COMO Nikita, la eurodiputada británica Nikki Sinclaire parece dura de matar. Parecería dura de matar incluso en pleno ataque al abismo de Helm; en el Parlamento europeo, debe dar escalofríos. Harta de observar cómo muchos compañeros se dedicaban a fichar los viernes -gesto por el que los políticos reciben 300 euros de aquí, los europeítos- para tomarse un café y salir, de inmediato, en estampida al aeropuerto, Nikki Du-ra-de-Ma-tar se dedicó un día a fotografiar la diáspora. En media hora, escaparon 25 parlamentarios. Entre ellos, la socialista Eider Gardiazábal -que forma parte de la Comisión de Presupuestos. La vida, a veces, es pura poesía, ¿verdad?-. Realmente, hay que ser una arpía renegrida para dedicarse a boicotear a conciencia, con determinación y método. En este aspecto, Nikki ha demostrado ser imbatible, sublime, del Infierno emperatriz. ¿Qué quieren que les diga? Desde aquí, todo mi apoyo. Merecería hasta una plaquita.