Columna vertebral

Ana Sofía / Pérez-Bustamante

Conversaciones

AMO la playa urbana y masificada de Santa María del Mar. Al llegar estas fechas uno puede comprobar que a la gente realmente le gusta hacinarse. Podrían distribuirse en el espacio de una manera más racional, pero se perdería el encanto. Hay algo sublime en nidificar en colonia, yuxtaponiendo tribus y sombrillas. A mí me gusta llevar mi silla al pie del agua y leer. Ando estos días en "Conversaciones con los grandes intelectuales de nuestro tiempo" (El libro de los saberes, Círculo de Lectores). Aún no he conversado con todos, pero el paleontólogo Stephen Jay Gould me cuenta que la historia natural no conoce el progreso: la evolución es azarosa. Darwin escribió que no hay organismos superiores o inferiores, sino adaptación a los lugares. Nosotros, los de Santa María del Mar, nos adaptamos: a los cachorros adolescentes que colonizan el zócalo del murallón; al pandillón familiar con su jaima dominguera; a la Venus de Willendorf, que no sólo hace un topless irreal, sino que le baja expeditivamente el sujetador a su abuela; al mujerío que se entretiene arrancándose un vello del pubis; a ese abuelo que, sentado en la orilla, coge al bebé con la delicadeza de quien alzase un cáliz. Si yo fuera un intelectual confuciano como el señor Tu Wei-Ming, les contaría que el sentido de comunidad es esencial para el desarrollo moral y espiritual. Que una persona no puede sobrevivir sola. Que el yo es de naturaleza compuesta y en realidad no tenemos yo: "en la tradición hindú, el atman, el verdadero yo, forma parte del brahman. El brahman y el atman son como una gota de agua que cae en el océano; una vez que ha caído forma parte del océano". De la Caleta a Cortadura lo sabemos perfectamente (ya Ortega y Gasset notó lo mucho que se parecen andaluces y chinos). En este punto el politólogo Samuel Huntington nos habla del necesario diálogo de las civilizaciones. Leo a la orilla del mar mientras comulgo con las esencias de Cádiz D.F. Va saliendo una aborigen del agua, majestuosamente. El marido la ve venir desde la orilla: "Ole esa coñeta de los mares, cangreja mora…". Y ella, divina: "Anda que tú, un sssapatero. Hijolagranputa". (El zapatero es un cangrejo experto en civilizaciones -no sé si lo sabían-).

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