Pedro Rodríguez Mariño

Fátima, mensaje de intimidad con Dios

Fátima se presenta como la gran revelación de Dios a la humanidad del último siglo

UN fin de semana de septiembre de 2015 un grupo de amigos, todo un autobús, hicimos una peregrinación a Fátima. Regresamos encantados, con ánimo de volver. Del día 30 de abril al 2 de mayo últimos repetimos la experiencia. Llenamos otro autobús, la mitad repetidores, y el resto nuevos peregrinos. Íbamos a ver a la Virgen y a profundizar sus mensajes.

Entre otras cosas decía monseñor Alberto Cosme do Amaral, obispo de Leiría, diócesis a la que pertenece Fátima, en un artículo del 16 de mayo de 1978 en el ABC de Sevilla: "Fátima se nos presenta como la gran revelación de Dios a la Humanidad en este siglo". Un siglo de alejamiento de Dios en la cultura, en los gobiernos y en los pueblos. Años de alejamiento de Dios en los que alguien llegó a afirmar la muerte de Dios.

En verdad son una providencia divina las apariciones de Fátima, con un mensaje de intimidad con Dios; la petición por la conversión de los pecadores, el espíritu de adoración, el espíritu de desagravio por los pecados que cometen los hombres, junto con la petición por la paz del mundo y el fin de la guerra. Dios quiso, a través de las apariciones de Fátima, del Ángel y de la Santísima Virgen comunicarnos por los pastorcitos, bien jóvenes por cierto, de siete, ocho y diez años de edad, algo que ellos recibieron con sencillez y generosidad, y que también podemos recibir nosotros. Son mensajes que proceden de la sabiduría y de la omnipotencia divinas, por tanto destinados a la eficacia para siempre y para todos. Nos interesa conocerlos y traerlos a nuestras vidas.

Comienza el Mensaje de Fátima con tres apariciones del Ángel de la Paz. En la primavera de 1916 se nos presentó un joven transparente y más brillante que el cristal traspasado por los rayos del sol, según el relato de Lucía. Al llegar dijo:

-¡Orad conmigo! Y arrodillado en tierra inclinó la cabeza hasta el suelo. Le imitamos llevados por un movimiento sobrenatural, y repetimos las palabras que le oímos decir:

-Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo; te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman. Después de repetir esto tres veces se levantó y dijo:

-Orad así. Los corazones de Jesús y María están atentos a la voz de vuestras súplicas. Y desapareció.

La segunda Aparición del Ángel debió de ocurrir a mitad del verano. De pronto vimos al mismo Ángel junto a nosotros:

-¿Qué estáis haciendo? ¡Rezad ¡Rezad ¡Rezad mucho! Los corazones de Jesús y María tienen sobre vosotros designios de misericordia. ¡Ofreced constantemente sacrificios y oraciones al Altísimo! (…) Sobre todo aceptad y soportad con sumisión el sufrimiento que Dios os envíe.

La tercera Aparición del Ángel debe de haber sido en octubre o finales de septiembre. Se nos presentó teniendo en sus manos un Cáliz, sobre el cual estaba suspendida una Hostia, de la que caían gotas de Sangre al Cáliz. Dejando el Cáliz y la Hostia suspendidos, se postró en tierra y repitió tres veces esta oración:

-Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te adoro profundamente y te ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los Sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con su Sagrado Corazón y con el Corazón Inmaculado de María.

Estas tres apariciones del Ángel abrieron más los corazones y las mentes de los pastorcitos a la intimidad con Dios con espíritu de adoración y desagravio; suscitaron en los niños el querer agradarle y servirle. ¡Qué importancia tiene la relación personal de intimidad con Dios! Él es en verdad nuestro y nosotros somos suyos. No podemos vivir de una manera superficial, como si Dios no existiese. Dios nos quiere, nos ha creado, nos ha redimido para que participemos en la vida divina. Lo que Dios quiere yo también lo he de querer. Dios nos quiere santos y que santifiquemos el mundo.

La oración personal con Dios, los sacrificios vividos con generosidad y diligencia nos unen a la Cruz de Cristo, nos hacen fuertes, desprendidos y generosos. Además, para volver a Dios y crecer en Él nos dejó el Señor la Confesión sacramental y la Eucaristía. Éstos son los tres pilares de la vida cristiana, la oración, el sacrificio y los sacramentos. Nos dan estabilidad y fortaleza, esperanza y alegría, el gozo y la paz. La alegría en todo, como invita tan constantemente el papa Francisco por ejemplo en sus exhortaciones apostólicas, "El evangelio de la alegría" y "La alegría del amor". Gracias, Santo Padre.

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