Rafael Sándhez Saus

La Universidad en la encrucijada

Un compañero de Facultad, y sin embargo amigo, lleva varios meses dedicando toda su atención, la que le dejan libre clases, exámenes y tutorías, al estudio del armamento de las huestes de los siglos XI al XV; otro está concentradísimo en la preparación de un encuentro de especialistas en paisajes naturales mediterráneos de hace mil años, y un tercero va ya para cuatro cursos que se ocupa en la biografía de un omnipotente y maléfico personaje de los años previos a los Reyes Católicos. La Universidad pública que hace posible estas y otras muchas aparentes extravagancias eruditas no está en Oxford ni en Heidelberg, sino en una pequeña ciudad del sur de España, en una provincia acosada por los peores índices de pobreza y paro, en una nación sumida en una crisis económica de profundidad pavorosa y todavía desconocida, abocada a un déficit insostenible y a probables seísmos sociales. ¿Es esto razonable?

No, rotundamente no, desde la óptica imperante desde hace años en la gestión de los recursos destinados a la investigación, al desarrollo y a la innovación (la famosa I+D+I que tanto juego le da al señor Chaves en su único discurso conocido); no, rotundamente no, para las mentalidades que pretendían hacer de Andalucía una California, primero, y luego otra Finlandia para ahora contentarse con una especie de sucursal de Marruecos. Pero lo cierto es que en todos los países a los que nos gusta asemejarnos el avance tecnológico y el progreso social están acompañados de una sólida infraestructura investigadora, científica y humanística, que no desdeña los temas de apariencia inactual y no rentable, es más, los cuida y alienta.

En la resistencia que poco a poco va fraguándose contra el proceso de Bolonia convergen muchas preocupaciones y temores. Los de los alumnos más radicales, hasta ahora los más movilizados y jaleados, quizá sólo se justifiquen desde posturas, legítimas pero poco realistas, que niegan a la empresa y al mercado cualquier intrusión en la Universidad, convertida así en un santuario ideológico de otros tiempos. Pero son cada vez más los docentes que dudan de si lo que empezó como un cimiento de la construcción europea no acabará representando el fin del modelo de Universidad al que, con todos sus defectos, se sienten ligados y bajo el que han vivido toda su trayectoria académica. La Universidad, nadie lo discute, está necesitada urgentemente de una cada vez más improbable regeneración en clave de excelencia, pero lo que se ve venir, por el contrario, es un experimento pedagógico fundamentado en los mismos despropósitos que en el curso de una generación han barrido los logros educativos de todo un siglo. Cuidado, no sea que, como ha sucedido con los viejos institutos de secundaria, pronto empecemos a añorar lo que ahora nos parece tan lleno de arrugas.

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