El Tiempo Un inesperado cambio: del calor a temperaturas bajas y lluvias en pocos días

COLUMNA VERTEBRAL

Ana Sofía Pérez-Bustamante

Durmiendo en el ojo del huracán

LO que más me gusta del Carnaval es esta dulzura de los días tibios y luminosos que se van alargando, como si la fiesta ritual, ritualmente repetida, abriera un agujero en el calendario. Suena el rumor del gentío en la distancia, y parece que en la proximidad se espesa el silencio. Un alumno se preguntaba en clase cómo sobrellevó la gente, allá por los años 60, los cambios que en la vida cotidiana y en el entramado social introdujo la televisión, los que hicieron evidente el fin de la Galaxia Gutemberg. Tal vez, en el fondo, sin darse mucha cuenta; con bastante naturalidad. Al fin y al cabo nosotros estamos viviendo otro salto cualitativo de tipo tecnológico y mal que bien nos vamos arreglando. Es lo que nos caracteriza como especie: nuestra increíble capacidad de adaptación. Casi todo sucede y nos envuelve poco a poco. Como la edad. Mi padre se asombra: ayer iba al colegio, acababa de casarse, le nacieron los hijos, y hoy de repente ha cumplido 75 años. Uno no es inmediatamente consciente de cómo va cambiando, no ya por fuera sino por dentro. Releo textos que escribí hace años y los siento tan ajenos como si no fuese yo. A la inversa, la continuidad de ciertos comportamientos puede resultar conmovedora y surreal: mi suegra descubre muy de mañana a una pandilla de chavales durmiendo en el ascensor (se refugiaron del frío en espera del autobús que los devolviera al pueblo). Cualquiera los hubiera echado con cajas destempladas, pero ella, fiel a la antigua sociabilidad, familiar y hospitalaria, termina llevándoles colacao calentito con galletas. ("Qué dolor. Criaturas"). Todo cambia tan deprisa y, sin embargo, en estos días del mundo al revés se percibe quizá como nunca que uno vive dentro de un fanal mientras fuera (¿dónde?) llueve una vertiginosa cortina de cifras y de signos, tipo Mátrix. Como si la propia vida fuera una especie de hamaca colgada en el ojo de un huracán. (El viento de levante trae ya un vago olor a flores. En la plaza de abastos, una de las doradas tiene una estrella de mar sobre la sien. Me pregunto si este detalle estrambótico y coqueto es cosa de Selu o del azar).

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