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Provincia de Cádiz

Luces y sombras de Pacheco

  • El hombre de 65 años que ahora mismo está en prisión fue un buen alcalde la mayor parte del tiempo, pero no supo reconocer el momento en el que apartarse

Este triángulo político ha acabado como cualquier triángulo amoroso: todos los vértices de la relación se odian entre sí. Ese desencuentro entre el alcalde y las dos alcaldesas que ha tenido Jerez en los últimos 35 años, esa visceralidad cercana al odio que se profesan entre ellos se ha cobrado su primera víctima en Pedro Pacheco, preso en Puerto 3 desde el mediodía del viernes por un hecho abiertamente menor, si se compara con las sospechas que han acompañado su gestión desde que en 1979 tomó las riendas de una ciudad en la que colgaban bombillas para alumbrar las calles y donde el alcantarillado era casi inexistente, una ciudad que apenas si había cambiado su fisonomía en veinte años. Es difícil transportarse desde el Jerez actual al Jerez de 1979 porque su transformación, para bien o para mal, es un escenario de ciencia ficción. Y el responsable directo de algunas de esas buenas cosas y de algunas de esas malas cosas es Pedro Pacheco, que se empeñó desde su municipalismo principesco -en el sentido maquiaveliano- en desempeñar una alcaldía de autor. En la que su obra sería el Jerez del siglo XXI.

Para maravillarnos de la dimensión del tiempo vamos a trasladarnos a 1979. Un joven Pacheco, 29 años, se encuentra al frente de una ciudad del sur, su ciudad, la que olía a vino, la ciudad de la aristocracia rancia y de los tabancos de los obreros, que terminaba en el estadio Domecq, junto al antiguo cementerio. El Hontoria era un jardín a las afueras y el Hotel Jerez, un hotel en la carretera de Sevilla. Hoy, el Hotel Jerez se anuncia como un hotel en el corazón de la ciudad y es uno más de los muchos existentes. En 1979 era el único, hostales de la calle Arcos aparte.

Pues en aquel año los jerezanos, un poco desconcertados por los cambios experimentados en el país, acuden a las urnas para votar a su alcalde, una circunstancia extraña porque hasta entonces el que nombraba a los alcaldes era el gobernador civil. De aquellas elecciones surge una amalgama de siglas en las que el joven Pacheco, el chaval de la Caja, es el más votado por poco. Si lo comparamos con la agarrada de pelos que supuso el empate técnico de las elecciones de 2003, cuando Pacheco pierde sus primeras elecciones locales, comprendemos qué es lo que se ha hecho rematadamente mal en los últimos diez años. Dijo Pacheco en una entrevista con motivo del 30 aniversario de las corporaciones locales democráticas: "Veníamos de la ideología y nos encontramos con un asunto un poco más serio: que había vecinos sin agua. El franquismo había abandonado las ciudades, que se habían deteriorado. Y sin dinero. A nadie se le ocurría preguntar cuánto pagan aquí como se hace ahora; la gente preguntaba en qué puedo echar una mano (...) Nunca volví a vivir el ambiente de aquella primera legislatura. Convivíamos, nos reíamos, trabajábamos juntos en todo".

Y ese fue el inicio de una larga amistad, como en Casablanca. Pero como ocurre en el final de Casablanca, nunca supimos qué pasaba después del final. Y pasaron muchas cosas. En las siguientes elecciones Pacheco, que había dado un alumbrado digno al centro, que había dado alcantarillado, ganó de calle. Si uno tiene treinta y pocos años y se convierte en un hombre bendecido por las urnas, querido en su ciudad, omnipotente en su poder local y atractivo para el poder regional puede sentir cierto vértigo. Con treinta y pocos años, los mismos que tiene su admirado Pablo Iglesias en la actualidad, Pacheco se comía el mundo, se enfrentaba a quien hiciera falta. Se podía cargar la fiesta de la vendimia porque era una fiesta de señoritos o podía cambiar el Real de la Feria para no ver, como había visto, los coches de los grandes señores metiéndose en el Real para acudir a sus casetas exclusivas a tomar los mariscos mientras los demás se sentaban en los bancos a tomar tortillas y pimientos. Pacheco, con la suficiente inteligencia para dar una de cal y otra de arena a la caspa de la ciudad, ejercía de Robin Hood.

Puede parecer extraño a los ojos de hoy, donde los bloques fantasmas pueblan la periferia, pero hubo un tiempo en que uno de los grandes problemas de la ciudad era la vivienda. No se podía acceder a una vivienda porque no había. Jerez era una ciudad hacinada. Pacheco, en su versión Robin Hood, planteó una de sus múltiples batallas contra el poder exterior. Siempre, decía Maquiavelo a su príncipe, es necesario buscar una amenaza exterior. En eso Pacheco, siempre muy leído, era un alumno aventajado. El enemigo que se buscó para el conflicto de los pisos de los maestros era un tipo bastante torpón, sin muchas luces, llamado Mariano Baquedano, gobernador civil de la época. Fue un enfrentamiento muy bonito. Policías locales escoltan a familias necesitadas para que tomen al asalto viviendas de profesores de EGB sin profesores de EGB. Visto hoy, es Podemos total. El gobernador civil envía a la Policía Nacional y Pacheco llama "chorizo" al gobernador civil. ¡Chorizo! Hoy suena a insulto infantil. Querella que te crió que Pacheco sazona con la justicia es un cachondeo y, como la justicia, entonces, y un poco ahora aunque sólo sea por su retraso, era un cachondeo, el pueblo se pone de su lado y hay manifestaciones. Acaba de nacer el mito Pacheco y él no ha cumplido los 40 años.

La justicia es una racionalización de la venganza. Ahora que la justicia se ha cobrado su pequeña venganza contra el que dijo una de las frases más famosas -él siempre dijo que nunca la dijo, al menos no así- de la Transición, llama la atención que saliera bien parado de asuntos mucho más espinosos. Por entonces, su abogado de cabecera era uno de los letrados más inteligentes y divertidos que había en todo el país, Manuel Cobo del Rosal. Cobo del Rosal hizo un discurso glorioso sobre la libertad de expresión y convenció a los jueces de que llamar "chorizo" a un gobernador civil suponía un avance inaudito en nuestro nuevo sistema democrático. Y a fe que lo era.

Luego hubo más problemas. Hablábamos de la carencia hotelera en la ciudad y a Pacheco no le dolieron prendas en aceptar pulpo como animal doméstico en el caso de la construcción del Sherry Park en zona verde. Eran los inicios del buenísimo de los planes generales de ordenación, en los que él se hizo un experto. Por eso, cuando ya había construido un circuito de nivel internacional, y construir un circuito de nivel internacional no es cualquier cosa, pensó que sobraban todos esos tipos que los fines de semana cultivaban cebollas en los huertos aledaños al lugar en los que él se codeaba con Bernie Ecclestone. Mejor que cebollas allí se podía plantar una arcadia de montañas rusas a las que podríamos llamar Sherryworld. Un parque temático, vaya. El lugar en el que iban las montañas rusas eran huertos sociales que el mismo Pacheco (versión Robin Hood) había entregado. La antigua finca se llamaba Los Garciagos. Y los de los huertos llegaron lejos, hasta el Tribunal Supremo. Las sesiones en Granada pedían la inhabilitación de Pacheco por déspota y por hacer lo que me da la gana, cuando, la verdad sea dicha, los que iban a hacer las montañas rusas se habían marchado hace mucho tiempo.

El que trajo a los de las montañas rusas era un empresario que en 1979 estaba llamado a ser el alcalde de Jerez. Su nombre es Sebastián Romero y su empresa se llama Rochdale. Los de los huertos le estamparon un par de huevos en la cabeza. Romero eligió el dinero a la política, pero para el dinero hacia falta a la política. Sería muy fácil decir que Romero, que con otros pocos constructores, los que tenían la exclusividad en Jerez, fue el que cambió el punto de vista de las cosas para Pacheco. Rochdale, en perspectiva, cuando el negocio bodeguero se vino abajo, cuando Pacheco metió a dedo en el Ayuntamiento a personas que venían de un estallido industrial que dejó a cientos de personas en la calle que no sabían hacer otra cosa que trasegar vino, fue el instrumento con el que Jerez cambió su modelo productivo. Se construyeron las viviendas que hacían falta y a precios razonables.

En los primeros 90, en Jerez, se podía comprar vivienda asequible porque existían precios intervenidos. Fueron los mejores años de Pacheco, aquellos en los que él de cía que era un mar rodeado de capullos. Con González Fustegueras al frente de Urbanismo, se creó un modelo de ciudad, se diseñó el fin de la barrera del tren, se adecentaron barrios y se creció ordenadamente con nuevos espacios que iban acompañados de servicios públicos y de parques y jardines. Creció muy bien Jerez. Jerez era un modelo. Y Pacheco se encantó tanto de conocerse, que pensó que llegaría lejos en la política andaluza.

Quien niegue esa brillante etapa es que no conoce la historia de Jerez, ni cómo funciona el urbanismo moderno. Lo que se hizo en Jerez fue, simple y llanamente, ejemplar. A continuación, tras el éxito de la película, Pacheco quiso rodar El Padrino 2, pero la secuela no fue buena, la secuela fue pésima.

La ley del suelo aprobada por el gobierno popular en 1997 es la tentación del desierto para las corporaciones locales. Es una tarjeta black para los ayuntamientos y el Ayuntamiento de Jerez está especialmente asfixiado porque tiene una plantilla sobredimensionada a cuenta de haber absorbido buena parte del impacto de la crisis bodeguera y ya no tener el control del descontrol de la Caja de Ahorros de Jerez. El urbanista Fustegueras se marcha en 1995 y es sustituido por Pepe López, un fiel de Pacheco, un constructor -o a eso más o menos se dedicará después-. López es un buen hombre con una tarea hercúlea, fuera de su capacidad. Simplificando, que todo esto es mucho más complejo, se dedica López a ser un recaudador municipal entre las empresas que llegan cegadas por el enorme territorio que hay en la ciudad para poner ladrillos. Son años locos. Todo el mundo tiene mucho dinero y se hace un PGOU a su medida, después del éxito de Rochdale con sus unifamiliares de La Marquesa, lo que el propio López calificará como "bloques tumbaitos". La Marquesa es el fin de la vivienda barata en Jerez.

Estamos en 2003 y esto ya no se parece a 1979. La Ciudad-Estado creada por Pacheco del yo me lo guiso y yo me lo como, con centenares de personas con un puesto municipal logrado a dedo, con la conciencia popular de que si no estás dentro del ajo no curras, con las asociaciones de vecinas controladas, con la televisión municipal, telepacheco, ofreciendo un espejo distorsionado de aquel joven que quería transformar su pueblo... Le había comido la megalomanía impune a ese chaval tímido que era abogado de la Caja. Montó un gran concurso internacional para acabar con el chaboleo encubierto que era San Mateo. Y aquí vinieron los mejores arquitectos del mundo y ganaron los que él quería que ganaran, Herzog y De Meuron. Iban a hacer la Ciudad del Flamenco.

Jamás se construyó la Ciudad del Flamenco. De Herzog y de De Meuron pasó al Turronero, un conseguidor de suelo, un intermediario. Sus amigos de verdad y su familia le dijeron déjalo ya, pero él se metió en un triángulo imposible. Seguía pensando en el gran Jerez y, cuando Pepe López le pidió refugio, él se lo dio, como en los viejos tiempos. Volvería a gobernar Jerez, el gran Jerez. Y todo le estalló en las manos. Él era el indestructible, tan frágil, Pedro Pacheco.

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