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Salir de esto

  • Testimonios de un grupo de enfermos de cáncer que se convirtieron en modelos para inmortalizar en rojo su desafío al mayor tabú de nuestro tiempo.

"Que me da coraje su nombre, que no quiero decirlo, que ni tabú ni nada, que tiene un nombre malaje el maldito bicho. Ya se podía llamar Carlos o Caramelo o bombón de nata..." La palabra que no quiere decir El Plata, un popular peluquero de Jerez, al que 'el bicho' se le alojó un mal día en la laringe, es cáncer. No es una palabra extraña. 25 millones de personas lo sufren en el mundo, siete millones murieron por alguna de sus variedades el año pasado, 12 millones fueron diagnosticados en los doce últimos meses. 12 millones sintieron el mazazo de esa palabra. Se dice igual en inglés, francés, alemán... Le guste o no a El Plata, no tiene otro nombre. En Andalucía, el Registro de Cáncer hace una proyección por la que en 2012 habrá 32.000 casos,  481 por cada cien mil hombres; 379 por cada 100.000 mujeres. El oncobarómetro 2010, elaborado por la Asociación Española Contra el Cáncer, nos dice que la pecepción de la población de esta palabra es la de una sentencia. Un 67% contesta "muy grave" al escuchar la palabra. No ocurre con ninguna otra, ni con la enfermedades degenerativas, ni con el sida, ni con las enfermedades cardiovasculares, que son la primera causa de muerte en España. Ocurre con la palabra maldita. Sólo un 5% afirma que teme sufrir un infarto, pero un 37% confiesa que su mayor temor es que le diagnostiquen un cáncer. Es tanto el temor que un 33%, de nuevo más que en ninguna otra enfermedad, confía en que alguien dé con la tecla de algo tan sensacional como este titular de ciencia-ficción: "Encontrada la cura para el cáncer". También es cierto que la esperanza en la ciencia parece desvanecerse: en el año 99 era un 66% el que esperaba ver algún día ese titular.

"No sé si el cáncer se cura, pero al cáncer se le puede vencer". El fotógrafo Miguel Quirós esquivó uno de los más letales, el cáncer de próstata, y cuando salió del trance pensó que algo tendría que hacer, que esa experiencia tenía que expulsarla. Ya había hecho series de otros golpes de la vida. En su día realizó un calendario sobre el síndrome de Down, por lo que pensó hacer lo mismo con el cáncer. En la Asociación contra el Cáncer le propusieron hacer fotos de gente en un gimnasio, como símbolo de fortaleza. No le convenció. Pensó también en retratar la penuria, el dolor, la destrucción; el 'bicho', que es la denominación más común de algo que no es un 'bicho', triunfando. No, no. Y eligió otro camino. Eligió la vida. El resultado es una docena de fotos, una docena de vidas, retratadas en metálico blanco y negro con un fogonazo rojo, el fogonazo de stop. Son fotos muy hermosas.

Observando la exposición, que será calendario para recaudar fondos para la Asociación, me detengo en dos niños. Uno de ellos tiene el guante de catcher y el otro sostiene un bate de bésibol. El catcher es Alejandro, que no se separa de Miguel, su hermano pequeño. Ambos están muy calladitos en las dependencias de la Asociación contra el Cáncer de Jerez, acompañados de su madre. "¿Qué quieres ser de mayor, Alejandro?". Se lo piensa: "Famoso", concluye. "Pues vas a ser el famoso más silencioso de todos los famosos". Una ligera sonrisa en ese cuerpecito en el que se alojó un linfoma en mayo de 2008. "Empezó todo con unas fiebres muy altas que no había forma de bajárselas", recuerda su madre. Fue como si la bola en la cara: el diagnóstico.  Miguel, el bateador, sigue con interés la conversación. Según relata su madre el proceso, Miguel parece volver a vivirlo, porque él ha estado en esa historia, él ha sentido miedo, mucho miedo y cuando le dijeron que su hermano no podía comer chocolate, él dijo que 'entonces yo tampoco tomo chocolate, todo lo que no pueda hacer mi hermano, yo no lo haré'. "Alejandro jamás había llorado. Hacía de terapeuta de la abuela, que cuando entraba en la habitación del hospital y le veía tan malito no podía evitar las lágrimas. Abuelta, tú reza por mí y yo me pongo bueno, no te preocupes, si a mí no me duele. Yo me duermo y ya no siento nada". El 'yo me duermo y ya no siento nada' era la anestesia en las sesiones de aspirado medular. Ahora esa médula está limpia. Tras meses recibiendo clases en casa y en el hospital por voluntarios, con los que la madre se desvive en agradecimientos, regresó al colegio y fue recibido al coro de 'cumpleaños feliz' por sus compañeros. Alejandro había entrado en el agujero y había salido de él. Home run.

Libero a los dos hermanos para juntarme con otros modelos de Miguel Quirós en la salita de estar de la Asociación, haciendo corro en los tresillos. El Plata aparece en la foto con una muleta porque fue maletilla y porque la metáfora es perfecta. Porque se trata de torear, "pero cuando sale el toro..." Dije que El Plata es peluquero y los peluqueros saben mucho de esto. El lo explica: "He  puesto pelucas a muchas mujeres, he visto la angustia... he tenido muchas clientas que se me han ido y he vivido ese proceso, ese momento en que se quitan el pañuelo de la cabeza tras la quimioterapia y casi con los ojos llenos de agua te piden una peluca". "Te quedas sin el pelo y... mira, la sensación cuando te quitas el pañuelo de la cabeza es como si te  sintieras desnuda", interviene Charo, que ha pasado por el proceso de deshacerse de un cáncer de mama. "Si mala es la quimio, peor es la radio. Le cogí una manía al médico que me anunció que se me iba a caer el pelo. Y mira que yo lo sabía, que no era necesario que me lo contara, que era su  cometido. Y llega esa noche en que me quito las pinzas, el pañuelo, me afeito la cabeza y, ante el espejo, le digo a mi marido: 'fíjate qué mamarracho'. 'No, estás muy guapa', me dice él. '¿Guapa? Me cago en tos mis males. ¡Parezco un gremlin!' Nos reímos mucho. Es bueno reírse. Ya no me preocupé del pelo a lo Chambao y nos íbamos las dos (señala a Paqui, que está presente y que también sigue este proceso de exorcizar al 'bicho') por la calle, sin complejos. Las dos calvas".

Las dos amigas lucen ahora sus recuperadas melenas, como también tiene la suya Cristina, una atractiva joven de 27 años que hace menos de un año supo que tenía un quiste maligno en el ovario y la medicina le ofreció vaciarla. "No sé, quizá no era consciente, pero lo primero que pensé fue 'coño, que todavía me queda un examen de la carrera'". Cristina estudiaba Ciencias Medioambientales, tenía muy claro lo que quería hacer en esta vida y, de repente, como un zarpazo, una enfermedad le cuestiona esa vida. Entonces se hace la pregunta que inevitablemente se hacen todos: "¿Por qué a mí?". Interviene El Plata: "No tiene sentido esa pregunta. No sirve de nada. Refugiarte en el victimismo de 'por qué a mí' no ayuda. Lo mejor es aceptarlo y ser fuerte para combatirlo. No hay que hundirse nunca". Cristina no lo hizo. Saca su móvil y enseña una foto con la peluca que eligió para su periodo de calvicie, negra y lisa. "¿Qué, cómo me quedaba ? Todo un cambio de look". Sorprende su desparpajo ante la amenaza. "No recuerdo noches en vela. Sabía lo que tenía y no había que darle más vueltas, pero cuando me dijo el médico que me iban a vaciar entera con 26 años me rebelé. Aceptaba que me quitaran los ovarios, pero no el útero. No estaba dispuesta a esa renuncia. Que me quitaran los ovarios y que luego, si la cosa iba a más me vaciaran entera, pero quería darme esa oportunidad" .

La pesadilla entre el diagnóstico y la operación duró meses, pero su percepción es muy distinta a las de Charo y Paqui. Para Cristina, "tengo la sensación de que todo sucedió corriendo, fue un proceso continuo en el que me dediqué a conocer al enemigo, acumular toda la información posible sobre la enfermedad". Sin embargo, Charo recuerda con la exasperación del tiempo detenido. "Al principio, me sentía como en un lugar oscuro, mis desconocimiento era absoluto. Hasta que te operan te mueves en un tiempo angustioso, las noches se hacen  muy largas, no paras de dar vueltas en la cama. La enfermedad te obsesiona. Hay que subir las defensas, te sometes a un entrenamiento tremendo y lo que te juegas es, sencillamente, todo". ¿Cómo se combate eso? Y aquí todo el mundo lo tiene claro: sentido del humor. Al sentido del humor se llega a través de la información. Cuanto más sabes, más desafiante te vuelves con el agresor -ya se sabe, 'el bicho'-. "Montábamos unas juergas en la ambulancia que nos llevaba a la radioterapia... Cantar, mucho cantar... y cuesta, claro que cuesta. Te tienes que sobreponer a la fatiga, la inmensa fatiga que provocan esas sesiones o las quemaduras en la piel.  Y lo mismo que la primera vez que te queman te dices que esa marca no se te va a quitar en la vida, cuando ves que sí, que se te quita, que la piel se regenera , piensas que esa regeneración sirve para todo, para tu forma de ser, para encarar la vida".

Y aunque las cinco personas que están a mi alrededor han conseguido vencer al cáncer porque el cáncer no es necesariamente una condena a muerte, el 'bicho' ha inoculado algo. Quizá miedo no es la palabra, pero sí el desasosiego. El Plata, que tuvo la inmensa suerte de cazar a tiempo la enfermedad al sospechar de una repentina ronquera, no se considera curado. "Nunca te pueden decir que la célula no va a volver a hacer cosas raras. cada cuatro meses te vuelves a someter el examen y cada cuatro meses te vuelves a enfrentar a todo lo que has pasado". "Te sientas ante la máquina de los marcadores tumorales y yio, al menos, me pongo muy nerviosa, me muevo mucho, hablo con los aparatos, venga, venga, espejito, qué me vas a decir hoy. Y si todo sale bien suelta con una energía 'ale, adiós, muy buenas, hasta otra'. Cuatro meses más".

Las conversaciones entre quienes han passado por esto gira necesariamente por experiencias comunes. "Para quien no lo ha pasado  es un tema que desagrada, es como mentarle la bicha. Entre nosotros lo hablamos abiertamente, tiene su valor terapéutico". Así, la conversación se desvía y se desgranan intereses comunes, como esa píldora de quimio oral de la que se habla que serviría para cinco años o los problemas que tienen en Jerez porque no hay un aparato de radioterapia...

Miguel no se atreve a decir que le alegra haber pasado por esto, pero sí está seguro de que "se sale de manera muy distinta de como se entra. A mí me ha hecho mejor. Veo la vida de una manera distinta, la aprecio más y relativizo lo que antes me podía enfadar y ahora lo contemplo como  algo sin importancia". Según Miguel, esa es la enseñanza del 'bicho'.

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