RELOJ DE SOL

Joaquín Pérez-Azaústre

La Policía del régimen

HAN golpeado duro, han triturado, con una plenitud de excitación. Viendo la agresión de los Mossos d'Esquadra a los estudiantes universitarios que se han manifestado esta semana contra la reforma de Bolonia, uno llega a pensar que esta Policía de brutalidad y tiniebla casi encuentra placer en su labor, que disfruta con su trabajo quizá hasta los confines terribles del sadismo. A esta gente le gusta pegar, y se le nota. Le gusta, sobre todo atizar a los niñatos de la universidad: qué se habrán creído, de qué se quejan, de qué, cómo van por ahí luciendo libros, novias estilizadas y pelo largo, en rastras, mientras nosotros estamos aquí, pringando y defendiendo la libertad con la que ellos se han manifestado, demasiada libertad es lo que tienen estos universitarios, ya quisiera yo poder oponerme a Bolonia, pero qué será eso de Bolonia, a quién le importará, vamos a machacarlos pero bien. Este odio cerril del individuo de la porra en la mano contra todo aquel que huela a lo intelectual es, en realidad, algo consustancial no tanto con el oficio, como con la historia del oficio. Es tirar de la porra y empezar a sudar, es sacar el escudo del armario y ponerse a vibrar dentro de la furgoneta, es atarse los cordones de las botas y tocar calle ya y comenzar a pensar en tantos cuellos que podrán pisar en muy pocos minutos, en todas las cabezas pensantes que podrán desarbolar a porrazos, como se ha hecho siempre y como siempre se hará.

Esto no es demagogia: es historia, una de las herencias que perdura de la vida dictatorial, cuando la Policía podía torturar a un estudiante de Derecho durante setenta y dos horas, pegarle un tiro en la nuca y manipular después la autopsia, decir que se había tirado desde un séptimo piso y ganar después unas cuantas medallas por la hazaña. Le ocurrió a Enrique Ruano hace cuarenta años. Quizá se trata del caso más sonado, pero también murió Julián Grimau, arrojado por unas escaleras de las que no regresó nunca.

Resulta curioso que los tres policías presentes en el momento del asesinato de Enrique Ruano hayan recibido todos los honores posibles, y muchas distinciones, ya en tiempo democrático. Afortunadamente ya nadie se suicida involuntariamente tirándose por una ventana, pero cámaras ocultas en comisarías catalanas han descubierto los abusos, las torturas, de los Mossos d'Esquadra.

Ciertos comportamientos aún perduran, pero ver la lujuria con la que estos tarugos de porra, casco y botas, han arrasado a unos chavales que se manifestaban pacíficamente con los libros en la mano, es ver otra vez a los grises obtusos invadiendo las aulas de la universidad, o a los antidisturbios de hace seis años vapuleando las manifestaciones contra la invasión de Iraq. La depuración democrática, ¿ha llegado realmente a todas partes?

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