LA boca pobre no sólo es una novela de Frank O´Brien sino un dicho que, en Irlanda, se aplica a los que gustan de exagerar su propia miseria para levantar la compasión ajena -una actividad que, según cuenta la Historia, debe haber sido bastante común a ambas orillas del Shannon-. Así, a bote pronto, se podría decir que el comparsista medio se dedica al noble arte de cultivar la boca pobre. Ignoro si en cualquier otro lugar existe una tradición semejante: un exorcismo que permita la condonación pública y anual de la deuda moral. Porque es cierto que las circunstancias, puestas a pintar bastos, son las reinas de la baraja. Pero también es cierto que no siempre se puede tener mala suerte: no siempre se puede ser el pobre pero honrao, la ilustre víctima, el herido colateral. Y mucho menos cuando, entre bastidores, presumimos de lo contrario: de la picaresca, del trapicheo, del bajo cuerda. Pero qué voy a saber yo, en fin, si sólo soy una gárgola de azotea.
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