Columna vertebral

Ana Sofía / Pérez-Bustamante

Virtudes públicas y privadas

ANDAN estos días algunos estudiantes manifestándose contra el plan de Bolonia y el Espacio Europeo de Educación Superior. Los veo con su modesta parafernalia satírica convencidos de estar investidos de la misma pureza y razón que aquellos otros jóvenes del 68. Dentro de algunos años estos mismos muchachos andarán integrados en el sistema y de vez en cuando sacarán a la luz su profundo desencanto porque nada es como pensaban que sería. Ni siquiera ellos.

Uno se pregunta entonces por qué se engaña la humanidad, por qué nos obstinamos en engañarnos pensando que hay dones absolutos. Por ejemplo, la democracia. La democracia no es un sistema perfecto que un día baja del cielo para ungir a los justos, y a partir de entonces fueron felices y comieron perdices. No. Todo lo que es humano se va haciendo. Lo vamos haciendo. Y va mejorando y se va corrompiendo. De modo que siempre hay que estar trabajando, también contra el propio desgaste. Sería cómodo conseguir algo perfecto por siempre jamás, pero es imposible. Pienso en estos chicos tumbados por el pasillo que no van casi nunca a clase y piden calidad docente y estudios gratuitos, y me pregunto qué virtudes privadas avalan su exigencia de virtudes públicas. Porque aquí todos exigimos excelencia a los demás, pero parece que la excelencia no va con nosotros.

Los eventuales de Delphi andan con la insostenible pretensión de que los hagan fijos cuando la empresa acaba de medioquebrar y prejubilar a un montón de empleados. Estos mismos eventuales despotrican porque les obligan a madrugar para asistir a los cursos de formación que ellos mismos reclamaban para afrontar el paro (y hasta terminan por no ir, con lo que el Estado está pagando a unos formadores que no tienen a quien formar).

Todos queremos poner la mano para que el Estado provea, pero Hacienda no es un mágico cuerno de la abundancia: Hacienda somos todos. No sé si alguna vez, más allá de las hormonas alborotadas de unos, de la picaresca de otros, y de la común y congénita estupidez, lo acabaremos de asimilar. Asimilar que no somos Adán y Eva en un paraíso de poquita gente comiendo fruta de los árboles y tocando el bongó.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios