El adiós a Cayetana de Alba

Aplausos para despedir a la noble más sevillana

  • A las 09:30, un tuit del alcalde sevillano informaba de la muerte de Cayetana de Alba tras días de agonía. Varias personas lanzaron claveles blancos para decirle adiós al dejar el Palacio de las Dueñas. El capellán de la Casa de Alba ofició una misa en el palacio antes de que el cortejo fúnebre saliera.

La luz, el huerto claro, la fuente y el limonero. Los cuatro elementos que rodearon la infancia de Antonio Machado fueron ayer los que despidieron el cuerpo, ya inerte, de la duquesa de Alba. El alfa y omega de la vida enlazados en ese silencio que ha envuelto los últimos días el Palacio de las Dueñas. Frente a la quietud sonora de la residencia nobiliaria, el bullicio de la calle. Doña Cayetana, la aristócrata más sevillana, ha muerto. Su fallecimiento, del que tanto se ha especulado en las redes sociales y los chat de telefonía móvil desde su traslado de la clínica en la que ingresó el domingo, convierte a la capital andaluza en centro de atención no sólo de la prensa rosa, sino hasta de los rotativos internacionales. Adiós a una aristócrata que hasta el último minuto de su existencia ha cumplido su voluntad: morir en Sevilla, la ciudad que siempre llevó en los labios.

El reloj marcaba las 13:20 cuando el coche fúnebre que transportaba los restos mortales de Cayetana Fitz-James abandonó el Palacio de las Dueñas. Atrás quedaron las horas de la lenta agonía. No hubo comunicado oficial de la Casa de Alba. La noticia llegó a las 09:30 a través de un tuit del alcalde de Sevilla. La duquesa había fallecido. La actualidad se cubría de luto cambiando el orden informativo del día. El centro neurálgico de la noticia se dividía entre la calle Dueñas y el Ayuntamiento, donde se ha instalado la capilla ardiente que permaneció abierta hasta las once de la noche.

Antes de que el cortejo fúnebre partiera hacia el Consistorio, no faltaron las últimas despedidas en el palacio que la duquesa convirtió en su residencia habitual. El capellán de la Casa de Alba, Ignacio Jiménez Sánchez-Dalp, ofició una eucaristía  con los familiares  en la capilla de Las Dueñas, allí donde hace poco más de tres años la duquesa contrajo matrimonio con Alfonso Díez, su tercer marido. "Era una mujer muy religiosa, pero no beata. Ha muerto en Sevilla, como quería", declaró su confesor.

Fuera, más de un centenar de personas esperaban la salida del coche que transportaría el féretro de la aristócrata. Un público, con bastantes horas de asueto, que hacía uso del móvil para fotografiar a todo aquel que entraba en el palacio, al que accedieron en esos instantes el duque de Segorbe, Ignacio de Medina y Fernández; el arquitecto Rafael Manzano; la ex nuera de la duquesa,  María Eugenia Fernández de Castro; y los diseñadores de moda Victorio y Lucchino. Tampoco escapó de la mirada de los curiosos la corona de flores enviada por el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, que llevaron equivocada a Las Dueñas en lugar de al Ayuntamiento.

Cables de cámara de televisión y micrófonos de radio se solapaban en círculos imperfectos que rodeaban a todo aquel que entraba y salía del palacio, ya fuera el  ex alcalde Fernando de Parias o el mismo hermano mayor de los Gitanos, José Moreno. Junto a la turbamulta mediática, la del público ávido de hacer cualquier declaración sobre la figura de la duquesa, comentarios jalonados con los clásicos "miarmas" que tanto gustan a los medios nacionales cuando se hacen eco de algún acontecimiento en Sevilla.

Público que rompió a aplaudir al salir a la calle el coche fúnebre que transportaba a la duquesa. Vítores de "grande, grande" y claveles blancos lanzados al techo del vehículo en ese momento en el que rara era la cadena de televisión que no mantenía la conexión en directo con este enclave. Detrás, la comitiva familiar integrada por seis vehículos con las ventanillas bajadas. En el primero de ellos viajaba el ya viudo Alfonso Díez. A su lado, Eugenia Martínez de Irujo, quien lloraba desconsoladamente, como también lo hacía Genoveva Casanova, la ex mujer de su hermano Cayetano, quien se quedó en el palacio en esos momentos. La duquesa de Alba dejaba para siempre su casa sevillana, la de los ecos machadianos, la que ha sido testigo de tantas visitas célebres, en la que delante de su puerta no dudo en ponerse a bailar con los pies descalzos al ritmo de sones flamencos para celebrar su tercer matrimonio, un enlace que le costó más de un disgusto familiar y con el que dejaba claro -por si quedaba alguna duda- que siempre viviría conforme a su más absoluta voluntad.

Se ponía en marcha el cortejo fúnebre -con escolta policial- que discurrió por Doña María Coronel y Almirante Apodaca hasta alcanzar la Puerta Osario. De allí, por la ronda histórica, a la Puerta de Carmona para llegar a la Alfalfa, Cuesta del Rosario, Plaza de San Francisco y Plaza Nueva. Ritual de corbatas negras y trajes oscuros. Liturgia de duelo en el Ayuntamiento para recibir a la familia de la difunta. Banderas a media asta. Día de luto oficial. De nuevo aplausos cuando el féretro entró en el Consistorio. La capilla ardiente abrió pasadas las dos de la tarde. A esa hora bastantes personas esperaban ya en cola para despedir a la que ha sido catorce veces Grande de España. Empezaba el adiós de la ciudad a Cayetana de Alba, a la que no le hizo falta título alguno para vivir como quiso y muy especialmente donde más quiso: Sevilla. Voluntad lograda hasta en su muerte. 

La mala salud de hierro de la aristócrata

La aristócrata llevaba recluida en el Palacio de Dueñas prácticamente desde el pasado mes de marzo. En estos ocho meses había sido hospitalizada para revisiones médicas en varias ocasiones en el Hospital Quirón-Sagrado Corazón, donde fue intervenida en varias ocasiones sin que se pudiera frenar su evidente deterioro físico. Este año ni siquiera estuvo presente en los actos del 75 aniversario de la muerte de Antonio Machado, celebrados en Las Dueñas. En junio ingresó en el citado hospital para una revisión de la válvula que le implantaron en 2009 y cuya obstrucción le podría haber causado problemas de movilidad en este último año.

Y, tras una leve mejoría, en agosto disfrutó de unos días de vacaciones en San Sebastián. Una mala salud de hierro ha acompañado a la aristrócrata en los últimos años. A mediados de 2008 su estado empeoró considerablemente, hasta el punto que necesitó una silla de ruedas. Tras ser intervenida para solventar los problemas causados por la hidrocefalia que padecía, su estado mejoró. Y en esta fecha, recién iniciado su noviazgo con Alfonso Díez, realizó incluso varios viajes al extranjero. A pesar de que los achaques de Cayetana ya venían de largo, su vitalidad le permitió superar en los últimos años más de un bache. Tras su enlace, resbaló en el Palacio de Dueñas con una alfombra y sufrió una fisura en la pelvis. Y el año pasado tuvo que ser hospitalizada en Roma, donde viajó para celebrar su aniversario de boda, por una fractura del fémur que hizo que pasara incluso por el quirófano.

Sus mayores problemas de salud se presentaron hace más de una década, cuando fue atendida por primera vez por el doctor Francisco Trujillo, jefe de neurocirugía de la clínica sevillana Sagrado Corazón. Acababa de morir su segundo marido, Jesús Aguirre, cuando las dolencias de la duquesa se agravaron. En 2007 fue operada de una lesión en la espalda, una estenosis espinal que sufría por una caída de caballo cuando tenía sólo 14 años. La operación fue un éxito, pero requirió luego otra intervención. Después del verano de 2008, el deterioro físico que presentaba la aristócrata disparó el rumor de que padecía alguna enfermedad de tipo mental. En 2010 se sometio a una colangiografía lamparoscópica para destruir los cálculos en su vesícula. Y entre 2011 y 2012 sufrió hasta tres episodios de atragantamiento que se quedaron en sustos.

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