efecto moleskine

Ana Sofía / Pérez- / Bustamante

La Biblioteca Nacional

VENGO de un corto idilio intenso con un Madrid primaveral donde los ciruelos llueven flores, la Cibeles se estremece ante la ofrenda anual de tulipanes, las calles bailan al son de las músicas del mundo y en la Biblioteca Nacional -amable diligencia profesional de una plantilla modélica- florece el silencio. Amo este silencio seguro y hacendoso, la trasparencia velazqueña del aire remansado en el espacioso Salón General de Lectura, la cálida madera de los pupitres numerados: esa madera "con saber", pulida al roce de los libros, de las manos, del arco de las espaldas y los días de profesores, investigadores, opositores, hispanistas, bibliófilos… Abro "Orfeo XXI. Poesía de tradición clásica" en busca de Pilar Paz Pasamar. Su "Knossos" es una alegoría de la Biblioteca de la Vida: "Pisamos los caminos más antiguos de Europa / donde están sepultados los ovillos de Ariadna. / No muge el Minotauro y Teseo es un viento / fuerte que descorteza los árboles cretenses. / Tan sólo el jaramago conserva en amarillos/ fugaces aquel oro. Los oros solo existen / según sea la luz con que bese la tarde". [Qué lejos de aquí parece quedar ese avispero político de proxenetas gurtelescos y cortijeros andaluces. ¿Por qué no nos libramos de ellos?] Descubro un "Epitafio" de Víctor Botas, dedicado por un matrimonio romano a su hijo C. Pontuleno, que vivió cinco años, once meses y veintinueve días. Los versos se ponen en boca del difunto niño que interpela al transeúnte: "Debéis guardar silencio: se ha dormido / tan dulcemente el Tiempo entre mis brazos". En el vecino Museo del Prado reinan discretamente los absortos personajes de J. S. Chardin: el niño que gira la peonza, la mujer pensativa ante la humeante taza de té, el joven concentrado en una gran pompa de jabón, la madre que con sus dos hijas bendice los alimentos que vamos a tomar… Chardin no lo sabía, pero mis ojos lo han traído a la dulzura sin sobresaltos de la Biblioteca Nacional, donde los rostros de los lectores reflejan las luces de las lámparas; donde hábiles manos instalan los microfilms con la precisión de la bordadora sentada ante la devanadera de los hilos. Doy gracias a Dios por los ritmos lentos y la libertad interior (no desear, no temer) de la sabiduría.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios