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La tribuna

Francisco J. Ferraro

Stiglitz contra el euro

LA semana pasada estuvo en España Joseph Stiglitz promocionando su libro sobre el euro, e hizo diversas declaraciones críticas sobre la moneda única y la política económica europea y española. Stiglitz es uno de los grandes economistas contemporáneos. Profesor en las más importantes universidades del mundo, premio Nobel de Economía en 2001, presidente del Consejo de Asesores Económicos de Bill Clinton, vicepresidente y economista jefe del Banco Mundial, además de haber recibido múltiples premios y reconocimientos académicos por sus aportaciones a la ciencia económica.

Suelo defender que la economía es una ciencia y que, por tanto, tiene un vasto conjunto de conocimientos ampliamente compartidos en el mundo académico, aunque también comparto las limitaciones de las ciencias sociales frente a las experimentales por la imposibilidad de contrastar los hechos analizados al no ser repetibles, por la dificultad de evitar los prejuicios de los investigadores y por los condicionantes subjetivos al formar estos parte de la realidad analizada. No obstante, la economía tiene un amplio conjunto de conocimientos sobre los que existen evidencias robustas de causalidades que han sido demostradas y testadas, y se está enriqueciendo continuamente con aportaciones de decenas de miles de economistas que investigan, publican sus resultados, los discuten con la comunidad académica, lo matizan y, en ocasiones, lo refutan.

Stiglitz es un brillante investigador económico que ha realizado aportaciones muy valiosas al análisis económico, como la seminal sobre la competencia imperfecta o las referidas a los mercados de información asimétrica y a otros fallos del mercado. Pero también está sometido a influencias que han podido llevarle a enfoques subjetivos o ideologizados condicionados por su experiencia vital. Esto es lo que parece que debió sucederle cuando, como comenta en su libro El malestar de la globalización, “tras cuatro años en Washington me había acostumbrado al extraño mundo de los burócratas y los políticos”, y cuando viajó a Etiopía en 1997 se topó con la miseria de uno de los países más pobres del mundo, que estaba sufriendo (además de sus problemas históricos) una política dogmática del Fondo Monetario Internacional, contra la que escribió el citado libro en 2002, y que le llevó a enfatizar “los efectos devastadores que la globalización puede tener sobre los países más pobres del planeta”, lo que contrasta quince años después con los evidentes beneficios de la globalización para la inmensa mayoría de los países subdesarrollados.

Desde entonces comparte su vida profesional como profesor de la Universidad de Columbia, explicando los fundamentos del análisis económico, con su participación en los debates económicos contemporáneos, en los que gusta de explotar un enfoque algo provocador. A esta segunda faceta corresponde su libro El euro: Cómo la moneda común amenaza el futuro de Europa, en el que concentra en la creación del euro todos los males de Europa y aboga por abandonarlo para salvar el proyecto europeo si no se abordan las reformas que propone. Además, critica frontalmente la política de austeridad europea.

Muchos economistas compartimos que la creación del euro fue una operación política voluntarista, ya que sin políticas fiscal y financiera paralelas la economía europea tendría riesgos de shocks asimétricos, como así ocurrió cuando se estalló la burbuja financiera e inmobiliaria. Dado que es imposible volver atrás la historia, se puede compartir la necesidad de avanzar en la integración de la política fiscal y la unión bancaria, pero parece suicida su propuesta de “divorcio amistoso” si no se aplican sus recomendaciones, algunas de las cuales tienen dificultades graves de implementación al chocar contra los intereses de los países que deben aplicarlas (Alemania).

En términos semejantes puede comentarse su crítica a políticas popularmente tan antipáticas como las de austeridad. Stiglitz argumenta que Alemania y la Comisión Europea se las han impuesto a Grecia, Portugal y España, mientras que los ciudadanos de estos países han votado en contra, lo que supone una violación a la democracia. Un razonamiento demagógico porque, por una parte, estos países han aceptado unas reglas de funcionamiento supranacionales que deben respetar y, en segundo lugar, porque si autónomamente hubiesen decidido mantener un elevado déficit no hubiesen podido financiarlo en los mercados a tipos de interés sostenibles.

En conclusión, hay que distinguir entre los postulados que constituyen la base de la “ciencia económica” y las opiniones o recomendaciones de política económica que no contemplan todos los factores (incluidos los institucionales) y consecuencias relevantes. Evidentemente, diferenciar unos de otras no siempre es fácil.

Francisco J. Ferraro es Miembro del Consejo Editorial del Grupo Joly

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