Provincia de Cádiz

Adorados 'pesos pluma'

  • Criadores de gallos denuncian robos "a diario" de ejemplares que acaban en peleas ilegales · La tienta está permitida en Andalucía si su objetivo es la mejora de la raza autóctona · Solo en Cádiz hay 9.000 criadores

El asalto se produjo en la noche del lunes y respondía a un plan elaborado. Los ladrones vigilaban desde hace días al gallero. Sabían que esa madrugada no estaba en su granja de Puerto Real; una breve ausencia por motivos de salud. Saltaron dos muros. No pudieron evitar el jaleo montado por los perros de la zona, que llamaron la atención de algunos vecinos alrededor de las diez, pero sí esquivaron la precaria alarma de la finca que era su objetivo. Fueron directos al corral en el que descansaban los ejemplares más cotizados. Abrieron las jaulas y se hicieron con nueve gallos adultos entrenados para la riña. Entre ellos estaba Giro, que empezaba a elevar su caché tras haber logrado una victoria la semana anterior. Con la salida a la autopista Jerez-Sevilla a pocos metros de aquellos carriles de tierra, la huida fue rápida. En el maletero, un botín de varios miles de euros en plumas, patas y picos.

El viernes por la tarde, el presidente de la Federación Andaluza de Defensores del Gallo Combatiente Español (Fadgce, 28.000 socios), Basilio Angulo, atendía el teléfono justo en mitad de una reunión con los directivos de la asociación en la que abordaban el problema de los hurtos. "Estamos sorprendidos. Sabemos que están aumentando los atracos a comercios, a joyerías... pero aquí se están robando gallos a diario". La federación se plantea poner en marcha más medidas de seguimiento de los animales, pero no hay una solución sencilla frente a los robos.

Los gallos desaparecen y no vuelven a aparecer salvo que el Seprona los intercepte en alguna redada y los devuelva a casa. Las denuncias oficiales, sin embargo, son pocas. Los criadores sospechan de forma generalizada que son mafias las que controlan el robo, el mercadeo y la peleas ilegales con apuestas, bregas a muerte que se siguen organizando en zonas marginales del Campo de Gibraltar y de Sevilla, entre otros lugares. "Hay miedo a represalias", sostiene Yolanda Jaén, criadora puertorrealeña como lo es su padre, Miguel, y como lo fueron los tíos de éste.

Yolanda Jaén sí ha denunciado ante la Policía Nacional el robo de Giro, el gallo de la buena estrella, al que no habría vendido por menos de 2.000 euros, asegura, y de sus ocho compañeros de corral. Ha perdido los ejemplares con los que podría asistir a riñas esta temporada, gallos de raza Combatiente Español tipo Jerezano, y también a sus dos sementales. El pedrigrí de su gallinero, del que forman parte unos 50 ejemplares, se ha ido al traste y ahora deberá reiniciar el proceso de selección y cría. "Es una faena, no solo por una cuestión económica y de tiempo perdido. Sabemos donde y como van a terminar esos gallos, y es algo que nos ridiculiza a los que nos dedicamos a este animal por cultura, por arte y por tradición", lamenta Jaén.

Andalucía es, junto a Canarias, la única comunidad del país en la que se siguen celebrando peleas de gallos de forma legal. "Peleas no, riñas", corrigen los criadores, que hacen esfuerzos por desvincularse de polémicas con los ecologistas y de la imagen anacrónica, de barrios bajos cinematográficos, de sangre y muerte, que sigue teniendo una pelea de gallos.

A principios de 2000, cuando la Junta de Andalucía se disponía a aprobar la Ley de Protección de Animales, la Federación Andaluza del Gallo Combatiente Español consiguió que la Administración considerase la necesidad de fomentar la cría y selección de esta raza, muy apreciada en Latinoamérica. Así, tres años después, la Ley 11/2003 prohibió las peleas de gallos con la excepción de las organizadas con el objetivo de la "selección de cría para la mejora de la raza y su exportación realizadas en criaderos autorizados con la sola y única asistencia de sus socios".

Una resolución de 2004 terminó de configurar el marco legal que hoy ampara la celebración de riñas: solo las peñas o asociaciones inscritas en los registros de la Junta pueden organizar las tientas, que "no tendrán bajo ningún concepto la consideración de espectáculo público o actividad recreativa"; los reñideros deben tener pólizas de responsabilidad civil y certificados de seguridad e higiénico-sanitario; solo los criadores federados pueden asistir a las riñas y en ningún caso pueden hacerlo menores de 16 años. Las apuestas y la publicidad están prohibidas.

La Fadgce añade algunos requisitos: Los gallos deben tener tatuados en las dos alas sus números de registro, socio, orden en el gallinero y año en curso, exigencia del Seprona para el traslado de estas aves; las espuelas no pueden medir más de 20 milímetros; además, los enfrentamientos en el reñidero duran 25 minutos y no son a muerte. Cuando un gallo "pone la pechuga en la tierra", se acabó.

Así se siguen organizando las peleas "de selección" en Andalucía, con no pocos seguidores. Después de unas décadas en horas bajas, la ancestral afición retoma ahora fuerza, tal y como presume Basilio Angulo. La federación regional supera los 28.000 socios, tanto andaluces como ciudadanos de otras comunidades autónomas en los que la riña está prohibida.

Solo en Cádiz, cuna del Combatiente Español, hay unos 9.000 socios agrupados en 22 peñas en otros tantos pueblos, de Sanlúcar a Benalup, de Puerto Serrano a El Puerto. "Si hay esa cifra de criadores, imagínese de gallos... Las OCA [Oficinas Comarcales Agrarias, de la Junta] están a veces desbordadas de peticiones de códigos para nuevos ejemplares. Los pueblos están llenos de corrales y de azoteas en los que particulares crían sus animales", explica Angulo.

Un criadero entre cientos es el criadero puertorrealeño en el que el lunes pasado se produjo el robo de nueve gallos, entre ellos, el pobre Giro, el favorito de Yolanda Jaén. Ella hace de guía en la visita a la granja y presenta al gallero, que el lunes se llevó un susto cuando descubrió que se habían llevado los bichos, y que prefiere no ser identificado en este reportaje por no llamar la atención más de la cuenta.

Pero el gallero es un tipo muy amable. Pasa de los 50 años y se dedica a este mundo desde que tenía 14, cuando reunía "peseta a peseta y duro a duro" hasta que tenía los ahorros necesarios para comprarse un gallito en Sanlúcar. El gallero cría a los animales desde que rompen el cascarón y los entrena hasta su madurez como si fuesen verdaderos atletas, boxeadores de primer nivel. Controla su alimentación, a base de arroz y "espaguetis" cuando son pollos, y de maíz molido, pipas, avena y otros cereales cuando crecen; y se encarga de sus cuidados y sus ejercicios diarios.

Deja que los pollos corran por el campo para que coman insectos y otros bichos y "se hagan al mundo". Cuando van creciendo, los separa en jaulas individuales equipadas con un columpio en el que los animales practican la batida de alas. El gallero incluso tiene una cinta andadora 'tamaño gallo', "la máquina de pasearlos", apunta, en la que cada día sus pupilos se emplean durante quince minutos. "Este sistema es bastante moderno. De chica, para conseguir que los gallos se movieran, mi padre me ponía a correr detrás de ellos con una vara", bromea Yolanda Jaén.

Para comprobar los efectos de estos entrenamientos, el gallero presenta a Juanillo, uno de los pocos ejemplares de riña de la criadora puertorrealeña que se salvaron del robo. Juanillo es un Combatiente Jerezano Español. Tiene la cabeza pequeña y con la misma forma que la de un reptil porque le han "afeitado" la cresta; pico corto; cuello largo y fuerte y con el plumaje rojizo recortado; el cuerpo, negro y castaño; la cola de plumas anchas blanquinegras; y el pecho, afeitado como como un atleta profesional porque así el entrenador le puede aplicar masajes de alcohol y romero que le endurecen el cuero.

Juanillo, boxeador de año y medio, se prepara para sus primeras tientas informales. En ellas tendrá los espolones tapados por unos "guantes", pero podrá dar alguna muestra de su valía. Después pasará a los reñideros y su caché aumentará en función de las victorias. El precio de un gallo parte de los 300 euros. La media puede establecerse entre 600 y 1.000, según los criadores. Un campeón que además demuestre su capacidad de transmitir sus valores genéticos puede superar los 2.000 euros. El límite, a partir de aquí, es difuso. Los exportadores asisten a las tientas como ojeadores en busca de talentos. Compran partidas de 'jerezanos' que después venden en países como Puerto Rico o México, entre otros puntos de América Latina.

El gallero anfitrión en Puerto Real quiere hacer una defensa de su oficio. Explica que los gallos se pelean porque así es su naturaleza y que las riñas no tienen nada que ver con las peleas de perros, a los que se fuerza al enfrentamiento, ni con los toros: "Al mes y medio de nacer, los pollos ya se están peleando. La madre los tiene que separar. Cuando llueve, o con el rocío, el plumaje les cambia y ya no se reconocen, así que ya van a muerte. Pronto hay que separlos. Mire esas jaulas. Cada gallo, en una. Si se me olvida la puerta abierta, vuelvo y se han matado entre ellos. Incluso si a un gallo le pongo un espejo delante, se enfrenta a él con todo lo que tiene. Dejar que se enfrenten no es maltrato, está en su naturaleza".

Los criadores reconocen que la asociación automática de los conceptos "pelea de gallos" y "maltrato animal" es el mayor problema del sector, "la leyenda negra que tenemos", describe el presidente de la federación. Angulo argumenta que el índice de mortalidad en las riñas es "prácticamente inexistente", incluso antes de la normativa de 2003: "En 50 años dedicado a esto y no he visto un gallo morir. Los que resultan heridos reciben sus curas al terminar. Normalmente están comiendo al día siguiente y normalmente en unos siete días, suelen estar en perfecto estado".

Este periódico solicita asistir a una riña para comprobar cómo de exquisito es el trato al gallo. El presidente de la Fadgce responde que será posible hacerlo pero "más adelante". Después, añade que la lista de medios interesados en asistir a una tienta es "amplísima". Después admite su temor a que se dé una "mala imagen" de lo que allí ocurre, que no se valore la "pasión y respeto" que los criadores profesan a las aves. Así que la cita para asistir a una riña queda en el aire.

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