Efecto Moleskine

Ana Sofía / Pérez / Bustamante

El fantasma en el libro

LA verdad es que nunca pensamos en los traductores literarios. Leemos bastantes cosas en versión no original, pero, si la traducción no chirría, el traductor es invisible: un fantasma en el libro. Así es como titula Javier Calvo su apasionante ensayo sobre el misterioso oficio de traductor, cuya historia explica acudiendo al mito de las edades. Hubo primero una Edad de Oro en que el traductor era un oráculo sagrado. Así, cuenta la leyenda que Ptolomeo II quiso reunir todo el saber del mundo en la Biblioteca de Alejandría. Para traducir la Biblia se reunieron 72 sabios de las 12 tribus de Israel que, recluidos en secreto e inspirados por Dios, milagrosamente produjeron traducciones idénticas: es la primera versión de la Biblia en griego, conocida como Septuaginta o de los Setenta. Hubo después una Edad Heroica, que tiene que ver con el pragmático poder de apropiación del Imperio Romano. En él destaca Cicerón, quien a través de sus obras (a menudo traducciones de filósofos griegos), convirtió el latín de agricultores, soldados y administradores en una lengua apta para la conceptualización del pensamiento europeo. La segunda gran figura de la latinidad es San Jerónimo, el de la Vulgata, santificado por la Iglesia por haber vertido la Biblia al latín. Lejos del prestigio de la religión y el poder, lejos de las figuras de los reyes traductores (como Alfonso X el Sabio), a partir del Romanticismo la traducción se acoge al aura divina del arte: traducir es acto genial de (re)creación en busca de una fidelidad al original realmente imposible: tan imposible como reproducir con exactitud un castillo de Lego con piezas de Mecano. Del siglo XIX acá resulta que el Arte, como misterio de sagrada perfección, ha muerto (decía Hegel). En palabras de Borges, la traducción "definitiva" es solo atribuible a "la superstición o al cansancio". Hoy el oficio de traductor está devaluado: no solo no da para vivir sino que cualquiera se mete a traducir con un programa de ordenador. Sin embargo los yihadistas asesinan preferentemente a los intérpretes y traductores, porque la palabra sigue siendo un poder. Así que, si valoramos la multiculturalidad, habrá que proteger el oficio de traductor, antes que sea cosa de fantasmas.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios