Siglos ha, que con gran saña… Como el Romance de Roncesvalles canta, publiqué, recuerdo una Evocación en Mirador de San Fernando, donde hablaba del Zaporito -hasta la mar se cansa de ser agua en la orilla(Berenguer)-, mar de mi niñez. "Porque algunas mañanas cuando voy para el Ayuntamiento, me paro fugazmente, a mirar un candray con mástil de polea, aferrado a su muro, como con un intento de levar el levante". ¿A cuento de qué viene esto? A la tertulia de La Montaña. Hablamos de la pesca y de la sal, del dinero que dejaba in illo tempore, y José Acosta Martínez dijo que en La Isla no hubo candrays y Juan Carlos Carrillo tiró del Google, y Eugenio Gómez dijo que sí los había.

Verdad es que quedan pocos datos en la red. De aquellos candrayes, había uno detrás de lo que hoy es el club de pesca de Gallineras, cuando era propiedad aquello de un italiano que exportaba anguilas a su patria. Lo recuerdo por las dos proas y el cintón por bajo de la amura, ancho, por donde se movieran sus tripulantes. Allí me leí una tarde, con mi tabaco y mi libro el Pedro Páramo.

Poseo una foto en la que estamos tomando cerveza y coquinas en el muelle de Gallineras, José Antonio Escuín, Juan Mena, el poeta; José María Hurtado y el menda, en la que se aprecian las bordas de las barcazas y alguno de ellos embarrancados tras el desaparecido muelle chico.

Manuel Sierra, hijo del empresario salinero Paquiqui, recuerda que éste tenía un candray llamado El Patio largo, usado específicamente para el transporte de sal.

El Güichi de Carlos en sus páginas referentes a la carga, biografía a don José Pinero Palma, Titi Palma", nacido en La Isla el 22 de mayo de 1891. De profesión barquero, capataz de los candrayes El Churro y El Miura.

Y Alfredo Díaz San Ignacio, en su época de concejal de Cultura, tuvo los planos de un candray con sus cotas y medidas, sus dos proas y su vela latina, para hacerle un monumento, monumento que hubiera sido lógico en una Isla que tenía documentado más de cuarenta candrays a principio del siglo pasado. Y creó el premio de poesía, Candray, que tuvo dos ediciones.

Una Isla que tiene una pirámide inservible en el Zaporito en lugar de un montón de sal -en el Puerto de Santa María sí que existen con los salineros trabajando, cuando La Isla era, según se dice el emporio de la misma-; que posee un estipe en la avenida de la Marina que nadie sabe muy bien que es ni por qué está allí, o un monumento a la chatarra o a la proa que parece una caña de pescar, bien podría hacer un monumento al candray, a las barcazas o a la falúa, llamada aquí falucho, en despectivo, que tanto tránsito tuvieron por este caño nuestro de nuestras aguas.

José, Eugenio y Carlos, unánimemente, afirman la existencia de barcazas, faluchos y gabarras, confundiendo a candrayes y gabarras, como El Patio Largo que cargaba sal en la salina de la Santa Leocadia…

El viejo Zaporito sin candrayes ya. Como Gallineras cuyos últimos vestigios tras reflotarlos con bidones llenos de aire, fuera morir sobre una dura duna de fango donde el caño desbarra. Era más o menos esto: La luna aquí es un pescado/ en un palangre de estrellas/sardinas, caballas, huellas/ de que la noche ha picado. /El hombre duerme cansado/ sueño avante a su deriva/ la luna se muestra esquiva/ con los sedales del alba./ Rompe en la luz y se salva/ mar adentro, noche arriba.

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