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Provincia de Cádiz

Crónica de una adicción

  • Diego, un ludópata de nueva generación, enganchado a las apuestas deportivas por Internet, relata cómo se deslizó hacia el hoyo del juego hasta que ya no pudo salir

"¿Se ausenta del trabajo, la universidad o colegio para poder jugar? ¿Juega para huir de una vida aburrida o infeliz? ¿Se siente desesperado y ansioso por jugar de nuevo cada vez que pierde todo su dinero? ¿Suele jugar hasta que haya perdido su último céntimo, incluido el abono del autobús a casa o el precio de una bebida? ¿Ha mentido para ocultar la cantidad de dinero o tiempo perdido a causa del juego?".

Estas preguntas no aparecen en una página de autoayuda de jugadores anónimos, sino en una página de bingo virtual ubicada en Gibraltar y que cuenta con más de mil jugadores al día en España. Algo así pudo leer Diego G.M., administrativo de Algeciras de 32 años. Si se puso a contestar preguntas, vería que eran todas afirmativas. Calcula que desde que se enganchó a las casas de apuestas deportivas en Internet ha perdido 30.000 euros y casi le cuesta el matrimonio. Ahora acude todos los martes y viernes a un centro de Algeciras para tratar su ludopatía hablando con un monitor que también ha pasado por eso.

Diego forma parte de una nueva generación de ludópatas, los ludópatas en red. "Me costó ser consciente. A mí siempre me había gustado el deporte y jugaba a las quinielas de fútbol, pero encontrar ese mundo en el que se podía apostar por todo era doblemente atractivo".

Al principio, se fijó unos límites. No pasaría de 20 o 50 euros semanales. Era asumible y, de vez en cuando, ganaba. El año en que se casó montó una peña de quinielas con sus amigos, una peña de Internet. Pero no era suficiente. se abrió una cuenta para él solo en el portal. Su mujer sabía que jugaba, pero por primera vez él le ocultó algo y esa cuenta se convirtió en un pozo sin fondo. Hasta que llegaron los extractos de la cuenta y de la tarjeta de crédito. "Yo le dije a ella que lo controlaba, que lo iba a dejar, pero lo que hice fue hacerme con una tarjeta de crédito a mi nombre que ella no pudiera controlar. Y ya iba a hierro. Los cuarenta o cincuenta euros semanales se transformaron en 200, primero, y 300 y 400, después", cuenta Diego, angustiándose según avanza en su narración. "Y ya no ganaba nada porque todo lo que acertaba lo volvía a meter de inmediato. Hasta entonces sólo había apostado al fútbol o al baloncesto, deportes que me gustaban y controlaba, pero en esta nueva fase me daba igual, apostaba por cualquier cosa, de carreras de galgos a hockey sobre hielo".

Había entrado en la fase definitiva de la adicción. La mayor parte de sus horas de trabajo las empleaba en estar conectado, pendiente de los resultados. "Se había convertido en una actividad que me llevaba la mayor parte de mi tiempo". Primero se lo dijo a su madre y a su hermana. A toda costa quería ocultárselo a la mujer. Acudió a un psicólogo y, cuando se creía recuperado, se lo contó a su mujer. Y, de repente, "zas, de nuevo. Otra vez. Voy a jugar sólo un poco, pero controlándolo, me decía. Volvieron las mentiras, volví a ocultarle a mi mujer lo que hacía". Dice irónicamente que "los jugadores somos inteligentes. Pese a que estaba controlado por casi todos los frentes, me buscaba las fórmulas para poder seguir jugando". Crecía la adicción, crecía la ruina, pero también crecían las casas de apuestas y las posibilidades de jugarse el dinero. Campañas de publicidad por todos lados, en los programas deportivos invitando a apostar por los fueras de banda, por las tarjetas rojas, por los minutos de descuento. Casas de juego en las camisetas de los equipos. "Todo me llevaba a la recaída hasta que mi mujer dijo basta". Y el 'basta' significaba o el juego o yo.

Ocurrió hace nueve meses, el tiempo que Diego lleva yendo a los grupos de autoayuda. Nueve meses sin jugar, poco tiempo, reconoce. "Estoy todavía en la primera fase. En la segunda el ludópata se convierte en monitor y ayuda a los que vienen a salir del problema, tal como hace ahora mi monitor conmigo. Intercambiamos experiencias y vemos cómo todos, seamos adictos a las tragaperras, al bingo o a cualquier otra cosa, tenemos una trayectoria muy parecida. Caer en el juego es relativamente sencillo, es deslizarse en algo que parece inocente hasta que deja de serlo".

La familia acude con él al centro de rehabilitación. Están en otra sala. Expertos les explican cómo tratar al adicto. "El primer paso, como en todo, es reconocerlo. No es que vaya diciendo que soy un ludópata, pero mi entorno lo sabe, no lo niego. Es una forma de empezar a salir".

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