La ciudad y los días

carlos / colón

La McCampana

HUBO un tiempo, no tan lejano, en que el centro histórico de la ciudad tenía un cierto decoro. Me refiero a lo que va de la Puerta Real a la Puerta Osario, de la Puerta de Jerez a la Campana o de Santa María la Blanca a Arfe y el Arenal. Sufrimos las devastaciones franquistas de los años 60 y 70, y después las andalucistas y socialistas de los tiempos democráticos. Todo culminó con el multimillonario disparate de las setas de la Encarnación, la pésima peatonalización de la Avenida, la conversión de la Puerta de Jerez en una plaza de pueblo con pretensiones de moderno, el arreglo/destrozo de la Alameda o la dichosa Piel Sensible. Y en los últimos años -mandatos de Monteseirín, Zoido y Espadas- llegó el tsunami de veladores como si fueran los gusanos de Valdés Lean alimentándose del cadáver de la ciudad.

Esto ha convertido todo el entorno de la Catedral en un gigantesco comedero al aire libre en el que los peatones tienen que hacer quiebros entre las mesas que ocupan las aceras y las calles peatonales, cuando no los bloquea un grupo que se ha parado para hacer sus cuentas con los precios de los menús. Y ha convertido lo que en tiempos fue el corazón urbano de la ciudad en una cosa a la que urge que le cambien su nombre por el de McCampana o Campanaking por las muchas mesas que ocupan la acera, cubiertas por la siempre caótica y churretosa naturaleza muerta que forman los cartones de las hamburguesas y las patatas, y los sobrecitos de ketchup, mostaza y mayonesa que llenan los mantelillos de papel de churretes "de tós los colores que no los soñara mejor ni un pintor", que diría Imperio Argentina cantando una versión burguer de la Rocío de León y Quiroga. Por no hablar de los olores a cocina grasienta del Crustáceo Crujiente de Bob Esponja.

No me vengan los munícipes con la tarara de las ordenanzas y regulaciones, de las multas y las llamadas al orden. La Campana no puede ser un comedero de hamburgueserías y Santa María la Blanca, Mateos Gago, Alemanes, las embocaduras de Ángeles y Abades, la plaza de San Francisco o la Alfalfa -entre otras muchas-, comederos al aire libre. Nada tiene que ver este cutrerío con las terrazas de París o las trattorías de Roma. No me vengan con tararas, repito. Nada se hará. "Eres lo que comes", se llamaba una película hippie. Sevilla se ha convertido en aquello de lo que come: un parque temático con comederos al aire libre.

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