La ciudad y los días

carlos / colón

Luz de la infancia

BONITA carambola, de esas que a veces nos regala la vida. Después de leer mi Julio Verne de otoño -este año Maravillosas aventuras de Antifer: la búsqueda a través de medio mundo del tesoro enterrado por el caprichoso Kamylk-Bajá- cambié de registro con Últimos testigos de Svetlana Alexiévich -la premio Nobel que merece serlo-, tan desgarradoramente hermoso como todas sus obras, dotado de esa rara capacidad suya para hacer surgir la bondad -eso que comúnmente se llama humanidad- del horror empeñado en deshumanizarnos. En esta ocasión Alexiévich ha transcrito magistralmente testimonios de niños a los que les fue robada la infancia el 22 de junio de 1941, cuando los nazis invadieron la Unión Soviética. Y allí, donde menos podía esperarlo, me encontré con Julio Verne.

Cuenta Kima Múrzich: "En nuestra casa había muchos libros… En los primeros días de la guerra lo enterramos todo bajo el suelo del cobertizo; solo dejé Los hijos del capitán Grant, de Julio Verne. Mi libro favorito. Me pasé toda la guerra leyéndolo y releyéndolo". Cuenta Valia Brínskaia: "Me gustaba todo de él… Y, sobre todo, ¡que le encantara Julio Verne! A mí también. En la biblioteca estaba su obra completa, yo la había leído toda…". Y cuenta Eduard Voroshílov: "No hacía mucho habían estrenado la película Los hijos del capitán Grant, y me gustó una de las canciones que salían: Viento alegre, cántanos una canción... Todas las mañanas salía a hacer gimnasia con esta canción en la cabeza… Pero aquel día no hicimos gimnasia: había aviones zumbando sobre nuestras cabezas".

En aquel terrible verano de 1941 Kima y Valia tenían 12 años y Eduard, 11. La película a la que Eduard se refiere es la versión de Los hijos del capitán Grant, rodada en 1936 e interpretada Nicolai Cherkasov, el Alexander Nevsky e Ivan el Terrible de Eisenstein. La canción que alegró sus últimos días luminosos fue compuesta por el popular maestro de música ligera Isaak Dunayeski. La cantaba el pequeño protagonista nada más zarpar el barco, rostro al viento, subiendo al mástil mayor para largar las velas. Se comprende que fascinara al niño Eduard tanto como la lectura de las novelas encantó -literalmente: de encantamiento- a los pequeños Kima y Valia. A los tres la guerra les robó la infancia dejándoles, como un rescoldo, el recuerdo luminoso de las obras de Verne. Continúa mañana, porque la carambola es triple.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios