcción del constitucionalismo español, aunque fuese esencialmente un papel de demolición de las viejas estructuras para levantar un nuevo edificio de libertades.

Así pues, el gran reto era qué hacer, cómo articular en la práctica y presentar a los ciudadanos un programa de actividades que les moviera a estar presentes y a participar en una conmemoración a la que, precisamente, había que llenar de contenido. El conjunto de propuestas, sugerencias, ideas e iniciativas que fueron llegando, conformaron, aceptadas unas y rechazadas otras, un programa en torno a tres ejes principales: el eje político-institucional, cuya manifestación tendría lugar el mismo día 24 de septiembre y en el mismo escenario de las Cortes, el eje histórico que incluía recreaciones políticas (procesión cívica de los diputados, cuadro del juramento) y militares (desfile de tropas, llegada de Alburquerque) y, finalmente, un eje ciudadano que implicaba la participación y asistencia a los anteriores.

Algo más de una década después de aquella primera celebración, la fiesta del 24 de Septiembre parece estar bastante consolidada, y sería conveniente tomar buena nota de lo que haya tenido de positiva porque, ciertamente, se presenta en el horizonte una nueva conmemoración, los doscientos cincuenta años de la creación del Ayuntamiento de la Isla de León en su significado de reunión de concejales (o de regidores, según su denominación en 1766).

No se debería desaprovechar lo aprendido en estos últimos años y, aunque estemos hablando de una efemérides "municipal", no deja de tener un alto componente político al poderse presentar como una consecuencia de la política de la nueva monarquía borbónica en favor del desarrollo y potenciación naval que fue, en definitiva, la que conformaría los antecedentes que dieron lugar a la formación del primer ayuntamiento, permitiendo de esta forma vincular esta celebración con dos aspectos fundamentales en el desarrollo histórico de aquella villa de la Real Isla de León.

Recordemos que fue Felipe V, en mayo de 1729, quien incorporó El Puerto de Santa María y la Isla de León a la Corona, dejando a esta última sin gobierno municipal, presumiblemente porque, por entonces, la población de La Isla estaba integrada por unos pocos comerciantes gaditanos, con huertas y haciendas en La Isla, y por un número más elevado de labradores, colonos y arrendatarios de tales huertas y haciendas.

Si en enero de 1766, Carlos III ordenó la creación del concejo de la real villa, es porque esta contaba ya con una población capaz de cubrir, gracias a la atracción que sobre ella ejerció la Armada y la Construcción Naval, los cargos municipales que requerían el nuevo ayuntamiento. No debería olvidarse por tanto la aportación de ambas a la conmemoración del 250 Aniversario del Concejo de la villa de la Real Isla de León por parte de quienes detentan (o detentarán a partir del próximo año), el poder municipal y de un alcalde, José Loaiza García, que puede conmemorar también, caprichos del destino, el hacer el número cien de los alcaldes que ha tenido, hasta ahora, esta ciudad.

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