¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

Sitges y la realidad

POR lo que hemos visto y oído este fin de semana en la reunión de Sitges del Círculo de Economía, las elecciones del 26-J habrían sido tan prescindibles como los pétalos de rosa en los gin-tonics. El gran empresariado catalán ha conseguido lo que hasta el momento no había logrado nadie: que los hipotéticos triunviros de la gran coalición se pongan en cola para explicarles a ellos -y de rebote a todos los ciudadanos- qué harán en el momento que se destapen las urnas. Es positivo, muy positivo, que una de las instituciones más venerables de la sociedad civil catalana se siga preocupando del futuro de España, lo cual da algo de esperanza en unos momentos en los que el ciclotímico Puigdemont ha anunciado su intención de convocar elecciones constituyentes dentro de un año. ¿Quién podrá más, una Generalitat arruinada e incapaz de garantizar la paz social y la racionalidad política o un lobby en el que se encuentran lo más granado de la economía catalana? La respuesta no tiene que ser la que parece más lógica.

En Sitges, hemos visto a un Pedro Sánchez que por fin ha comprendido que es el político el que tiene que amoldarse a la realidad y no al revés, porque la realidad es como el mar, siempre gana. De una manera implícita pero clara, el candidato socialista ha dejado caer que esta vez facilitará un Gobierno de Rajoy si es el único camino para evitar una tercera consulta electoral. Del ya histórico y un tanto chulesco "¿qué parte del no no ha comprendido?" ha evolucionado a una actitud más posibilista que lo vuelve a colocar en la centralidad política. Por su parte, Albert Rivera ha abandonado definitivamente la "nueva política" para reclamarse como la savia nueva del viejo sistema del 78, la última trinchera contra Podemos. "Ojo con no renovarse, porque entonces viene el populismo", aseguró con tono profético el que la izquierda radical considera de forma un tanto exagerada como el "candidato del Íbex 35". Rajoy, finalmente, mostró su habitual rostro de buen padre que prefiere comandar un Gobierno de todos antes que uno en minoría, lo cual es demasiado fastidioso y trabajoso para un político poco aficionado a los afanes desmedidos.

No deja de ser paradójico que sea Sitges, pueblo de la levantisca Cataluña, el lugar donde se ha empezado a visualizar la solución para España. El escenario lógico hubiese sido la Zarzuela o cualquier foro madrileño del negocio de la influencia, pero ya se sabe que la realidad no suele tomar el camino de la lógica.

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