Viernes Santo Horarios, itinerarios y recorridos del Viernes Santo en la Semana Santa de Cádiz 2024

De poco un todo

Enrique / García-Máiquez

La virgen de la cueva

Un compañero de trabajo, que, como si no tuviera bastante, encima me lee, me ruega que, por lo que más quiera en el mundo, no hable en este artículo de la crisis. "Vamos a descansar un poco aunque sea el domingo", suspira con ojos llorosos. Para compensar aquellos tiempos en que la crisis se negaba tajantemente (nada prehistóricos pero muy preelectorales), ahora no se escucha otra cosa. ¿Demasiado?

Depende. Si él fuese -Dios no lo quiera- compañero de paro, otro gallo nos cantaría. Según Ronald Reagan, "crisis" es cuando el vecino pierde su trabajo, "recesión" cuando lo pierdes tú y "recuperación" cuando lo pierde Zapatero. Exactamente no era así, pero era la idea. En consecuencia, porque sigue siéndolo de trabajo, mi compañero y yo entre semana hablamos de la crisis y el domingo podemos permitirnos el lujo de descansar. Aunque, para ser precisos, el lujo ahora es estar cansado.

Miro a mi alrededor, pues, en busca de un tema que eluda la crisis y caigo en la que está cayendo. (No, no, señor, no en la Bolsa, en qué estaría usted pensando, sino en la meteorología.) Se asoma uno a la ventana, y casi siempre jarrea. Las alcantarillas se han invertido, yo lo he visto, de sumideros en sorprendentes surtidores. Y qué charcos hay.

Los charcos son embalses de felicidad infantil, ¿recuerdan? Con unas buenas botas de agua amarillas te sentías San Cristobalón atravesando un océano. Lo recuerdo tan bien a pesar de mi mala memoria porque lo repaso a menudo. Cuando veo un charco a la orilla de la carretera salpico con el coche, con un resabio de travesura infantil.

La lluvia tiene fama de melancólica por culpa de los escritores del norte, que están hartos de ver llover. En Andalucía la lluvia es, por razones obvias, una bendición, alegra a los niños y a los agropecuarios, llena los pantanos y nos asegura una radiante primavera. La piedra de toque de un poeta andaluz es si se alegra con un chaparrón. Si se pone mustio, está mirando con la memoria libresca más que con los ojos. El poeta sevillano Aquilino Duque exulta con la lluvia a lo largo y ancho de sus obras completas. Llega al jubiloso extremo de pedir: "Ojalá venga el Diluvio,/ el Diluvio Universal,/ y se lleve del alcalde/ al último concejal". Y de paso a Zapatero,/ a Solbes y a Sebastián, añadiría uno si no se hubiese conjurado a obviar la crisis.

La lluvia, oh la lluvia, que, como ven, parece capaz de limpiar el mundo. Casi como un inglés he podido echar el domingo hablando del tiempo y de mis recuerdos de infancia. "Que llueva, que llueva/ la Virgen de la Cueva", corearía llevado (o llovido) por la nostalgia. Pero no me atrevo a tanto. Tras esta semana algunos están aburridos de agua y, para colmo, yo entono tormentosamente y, además, es cierto que ya llovió de sobra. O sea, Virgencita de la Cueva, que a ver si escampa... ¿En la economía? Sí, por supuesto, claro, también en la economía.

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